Editorial, LA VANGUARDIA, 14/9/12
IOSU Uribetxeberria Bolinaga, etarra, triple asesino y secuestrador del funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara, es ya un hombre libre. La Audiencia Nacional así lo ha decidido, atendiendo a razones humanitarias. Minado por el cáncer, Bolinaga tiene por delante un corto periodo de vida, difícil de concretar, pero que al decir de los informes médicos probablemente se contará por meses.
La decisión de la Audiencia Nacional, acordada el miércoles por su sala penal, con cuatro votos favorables a la libertad del etarra y uno contrario, pone término a una controversia que se ha prolongado durante semanas. Dejando a un lado el mundo abertzale, que defendía sin fisuras la excarcelación de Bolinaga, dicha controversia ha enfrentado a distintos demócratas. En un bando, los sectores duros del PP, representados por Mayor Oreja o Esperanza Aguirre, que junto a agrupaciones de víctimas del terrorismo y acompañados por cierto coro mediático rechazaban toda medida de clemencia para el etarra en fase terminal. Y, en el otro bando, los sectores más liberales que, de acuerdo a Derecho, entendían que carecía de sentido negar a Bolinaga la libertad en su actual circunstancia. Entre otros motivos -según señaló José Luis de Castro, el juez central de Vigilancia Penitenciaria-, porque el Estado no debe actuar con la saña de los terroristas si realmente quiere acreditar que hay una asimetría moral entre su modus operandi y el de los violentos.
A este respecto, el pasado sábado recordábamos aquí que Bolinaga fue extremadamente cruel con Ortega Lara. Pero añadíamos que el Estado de Derecho no podía pagarle con la misma moneda, porque no debe guiarse por el sentimiento, sino por la razón; porque su herramienta es la ley, no la venganza; y porque, efectivamente, existe una asimetría moral entre los planteamientos que de común acuerdo adopta la sociedad y los de quienes querrían subvertirlos echando mano de discursos excluyentes y conductas violentas.
Más allá de su resolución, el caso Bolinaga invita a formular tres reflexiones. La primera señala que algunas de las causas que encienden el debate político son de utilidad limitada en términos de progreso social, por más que, transitoriamente, parezca que pueden dar réditos electorales a alguna formación. La segunda tiene que ver con los perniciosos efectos de esas disputas sobre la cohesión de los demócratas, que deberían valorar mucho más lo que les une que lo que les separa. Y la tercera nos lleva a recordar lo más relevante: tras tantos y tan duros años de dolor, la pacificación del País Vasco parece ya un proceso irreversible.
Editorial, LA VANGUARDIA, 14/9/12