ENRIC GONZÁLEZ – EL MUNDO – 23/07/16
· Uno escucha a Francesc Homs, la viva encarnación de la ruina en que ha quedado aquello que se llamó Convergència, y siente vergüenza ajena. El hombre no se atreve a admitir que sus diputados votaron con el PP para formar la Mesa del Congreso. Qué valor. Uno lee que Albert Rivera le dirá al Rey lo que tiene que hacer, y siente más vergüenza ajena. Uno ve el nivel general de esta peña que ha de gobernarnos, desde el PP a Podemos, y antes de ahogarse en vergüenza ajena se hace una pregunta muy parecida a la de Zavalita en Conversación en la catedral: ¿En qué momento se jodió España?
Podrían buscarse respuestas en tiempos muy lejanos, porque la Historia de España ofrece material abundante para justificar cualquier desgracia del presente. Del hito más cercano, sin embargo, no hace tanto. Ocurrió hace menos de dos décadas, en 1999, y apenas se recuerda el incidente: Josep Borrell, que había ganado las elecciones primarias en el PSOE, fue forzado a dimitir por lo que entonces se llamaba el aparato del partido.
Se consideró intolerable que en la delegación barcelonesa de Hacienda hubiera corrupción mientras él era ministro del ramo. Imagínense, con lo que había visto antes y ha visto después el PSOE. Se le acusó de perseguir a los famosos que defraudaban, ¿qué dirían ahora de Montoro? Se le tildó de arrogante, y en eso el aparato tenía un punto de razón: Borrell, cuyo expediente académico no admite comparación con el de ningún otro político y cuya inteligencia resulta a veces excesiva para la normal convivencia (algunos de sus rasgos pueden recordar al Sheldon Cooper de la serie Big Bang), tiende a la impaciencia e incluso a la crueldad con los idiotas presuntuosos. En cuanto a arrogancia, sin embargo, España estaba a punto de asistir a la segunda legislatura de Aznar y de aprender lo que vale un peine. Decían que no servía para dar mítines, y luego hemos tenido que soportar a oradores tan bobos como Rajoy y Sánchez.
Después de aquella rebelión interna, que consolidó el poder de los barones, volvió Almunia para pegarse un castañazo y regalar la mayoría absoluta a Aznar. Y lo siguiente fue Zapatero, que dejó el partido en estado comatoso. El PP se convirtió en la fuerza hegemónica, y seguirá siéndolo por mal que lo haga: no hay alternativa real.
Uno piensa en Borrell, en el talento desperdiciado, en la evolución de este PSOE y en la mediocridad de la clase política, y teme que la cosa quizá no tenga ya arreglo.