Tonia Etxarri-El Correo

No estamos a salvo de prejuicios ni de que nos encasillen con una etiqueta colgada del cuello. O las sensibilidades modernas se encuadran en las izquierdas o no hay feminismo que valga. ¡El feminismo tiene que ser anticapitalista!, sostienen las activistas de la izquierda radical que quieren retroceder para recuperar el discurso de la lucha de clases.

Un planteamiento que se da de bruces con escenas cotidianas de nuestro siglo en las que se puede ver, por ejemplo, a Iberdrola junto a la reina Letizia invitar a la celebración del 8 de marzo. Aún resuenan las palabras de la vicepresidenta Carmen Calvo: «No, bonita, no», el feminismo no es de todas porque se lo «curraron» las progresistas. Quiso poner cerco a su territorio. Una maniobra poco hábil: excluir al centro derecha del feminismo para gritar en la manifestación del pasado 8 de marzo: «Dónde están no se ven, las mujeres del PP».

Está el debate tan polarizado que este año, por primera vez, el PP participará en las movilizaciones. Una rectificación en toda regla. Aunque no le guste al ‘verso libre’ de Cayetana. Hacen bien. Porque entre anticapitalistas y Vox, los boicots a Plácido Domingo o el reclamo de Camille Paglia, el feminismo, afortunadamente, se ha vuelto transversal. Las primeras que salimos a las calles de Barcelona para protestar contra Jomeini porque su régimen estaba oprimiendo a las mujeres iraníes (una circunstancia que no distinguieron los progresistas) ahora vemos riadas de mujeres incorporadas al movimiento. Deberíamos estar orgullosas en vez de poner puertas al campo. Y tener una percepción muy clara: que no por ser mujer tenemos siempre la razón y que el feminismo es una causa que, sobre todo, tiene que ver con los derechos sociales y los derechos humanos.

Este año, el 8 de marzo viene envuelto en un borrador de proyecto de ley sobre la libertad sexual, amadrinada por Irene Montero y corregida por la parte socialista del Gobierno . El texto del «sólo sí es sí», que prevé castigar el acoso callejero y los piropos con arresto domiciliario, llevará la polémica en cartera. Siempre que no acabe impuesto por decreto ley. Por su enfoque reduccionista. De ahí las pegas iniciales de los ministros que han sido tildados de machistas por Pablo Iglesias. No queda muy propia la imagen del varón rescatando a la dama de las críticas. Pero si ella convierte su ley en eslóganes difundidos en las redes, si pretende que en las manifestaciones se grite «sola y borracha quiero llegar a casa» esta ministra quizás necesite ayuda. O asesoramiento. O algo.