Jon Juaristi-ABC

¿Cómo aparece una dictadura bonapartista?

Se entiende por bonapartismo una forma de gobierno a la vez autoritaria y plebiscitaria, que no excluye el sufragio universal, pero anula el parlamentarismo. Es una noción que se encuentra ya en los historiadores franceses del siglo XIX y de la que se apropió Karl Marx en su ensayo sobre el golpe de Estado de Luis Napoleón en 1851, al que siguió la Constitución del año siguiente, que marcó el comienzo del Segundo Imperio («El 18 Brumario de Luis Napoleón»). En su origen no era un concepto marxista, pero fue el materialismo histórico la corriente que le sacó más partido, aplicándolo a regímenes dictatoriales de derechas. De bonapartista calificaron los bolcheviques la dictadura de Primo de Rivera, e incluso los troskistas sostuvieron que el franquismo no era un régimen fascista, sino bonapartista. Pero estos regímenes, dictaduras pretorianas ambas en sus comienzos, no cuadraron con el del Pequeño Napoleón, que se valió del sufragio universal para llegar a la presidencia de la II República (francesa), lo suprimió después para volver al censitario y finalmente lo impuso de nuevo, siempre en provecho de sus propios intereses y contra las facciones políticas que lo sostenían, conservadoras o progresistas según la coyuntura.

En rigor, el concepto de bonapartismo es más apropiado a regímenes de izquierda como el chavismo, cuyo fundador llegó al poder mediante el sufragio universal, y desde el poder se dedicó a destruir los dispositivos parlamentarios e institucionales que permitían la alternancia democrática. Pero la cuestión principal no reside tanto en las semejanzas o diferencias entre regímenes bonapartistas, sino en su origen. ¿Cómo aparece una forma de gobierno bonapartista, qué condiciones deben darse para la implantación de un régimen de este tipo?

En primer lugar, la ruptura de los consensos básicos, es decir, la división de la nación en dos bloques antagónicos, uno de los cuales pretende llevar a cabo una revolución y el otro, combatirla. En segundo, un equilibrio de fuerzas que impide que el bloque revolucionario triunfe, pero que no consigue que se disuelva o renuncie a sus propósitos. Sobra decir que, por otra parte, el mismo equilibrio impide que triunfe la contrarrevolución, aunque no merma los efectivos ni la fuerza del bloque que la impulsa. En teoría, la imposibilidad de alcanzar sus respectivas metas debería favorecer la restauración del consenso nacional (como sucedió, por ejemplo, en la Italia del posfascismo o en la España de la Transición). Pero si el antagonismo persiste con toda su intensidad y no permite reconstruir los pactos, puede sobrevenir el bonapartismo como alternativa autoritaria a la guerra civil. Un régimen bonapartista evita la guerra civil, por lo menos hasta que ya no consigue evitarla. El primer Bonaparte, Napoleón I, la soslayó a costa de guerras contra todos sus vecinos, lo que fue mucho peor para los propios franceses. Su sobrino se metió en otros variados carajales, desde el Líbano y Crimea hasta México, el Ecuador y la Conchinchina. Terminó su brillante carrera en medio de una guerra desastrosa contra Alemania que derivó en una guerra civil.

Todos los bonapartismos son distintos entre sí, pero todos se parecen. Todos destruyen la democracia y, a corto o medio plazo, sus países, porque no eliminan los antagonismos. Se limitan a bloquearlos, favoreciendo hoy a estos y mañana a los otros, o a unos de ellos solamente, según convenga al bonaparte de turno, que, por lo general, suele ser un golfo, un desaprensivo o simplemente un imbécil. O un poco de todo ello. No sabemos cómo acabarán los bonapartismos del siglo XXI, pero cómo ha empezado alguno, vaya que lo sabemos.