IGNACIO SUÁREZ-ZULOAGA-EL CORREO

  • Era, por encima de todo, un humanista que tenía como obsesión el bien de la sociedad en su conjunto. Ha dejado ya una huella en nuestra historia

Conocí a Joseba Arregi hacia el año 2004 o 2005, mientras él cruzaba su ‘Rubicón’ ideológico; incluso, posiblemente, cuando se encontraba todavía en medio del cauce. Había quedado con él para entrevistarle con el fin de redactar un libro acerca de la intolerancia y, consciente de su categoría intelectual, me había preparado exhaustivamente. En los meses previos me estudié (no solo me leí) varias de sus obras recientes: ‘Euskadi como pasión’, ‘Euskadi invertebrada’, ‘La nación vasca posible’ y ‘Ser nacionalista, dos visiones en diálogo’. Una vez recogidas sus respuestas a unas preguntas con finalidad estadística, comencé a plantearle -una tras otra, en una larga lista- cuestiones relacionadas con algunas ideas fuerza de sus libros. Recuerdo su estupor ante el dominio que yo demostraba acerca de lo que había escrito. Tampoco se esperaba que compartiese varios de aquellos diagnósticos y propuestas. Incluso me hizo alguna broma por comprarle tantos libros, así como por el tiempo que había invertido en estudiármelos. Al final, le costó un poco dedicarme uno de los libros que llevé conmigo a la reunión, despidiéndonos de una forma un tanto extraña. Marché yo convencido de que no habíamos empatizado.

Leyéndole a lo largo de los años siguientes, me di cuenta de que aquella entrevista debió de suponerle un irritante recorrido por un conjunto de ideas a las que había renunciado. Incluso, a las que había decidido combatir. Tras una década de alejamiento, le busqué y nos volvimos a reunir; esta vez en Zumaia, y junto con otros articulistas de EL CORREO y de ‘El Diario Vasco’. En las discusiones, su énfasis y argumentación tenían la intensidad de un joven; infrecuentes en un hombre que arrastraba importantes problemas de salud.

Desde entonces volvimos a vernos más, adoptando yo la costumbre de llamarle; me interesaba seguir sus avatares vitales, así como irme enriqueciendo con sus comentarios y recomendaciones de libros. Porque, se estuviera o no de acuerdo con lo que decía, Arregi siempre hacía gala, desde cada una de esas frases tan bien construidas, de una enorme expresividad y sabiduría. El inagotable torrente de anécdotas y ejemplos que le brindaba su extraordinaria memoria, mezclado con un particular humor y socarronería baserritarra, le permitían armar en centésimas de segundos una frase lapidaria. Fue, en resumidas cuentas, un personaje superlativo; de una humanidad desbordante y de una erudición tan extensa como profunda.

Joseba era, por encima de todo, un humanista que tenía como obsesión el bien de la sociedad (en su conjunto). Era también un hombre con propósito justiciero, que se traducía en opiniones muy contundentes. Y el sufrimiento de las víctimas de ETA aparecía, de alguna manera, en casi todo lo que escribía. Su desamparo y dolor -el de cada una de ellas- lo hacía suyo. Y no entendía cómo el resto de la sociedad vasca no le acompañaba en su afán de reivindicación y reparación. Tenía también muy claro quiénes eran responsables de la violencia y de la insensibilidad de la sociedad hacia las víctimas; colectivos a los que denunció incansablemente, de modo implacable.

Como muchos ensayistas de auténtica categoría, Arregi no se regodeaba de la calidad argumental y literaria de sus escritos; tampoco admitía la posibilidad de que, como ideario, constituyesen un corpus ensayístico que pudiera seguir vigente en un futuro; ejerciendo de testigo de una época. Escribía como un activista cívico de barricada. Intencionadamente. Pasionalmente. Con una intensidad y convicción muy por encima de los cálculos habituales del intelectual al uso.

Por ello, estoy convencido de que los textos de Joseba perdurarán (los de sus dos épocas) ofreciendo unas perspectivas complementarias de nuestra sociedad, conquistando nuevos públicos y de ambas sensibilidades nacionales.

En resumen, un vasco extraordinario humana e intelectualmente, de los que a nadie deja indiferente y que ha dejado ya una huella en nuestra historia.