EL MUNDO – 23/11/15 – JORGE BUSTOS
· La emergencia del multipartidismo en España esconde una quiebra de representatividad del electorado joven Incluso los nuevos votantes que profesan respeto a la Transición están abiertos a una reforma constitucional.
Rara vez el primer borrador de la historia que es el periodismo ofrece dos imágenes tan sucesivas y tan opuestas para resumir un cambio de ciclo. El sábado 22 de marzo de 2014, ocho columnas de manifestantes salidas de los cuatro puntos cardinales del país confluyeron en Madrid para formar la llamada Marcha de la Dignidad, que condensó la indignación social por los parados, los desahucios y los recortes. La manifestación del 22-M discurrió con normalidad hasta que hacia el final de la jornada desembocó en disturbios entre radicales y agentes de policía, con un balance de 24 detenidos y un centenar de heridos. Pero sobre todo sirvió para aglutinar la base social del partido que por entonces se preparaba para dar la campanada en las elecciones europeas de mayo: Podemos. «Fue un día muy emocionante, ver a tanta gente en las calles queriendo cambiar las cosas», rememora Cruz Díez, de 35 años, educadora y activista señera de la marea verde que ha canalizado las protestas contra los recortes en la enseñanza pública. «Ahora quienes han cambiado son los de Podemos», apostilla.
Al día siguiente, con la Castellana todavía sin barrer, saltó la noticia de la muerte de Adolfo Suárez, el piloto de la Transición que ese nuevo partido tildaba de apaño y venía a impugnar. Cerca de 30.000 españoles devotos de su figura desfilaron por la larga cola que daba la vuelta al madrileño barrio de Cortes hasta adentrarse en el Congreso de los Diputados, donde se había ubicado la capilla ardiente del primer presidente de la democracia. «En la cola había personas de todas las edades, pero la mayoría superaba los 40. Parecían de la generación anterior a la del difunto: estarían en la adolescencia o la primera juventud cuando Suárez llegó al poder, y vivirían aquellos acontecimientos con la excitación de los grandes cambios políticos», explica Marta, que hizo tres horas de cola para despedirse del féretro del hombre que renombró Barajas. Ella no quería perderse lo que consideraba un momento histórico aunque reconoce que su edad -no ha cumplido los 30- era la menos representada en el cortejo fúnebre que rodeaba la Carrera de San Jerónimo.
A Marta la acompañaba su amiga Sandra. Nacida en 1978, conoce la Transición por lecturas y por oídas. «Pensé que merecía un homenaje alguien que concilió posturas opuestas y trató de cerrar heridas. No me gusta que digan que la Constitución es un papel mojado que ya no nos representa, aunque creo que podría modificarse», sostiene Sandra, que se resiste a dividir la política española en «vieja y nueva», por más que le suene muy bien el discurso de los de Rivera, mientras que el de Pedro Sánchez le parece «zapaterismo» de nuevo cuño. El tío de Sandra ronda los 70, también acudió a velar el cuerpo del prócer de la UCD porque está orgulloso de aquella generación y, según asevera su sobrina, piensa votar al PP. «Mi tío siempre dice que los políticos de ahora no llegan a la altura de Suárez».
El sociólogo Narciso Michavila tiene claro que esta crisis la han pasado mejor que nadie los jubilados, y que en buena medida la recuperación se ha labrado a costa de los jóvenes, que siguen encadenando contratos temporales. «La prueba es la baja natalidad. Hay un dato escalofriante: entre 2007 y 2013, el 80% de la reducción de masa salarial se carga sobre los menores de 45 años. ¿Así cómo van a sentirse integrados en el sistema? El bipartidismo ha perdido ese votante, aunque me inclino a pensar que cuando pase la crisis los dos grandes partidos resurgirán por la propia naturaleza de la ley D´Hondt, que castiga a las terceras fuerzas. Entonces mucho voto joven ahora movilizado volverá a la abstención», opina Michavila.
