Carlos Martínez Gorriarán-Vozpópuli

Confieso que el pequeño manifiesto de los 500 solicitando al Festival de Cine de San Sebastián que no seleccionara el documental-entrevista de Jordi Évole con José Antonio Urrutikoetxea, alias Josu Ternera y jefe de la banda terrorista ETA, ha tenido más impacto del que esperábamos. La iniciativa partió de veteranas activistas de Basta Ya para testimoniar públicamente, por lo menos, la oposición a que el Festival de Cine donostiarra participe en el blanqueado del terrorismo.

Ese proceso nació mucho antes de la disolución de la banda, con la falacia del “conflicto vasco” que afirma que ETA solo era una de las partes enfrentadas de un conflicto que debería resolverse con una negociación entre iguales: los terroristas y sus víctimas; no puedo tratar ahora la reactivación de ese blanqueamiento: baste con señalar la evidencia de que conviene y mucho a Sánchez y sus socios de Bildu, directamente afectados, y al nacionalismo en general.

Sabíamos que, aparte de testimoniar nuestra oposición activa a este nuevo capítulo de la saga blanqueadora, poco cabía esperar. Pues lejos de considerar la retirada del documental de promoción de Josu Ternera, la reacción oficial del Festival y los medios afines, muchos y poderosos, ha sido la contraria: promover el trabajo de Évole con el honor de encabezar la sección “Made in Spain”, es decir, considerarlo el producto más representativo y valioso del cine español del momento, y por descontado sostener que es un trabajo neutral, lleno de valores humanos.

Es evidente que la entrevista de Évole convierte a Josu Ternera en un interlocutor tan digno de atención y estima como cualquier otro

José Luis Rebordinos, director del evento, también ha sostenido que hacer una entrevista no es lo mismo que dar la razón, y que no entiende que alguien critique una película que no ha visto. Sin compararme con Habermas y sus clásicos trabajos sobre la ética de la acción comunicativa, voy a intentar explicárselo: una entrevista, en cualquier soporte, no es una caja vacía que acepta cualquier contenido con la neutralidad de un recipiente pasivo. Si bien es cierto que una entrevista no tiene por qué dar la razón al entrevistado -y muchas se hacen para intentar quitársela-, también es innegable que la entrevista, en sí misma y al margen del contenido, le da y concede razones.

Una entrevista es una acción comunicativa que, como tal y por sí misma, tiene dimensión ética y pragmática: siempre es un reconocimiento. Por ejemplo, reconoce en el entrevistado a un interlocutor plenamente válido, admite que tiene cosas que explicar, como los motivos de sus acciones, y que es capaz de reflexiones de interés público. Si no, ¿qué sentido tendría entrevistarle? Así pues, sin necesidad de verla, es evidente que la entrevista de Évole convierte a Josu Ternera en un interlocutor tan digno de atención y estima como cualquier otro. Inevitablemente, normaliza al terrorista y sus acciones exactamente igual que normalizas tu relación con los vecinos saludando y hablando con ellos, incluso si un día te inundaron el baño.

Terrorista contumaz y fugado

Queda la objeción de que quizás ya no sea terrorista al haberse disuelto ETA. No, Ternera seguirá siendo terrorista hasta el final de sus días y, a diferencia de los que han criticado y rechazado su propio pasado, pidiendo perdón por sus acciones a víctimas y sociedad. A diferencia de los arrepentidos, no ha colaborado en absoluto a aclarar atentados ni a deslegitimar el terrorismo. España reclama su extradición a Francia, donde cumple otras condenas, porque tiene pendiente causas con una petición fiscal de 2.354 años de cárcel. Entre otras salvajadas, Ternera ordenó la voladura de la casa-cuartel de la Guardia Civil de Zaragoza en la que murieron once personas, incluyendo seis niños que la banda sabía perfectamente vivían allí. Este es el sujeto recibido con todos los honores cinematográficos y culturales, aunque por motivos fáciles de entender no pisará la alfombra roja del Festival.

Shoah no saca un nazi para que explique sus motivos y dé sus razones genocidas, embutido entre dos judíos supervivientes que aporten tono sentimental

José Luis Rebordinos también ha comparado lo de Évole con películas como Shoah, la obra maestra de Claude Lanzmann, estremecedor y largo documental (casi diez horas) que entrevista a supervivientes y visita los campos de exterminio y lugares cruciales del holocausto judío bajo el régimen nazi. Shoah no saca un nazi para que explique sus motivos y dé sus razones genocidas, embutido entre dos judíos supervivientes que aporten tono sentimental. Lanzmann no es neutral sino combativo y, como pedía Primo Levi, presentó con imágenes y voces la verdad de algo que se debe conocer, pero no se puede comprender.

Ciertamente, hay una larga polémica sobre el modo de tratar la comunicación con criminales de lesa humanidad como el que nos ocupa. El enfoque de Hannah Arendt con su libro-reportaje sobre el juicio a Eichmann en Jerusalén es un clásico (muy discutido): hay que mirar al mal a la cara para desenmascarar su grotesca banalidad, incluso si ofende a las víctimas. Pero Eichmann estaba en el banquillo, donde le correspondía, contestando a las preguntas de jueces, acusación y defensa. No era un terrorista contumaz justificándose y exhibido al público reconocimiento en un Festival de Cine. Esa es la pequeña diferencia.

Coincidencia nada casual, el sanchismo ha lanzado estos días un debate público sobre una ley de amnistía, que él necesita para sus fines privados de aferrarse a la poltrona tanto o más que sus socios amnistiables, de Puigdemont a los terroristas presos y sueltos de ETA; por cierto, Ternera podría acabar siendo uno de los beneficiarios de esta monstruosidad política contra la igualdad democrática y la separación de poderes. Al hacerlo, han recordado la común raíz griega de amnistía y amnesia: la amnistía es una forma de amnesia voluntaria, y puede ser justa y necesaria o tremendamente injusta y arbitraria, como es el caso.

Entrevistar a Ternera blanquea al personaje porque le presenta como alguien con razones a reconocer; darle bombo y platillo en un Festival (pagado con dinero público) normaliza el relato justificador del terrorismo

En el extraordinario retorcimiento de todo principio y valor que está forzando el sanchismo en su etapa terminal, la normalidad es normalizar el pasado terrorista encarnado por sujetos siniestros como Josu Ternera y blanqueado por Jordi Évole, experto en esa lid. No puede admitirse este empeño como mero trabajo neutral, sin intención política alguna. Entrevistar a Ternera blanquea al personaje porque le presenta como alguien con razones a reconocer; darle bombo y platillo en un Festival (pagado con dinero público) normaliza el relato justificador del terrorismo. No es muy distinto al modo en que cierta pornografía deshumanizadora normaliza la violación y el crimen sexual, alarmando con razón a la sociedad. Lo de Ternera es pornografía política que viola los derechos humanos, y por eso protestamos con estas razones.