JUAN CARLOS VILORIA-EL CORREO
- Hay una incesante búsqueda de ofensas contra las que exigir una reparación
Una investigación periodística descubrió recientemente que en centros escolares canadienses fueron quemados miles de libros infantiles en 2019 por mostrar prejuicios contra los pueblos indígenas (Tintín) o salvajismo sexual (Astérix y los indios). Ahora está en discusión si se retira de una atracción en Disneyland Resort de California la escena del beso del príncipe a Blancanieves porque está dormida y, por tanto, el beso no fue consentido.
Son dos ejemplos del llamado pensamiento ‘woke’ (despierta), que, procedente de las universidades americanas y adoptado por el movimiento Black Lives Matter (La vida de los negros importa), está llegando con fuerza a la izquierda europea. El término, que ya salpica artículos de prensa y se maneja con soltura en las facultades de Ciencias Políticas y Sociología, se puede traducir como «despierto» porque alude a tener conciencia de la perpetuación de los esquemas de dominación de las sociedades occidentales democráticas. Se apoya en tesis muy simples que permiten cuestionar todas las certezas políticas comúnmente aceptadas. Por ejemplo, que el saber y la ciencia son el resultado de la lucha de poderes, no de la investigación y el esfuerzo. O sitúan bajo sospecha las jerarquías y las diferencias sociales porque serían instrumentos de poder de la clase dominante.
Ese esquema provoca que todos los que no están en la cúspide sean considerados marginados del sistema y que el estatus del marginado-víctima sea sacralizado. La consecuencia más visible ha sido en los últimos tiempos una ola de revisionismo histórico y cultural, acompañado de un victimismo identitario de cualquier grupo, minoría, asociación, congregación. Se percibe una incesante búsqueda de nuevas ofensas contra las cuales exigir reparación a la Administración, a las empresas o a los estados. El vehículo y el combustible sobre el que viaja al pensamiento ‘woke’ son, fundamentalmente, las redes de información y comunicación donde se sobrevaloran los contenidos virales, la emoción y, sobre todo, la indignación. Mujeres, gays, trans, islamistas, animales, negros, indios, son las víctimas y el varón blanco hetero es el gran culpable histórico.
En España ha sido claramente Podemos el que ha importado y adaptado a la política y a los medios semejante «pensamiento». Pero también en las filas socialistas está calando. No solo en el «todos, todas, todes», sino en el complejo de culpa con el Descubrimiento o la Reconquista. La cultura de las Fallas es tradicionalmente dar fuego purificador a los ninots, pero este año de indultos también han roto la tradición por la presión islamista indultando la mezquita en Valencia.