JUAN VAN-HALEN-El Debate
  • Vivimos una enorme confusión histórica y desde ella se mantienen los mayores disparates, ignorando lo que no gusta

Comienzo, para no olvidarme, citando a la inefable María Jesús Montero. En un mitin, refiriéndose a Ayuso, tras tildar de «miserable» a su pareja, gritó: «En política no se puede mentir; en política si uno se desmiente o uno se equivoca debe dimitir». Y no se le escapó una carcajada. El público que era sumiso aplaudió el disparate. Sánchez no hace otra cosa que mentir, para él «cambiar de opinión», y eso le parece de perlas a la ministra. En otro mitin Sánchez denunció que se quiera «reescribir la historia mutilándola», que es precisamente lo que él ha hecho desde una ley maniquea que no pedía nadie. Y al jefe de los mentirosos, a cuyo paso se inclina genuflexo hasta Pinocho, no se le ha ocurrido dimitir. Ni por mentir ni por tantas otras cosas que lo hubiesen exigido si fuésemos una democracia normal.

Está de nuevo en primer plano el buenismo de la derecha. Parece que se duda de la citación o no de Begoña Gómez en la Comisión de investigación del Senado. Comprendo la intención caballerosa de Feijóo pero no creo que se deba tener la más mínima duda en citar a Begoña Gómez. No es la citación del familiar de un político sino de la protagonista de unos hechos que hay que aclarar. Se la citaría para que explicase lo que hasta ahora no ha explicado nadie. Se la citaría por las actividades personales laborales que hubieran podido ser favorecidas por su posición familiar y en un caso global de corrupción. Más aún tras conocerse sus cartas de recomendación para favorecer a empresas, y que ella misma recibió una subvención directa. Son las cuestiones que hay que aclarar. La responsabilidad de la oposición es investigar resulte cómodo o incómodo.
Siempre que el PP ha sido amable con la izquierda ha recibido un bofetón político. A buenas palabras y a propuestas razonables el PSOE ha respondido con insultos y descalificaciones. No citar a Begoña Gómez en la Comisión sería, sin conocer su versión, tapar lo que hubiese podido hacer y, por omisión, convertirse en cómplices involuntarios y tontos útiles. Hay que escucharla desde el máximo respeto a la presunción de inocencia. El señorío de Feijóo no se corresponde con la actitud del PSOE. Ha intentado involucrar a la mujer de Feijóo con un caso inventado como se demostró, por no hablar de la persecución al padre, al hermano y ahora al novio de Ayuso cuando ni siquiera lo era. Además, Begoña Gómez es el objeto de las explicaciones no por ser mujer de alguien sino por el protagonismo de lo investigado.
La maldad del socialismo es eficaz, contrariamente a lo que ocurre con el buenismo inútil de la derecha. Felipe González acaba de declarar a Cebrián: «El PSOE ha renunciado a tener un proyecto nacional, un proyecto de país». Y esa es precisamente su eficacia para lo que quiere Sánchez, heredado de Zapatero, que no es tener un proyecto sino sencillamente gobernar sea como sea, sin importar las renuncias ideológicas ni el precio a pagar en ética o en dignidad. Gobernar para que no haya alternativa. Una negación de la democracia en el camino de la Venezuela de Maduro o de la Nicaragua de Ortega.
Después de las presidencias de González y Aznar, Zapatero, que llegó a Moncloa tras una manipulación de libro del mayor atentado terrorista en suelo europeo, entendió al menos cuatro cuestiones que cambiarían sustancialmente la política democrática como la conocíamos, y que trasladó como herencia a Sánchez, su discípulo:
1º- Para gobernar no es necesario ganar las elecciones, sólo hay que estar dispuesto a pactar con quien sea, de lo que sea y al precio que sea. La ideología no es importante; lo fundamental es el poder.
2º- Con la utilización y empuje de los nacionalismos vasco y catalán, tengan el origen o condición que sea, se reducen las posibilidades electorales del PP en estos territorios y se hace muy difícil que pueda llegar a una mayoría absoluta. De cómo fue fagocitado el PNV es buena prueba que unos días después de apoyar a Rajoy en los Presupuestos, el PNV diese sus votos a Sánchez en la moción de censura. Fue una orden de Andoni Ortuzar que sorprendió a los parlamentarios peneuvistas en Madrid.
3º- Para deslegitimar la alternativa había que deslegitimar la Transición como producto del franquismo. El PSOE era heredero de la II República y de ella le llega la legitimidad democrática, un régimen «angelical e idílico». Y el PP era heredero del franquismo, «dictadura horripilante». Al preparar la primera ley de Memoria Democrática, Zapatero ya se percató de la importancia de manipular la Historia, de reescribirla. Y siguieron ese camino.
4º- Luego la existencia de Vox y los complejos de la derecha dieron ocasión al PSOE de denunciar a Vox como extremista y aliado necesario del PP. Es una patraña porque Vox es un partido democrático y constitucional. Bildu, PNV, ERC y Junts no son precisamente constitucionales, y el PNV y Junts tampoco son progresistas sino derecha dura, incluso racista, mientras a Sánchez se le llena la boca con su falsa «coalición de progreso».
Sánchez quiere gobernar siempre. Lo que dicen González o Page no pasa de ser un hermoso crotoreo de cigüeñas. Sánchez no tiene contrapesos en Ferraz. Vivimos una enorme confusión histórica y desde ella se mantienen los mayores disparates, ignorando lo que no gusta. Bolaños fue a Guernica pero no a Cabra, dos ciudades que padecieron grandes bombardeos por aviones de distinta bandera. Sánchez fue a revisar huesos de víctimas -por cierto, nacionales- al Valle de los Caídos, pero no se le espera en Paracuellos. A ese tic histórico lo llama Enzo Traverso, inteligente pensador marxista: «melancolía de la izquierda». Ya trataré de ello.