EL TRIBUNAL Supremo británico ha sentenciado que la instancia que en su momento (1972) autorizó la entrada del Reino Unido en la Comunidad Europea es la única que puede autorizar su salida. Es una sentencia de amplio espectro. Podría leerla con atención, por ejemplo, el presidente de la Generalidad de Cataluña. Tal vez le ayudara a entender que en 1978, con la aprobación de la Constitución, no fueron los catalanes los que decidieron que iban a formar parte de España sino que fue el conjunto de los españoles el que decidió que Cataluña era parte de España. Pero, en fin, los asuntos de los nacionalistas catalanes solo interesan a sí mismos, como acaba de volver a verse patéticamente en Bruselas.
La sentencia británica abre una discusión de gran interés. La mayoría de los diputados eran partidarios del Remain y muchos de ellos consideraban que Cameron había cometido un grave error político al convocar el referéndum. Se trataba, además, de una mayoría transversal, de conservadores, laboristas y liberales y de la que formaba parte el propio primer ministro. Cameron dimitió, como era lógico. El hombre que se había batido para que Gran Bretaña siguiera en la Unión no podía gestionar la salida sin un grave desgarro de sus convicciones. Así, el Gobierno cambió, pero el Parlamento siguió siendo el que era, confiando tal vez en que su papel en la salida de la UE sería marginal.
Sin embargo, la iniciativa de la empresaria Gina Miller y la consiguiente decisión del tribunal coloca a los diputados británicos en un lugar inesperado. Van a tener que dar su apoyo a un proyecto en el que no creen y contra el que muchos trabajaron explícitamente. Se dirá que ese es el propio caso de la primera ministra May, para la que el Brexit era letal pocas semanas antes de que se convirtiera en la única oportunidad importante de su vida. Pero la dudosa moral de la ministra no absuelve la del resto. Ni da respuesta a la pregunta difícil: ¿hasta qué punto la opinión de los ciudadanos puede obligar a un político a cambiar la suya, en un asunto de la trascendencia del Brexit?
Es probable que la disolución de las cámaras y la convocatoria de unas nuevas elecciones legislativas pudieran acabar drásticamente con las preocupaciones de los diputados. Si el Parlamento ha de gestionar el Brexit parece lógico que se necesiten diputados brexiters. Pero, más allá del oportunismo que se le supone al gremio, tal vez el problema sea encontrarlos. Habrá que ver si en Gran Bretaña, como también en la América de Trump, hay élites capaces de llevar a cabo los cochambrosos programas del pueblo.