ABC-LUIS VENTOSO

Un problema de España es que las personas de valía contrastada no quieren entrar en política

MICHAEL Bloomberg, la octava persona más rica de Estados Unidos, con un patrimonio de 53.000 millones de dólares, va a intentar por cuarta vez convertirse en candidato a la presidencia. Como posee dinero a espuertas, irrumpirá en las primarias demócratas a golpe de talonario, puliéndose cada semana 34 millones en propaganda, lo nunca visto. Aún así, su apuesta se presenta incierta, porque las bases del Partido Demócrata se han escorado a la izquierda –con el éxito conocido– y Bloomberg es centrista. Si finalmente triunfa, las elecciones se convertirán en la liza entre dos plutócratas neoyorquinos septuagenarios: Trump, de 73 años, y el magnate de la información bursátil, de 77. No resulta difícil imaginar el comentario de nuestro «progresismo» ante semejante panorama. Lamentarán horripilados que «dos viejos millonarios mangonean Estados Unidos». Mi opinión difiere un poco: ojalá los Bloomberg españoles, si los hay, quisieran meterse en política.

Tanto Trump como Bloomberg presentan una diferencia notable respecto al común de nuestros políticos: ambos han triunfado en sus carreras empresariales. Llegando a la política como «outsiders». Además han logrado alcanzar importantísimas magistraturas públicas, uno como presidente de EE.UU. y el otro, once años como alcalde de Nueva York. Mientras tanto, lo que se estila por aquí son los Iglesias, Abascal, Casado, Errejón, Sánchez… políticos profesionales, de magra o nula experiencia en la empresa privada y carentes de una biografía fuera de la moqueta pública. Bloomberg se lo trabajó algo más. Nacido en una familia de inmigrantes judíos llegados de Rusia, se crió en una pequeña ciudad de Massachusetts, donde su padre era el modesto contable de una lechería. El sacrificio de sus progenitores, su cabeza despejada y su estajanovismo le abrieron las puertas de dos excelentes universidades. Con su título de Economía bajo el brazo, aterrizó en Wall Street, donde se convirtió en alto ejecutivo de Salomon Brothers. Pero a los 39 años su vida entró en crisis: fue despedido. En lugar vivir de sus rentas, decidió crear su propia empresa, una compañía pionera de información bursátil en tiempo real, que lo ha hecho multimillonario. Además se trata de un destacado filántropo, que ha concedido un donativo de 1.800 millones a la universidad donde empezó, la John Hopkins, y se ha comprometido a donar la mitad de su fortuna a obras benéficas

Acudamos ahora a las figuras de nuestro Ibex y propongámosles que contribuyan al progreso de su país sirviendo como políticos, como han hecho Trump, Bloomberg y tantos otros. Recibiríamos como respuesta un aspaviento despectivo de «yo no embadurno ahí». Los mejores empresarios españoles y los grandes intelectuales consideran un desdoro meterse en política. Un grave problema. El servicio público, huérfano de grandes cabezas, queda entonces en manos de Lastras, Icetas y Rufianes, apparatchiks de partido, o de funcionarios sin experiencia empresarial. España debería prestigiar la política y atraer a ella a los que no la necesitan para vivir.