No hace falta esperar a que pase la crisis: basta con cotejar las promesas electorales de Podemos con su gestión ya mensurable al frente de algunas de las principales alcaldías del país. La prosa de la responsabilidad de gobierno no es tan excitante como la épica del asalto al poder, y las servidumbres de la realpolitik obligan a hacer viajes hacia la «centralidad del tablero» que dejan a muchos idealistas por el camino. «Yo me identifico con una izquierda más pura, no estoy en el centro del tablero. Aquella ilusión que vi en los círculos de Podemos se ha convertido en desilusión profunda. Ahora hasta defienden la educación concertada», se indigna Cruz Díez.
A Cruz le da la risa cuando se le pregunta si se siente heredera del legado de la Transición. Como mucho reconoce que entonces se hizo lo que se pudo, pero está convencida de que la Constitución y el sistema que de ella emanó ya no se adapta a las circunstancias actuales. «El PSOE fue socialista, el PP es conservador, pero ambos se comportan como partidos neoliberales en la práctica. En mi entorno todos mis amigos van a votar a Ciudadanos o a Podemos. Mis compañeros de curro de más de 50 sí votarán al PSOE. Yo votaré a Garzón. Sé que mi posición es minoritaria y nunca gobernará. Pero aquello trajo algo bueno: incluso los partidos viejos se han visto obligados a introducir cambios, aunque sean cosméticos», razona la ex activista.
En el extremo opuesto encontramos a Carmen Aguado, 20 años. También hizo cola para despedir a Suárez. «En mi familia era un referente. He leído lo que hizo, y además soy de Segovia y él era de Ávila. Aquellos políticos tenían sentido de Estado y respeto por el adversario. ¿La Constitución? Claro que me representa, se puede enmendar pero no romper, como pide Podemos, que en mi ambiente es un partido que o te encanta o lo aborreces. Yo valoro el paso de PP y PSOE por el poder, y me gusta la forma de comunicar que tiene Ciudadanos, pero hay que tener en cuenta que aún no han gobernado nada», explica Carmen, que estudia Periodismo en la Complutense, donde quien opina suele hacerlo a favor del partido de Pablo Iglesias, afirma.
Jon Aguirre Such, nacido en 1984 y urbanista de profesión, acusa a las élites que hicieron la Transición de perpetuar sus privilegios en el paso del franquismo a la democracia. No quiere ser duro con Suárez, pero eso no quita para que piense que no hubo valor para impulsar una verdadera ruptura en aras de la representatividad de todo el pueblo. Y de esos polvos, estos lodos. «El régimen del 78 está agotado. Necesitamos una revisión general de la Constitución, que fue redactada por unos cuantos para unos cuantos, y que además han modificado de un plumazo en función de lo que demandaban los mercados. Los partidos que hicieron eso no pueden ser parte de la solución. De ahí el 15-M y el movimiento Democracia Real Ya, en el que estuve implicado».
Cuando se le inquiere por Podemos, Jon responde que tenía cosas interesantes, pero que su forma de hacer política ha dejado de interesarle. Se refiere, claro, a la conversión de Podemos en un partido canónico, con su cúpula y su aparato jerárquico. En la decisión de Iglesias de no converger con otras fuerzas de izquierda advierte un problema de egos y marcas. «Fue descorazonador. Una irresponsabilidad terrible. Los verdaderos herederos del 15-M son las coaliciones municipales, que incluyen a formaciones como IU o Equo, y que han conquistado algunos ayuntamientos como el de Madrid. No tengo esperanzas de que ese mismo cambio lo veamos el 20-D, así que personalmente me centraré en hacer política desde mi oficio, luchando por un urbanismo sostenible».
Algunos analistas ensayan tipologías para explicar la volatilidad excepcional del voto con vistas al 20-D. Es el caso de quien fuera asesor electoral de Monago y de Albiol, Iván Redondo, que divide la sociedad española en cuatro generaciones: dictadura, autarquía, primeros demócratas y nuevas generaciones. «El 32% del censo corresponde ya a este último grupo: son los que deciden hoy las elecciones. Y el PP tiene un problema: sus votantes están básicamente en los tres primeros grupos, y el PP no solo no lo oculta sino que lo asume. A ellos están dirigidos desde el spot del enfermo sanado hasta los mensajes de Rajoy en las entrevistas que concede, mientras Ciudadanos y Podemos copan las redes como un coto vedado.
