ABC 25/04/17
DAVID GISTAU
· En España no ha sido posible la creación de personajes intermedios
LA descomposición del régimen occidental del 45, más allá de cuál sea la enfermedad oportunista desatada por la reacción en cada una de sus naciones, planteaba el problema de que no era posible descargar la bronca contra corruptos y fracasados sin sentir que por ello estaba uno contribuyendo al auge de los radicales curativos y los caudillos distópicos. Esto, en la modesta dimensión española, se ve con mucha claridad. Pablo Iglesias siempre procuró implantar la idea de que la decepción con el sistema debía desembocar por añadidura, inexorablemente, en un apoyo a Podemos. Porque Podemos aspiraba a manejar la rabia en monopolio. E incluso ahora, cuando las operaciones anticorrupción son constantes y cada vez hay más próceres en la cárcel o al menos imputados, todavía, con la complicidad de sus charlatanes televisivos, cultiva la falacia de que existe una impunidad que sólo terminará cuando a Podemos le sea encomendado el poder para hacer a la vez La Purga y la Verdadera Transición Fetén.
Observen en qué situación claustrofóbica se hallan aquellos ciudadanos que, no llamándose a engaño respecto de la corrupción, se niegan a que su enojo favorezca el advenimiento de los ultras. De aquellos que, creyendo en la obra conceptual de Europa, la ven decadente, pero no por ello pretenden participar en la restauración de las fronteras y las supersticiones nacionalistas que tenemos asociadas en la memoria a los millones de muertos europeos en los campos de batalla del siglo XX. En España, donde siempre imperará el «manca finezza» de Andreotti, no ha sido posible la creación de personajes intermedios. En una primaria reducción bipolar, o se está con la excrecencia corrupta del 78 –es decir, el PP– o se está con la revolución y sus cuchillas. Se trata de un reparto de papeles que conviene a Rajoy, pues sólo le queda el miedo a la cuchilla y a lo que viene de extramuros para gobernar con mediocridad. Francia, en cambio, sí ha sabido fabricar un personaje intermedio: Macron.
Fíjense en las cualidades contradictorias que luce el probable nuevo presidente francés. Es al mismo tiempo lo viejo y lo nuevo. Está liquidando la V República gaullista desde una formación política improvisada que ya ha eliminado los partidos que patrimonializaron el poder, pero no por ello da miedo, ni es un antisistema, ni impugna el contexto básico del 45. Es al mismo tiempo el agente que permite castigar la vieja oligarquía y frenar el populismo oportunista: sirve para ambas cosas, tal es su versatilidad. Agita cuanto huele en Francia a poder tradicional pero consigue al mismo tiempo que Europa, aliviada, lo salude como a un intérprete de sus valores que no trae intenciones disruptivas. En términos terapéuticos, es el candidato perfecto para quienes ansían romper con lo tradicional sin contribuir al hacerlo con la fundación de regímenes delirantes y regresivos. Un personaje como Macron no lo fabrica España, donde la gestión de la bronca se la quedaron los ultras.