El PP ni intenta adaptarse a ese lenguaje y al PSOE de Sánchez no le da tiempo, y además está dividido». En cuanto a los nuevos, Redondo aplaude la reconversión de Ciudadanos, que ha sabido pasar de partido unipersonal a equipo colaborativo, con líderes nuevos como Inés Arrimadas, mientras que Podemos ha completado el viaje inverso: de asamblea incipiente a partido personalista. Su pronóstico es que el bipartidismo obtendrá el peor resultado de su historia aunque el PP aventajará en mucho al PSOE, que el partido naranja consolidará su ascenso quizá hasta convertirse en segunda fuerza y que Podemos aún remontará algo explotando el discurso de víctima del sistema.
Lo que parece claro es que todos, estudiosos y objetos de estudio, sociólogos y votantes, coinciden en diagnosticar una brecha generacional matizada por excepciones: adultos seducidos por líderes nuevos y jóvenes tenaces en su respeto por el suarismo. Pero incluso en este caso, meridianamente representado por el manifiesto de jóvenes intelectuales publicado en El País el pasado 18 de septiembre bajo el título Por la legitimidad de nuestra democracia, el respeto al legado institucional recibido no resulta incompatible con una demanda de reformas profundas, para afrontar las cuales no siempre se percibe capacitado al bipartidismo.
La segunda pauta que se desprende de nuestro panorama sociopolítico es que los menores de 40 cuentan poco para las maquinarias de los partidos, antiguas o recientes. Son los pordioseros del censo electoral –el votante medio en España tiene 50 años–, y por tanto también de los programas electorales. «El voto es un hábito, y por ello en los jóvenes todavía es volátil. Ha aumentado el voto joven que no se identifica con el eje izquierda/derecha sino sencillamente con el voto de cambio. Ello se debe a una quiebra de expectativas debido a la crisis, y los más damnificados por ella ni siquiera votan. En la nueva generación de votantes está instalada la idea de que el mercado laboral no cuenta con ellos, pues las reformas no se han enfocado a solucionar su precariedad estructural y en cambio los recortes se han cebado con ellos», explica Pablo Simón, analista de Politikon, para quien en España hoy se libra una guerra generacional larvada entre los baby boomers y sus hijos, a los que se resisten a dejar paso y que disfrutarán de menos derechos sociales que sus padres. El problema es que cuando los baby boomers se jubilen, ¿quién pagará sus pensiones?
Simón coincide con otros colegas en su denuncia de que el PP se ha desentendido del voto joven, pero porque opina que vamos hacia un sistema de partidos de clientela específica. Así, Ciudadanos se orienta a jóvenes de clase media-alta, mientras que Podemos es más atractivo para jóvenes de clase media-baja y con peor percepción económica de sí mismos. «A principios de año, Podemos aún canalizaba la indignación de votantes de centro, y de ahí hasta la extrema izquierda, pero a medida que los medios y los rivales te definen y arrinconan, el votante se modera, y la mejoría económica hace el resto. Por último, los pactos de gobierno en las alcaldías con el PSOE desacreditan su transversalidad, a lo que hay que sumar la penalización por su posición ambigua en el asunto catalán», arguye para explicar el estancamiento de Podemos. A Ciudadanos le augura mejor resultado, pues la coyuntura les beneficia, pero advierte de que esta opción puede estar sobrerrepresentada en las encuestas, pues el votante de derechas que anuncia un cambio de papeleta luego no siempre lo hace.
40: la brecha entre vieja y nueva política
Criba generacional. Los sociólogos fijan en el entorno de los 40-45 años el límite de una fractura generacional que está decantando la intención de voto en España. «Nuestra sociedad cambia tan rápido que el dato generacional cada vez es más explicativo», asegura Narciso Michavila. «Para el menor de 45 años, internet es su ventana al mundo y las redes su forma natural de comunicación, un ámbito que los nuevos partidos manejan con más soltura que el bipartidismo: están entrenados en el tú a tú con el votante. Por otro lado, Rivera e Iglesias no llegan bien al votante mayor, que es más escéptico». Para Michavila, la estrategia de Rajoy –que sabe muy bien que la edad media del censo electoral en España ronda los 50 años – ha consistido en dirigirse resueltamente al pensionista, renunciando a la ardua batalla por el voto joven.
EL MUNDO – 23/11/15 – JORGE BUSTOS