Bueno, pues ‘molt bé’, pues adiós

José Antonio Zarzalejos-El Confidencial

Trapero era el hombre, el icono, la referencia, la representación del poder «duro» de una Cataluña republicana e independiente

Fue el 22 de agosto de 2017. El mayor de los Mossos d´Escuadra, Josep Lluís Trapero, comparecía en rueda de prensa acompañando a los consejeros de Interior y de Justicia del Gobierno catalán, Joaquim Forn y Carlos Mundó, respectivamente. El mando policial se negó a contestar en castellano a la pregunta de un periodista que, ante la respuesta obtenida, decidió ausentarse. Trapero lo despidió displicentemente con la frase bilingüe que fue ‘tending topic’ en Twitter y que se convirtió en un ‘hashtag’ profusamente utilizado: «#Bueno, pues molt bé, pues adiós». Aquellos fueron días en los que este policía cincuentón, con buena formación académica, experiencia y ambición profesional, se convirtió en un icono del independentismo catalán.

Trapero logró que los catalanes pasaran de retener en su imaginario colectivo la denuncia a su policía plasmada en el documental de culto titulado ‘Ciutat Morta’ (un abrasador relato de brutalidad de los Mossos) y que se financió con una amplia campaña de micromecenazgo, a que los ciudadanos abrazaran a los agentes y depositaran flores en los vehículos policiales tras abatir los Mossos en Barcelona y Cambrils a los terroristas yihadistas que en agosto de 2017 asesinaron a 16 personas y dejaron 131 heridos. Trapero era el hombre, el icono, la referencia, la representación del poder «duro» de una Cataluña republicana e independiente.

El mayor de los Mossos, no solo consiguió con esa frase indolente y un tanto despectiva entusiasmar a los catalanes independentistas, sino que, además, en torno a su imagen se puso en producción un ‘merchandising’ secesionista de gran éxito. Para recordarlo, hay que recuperar aquella fotografía de Jordi Sànchez —ahora juzgado por un presunto delito de rebelión— enfundado en una camiseta verde con el rostro de Trapero en la pechera y su ya célebre frase bilingüe. Las conocidas como «camisetas Trapero» causaron auténtico furor separatista. Sus precios llegaron a dispararse. Superaron los 20 euros y en algunos lugares de Cataluña, como en Ripoll, municipio en el que se instaló la célula terrorista que desmantelaron los Mossos, hubo lista de espera para adquirirlas.

Aquellas fechas del verano de 2017 —tras la comprobación del carácter integral de la policía catalana— el secesionismo hiperventilaba enfatizando el desafío al Estado, sobredimensionando la épica del proceso soberanista y mostrando a sólidos referentes como Josep Lluís Trapero. El mando policial, además, resultaba, por trayectoria vital, una síntesis muy del gusto independentista: hijo de castellanos emigrados cuya identidad actual parecía ser incompatible con la de sus ancestros. El mayor de los Mossos era, así, la unidad de medida del ‘procés’ porque reunía en su persona todos los atributos que querían los ideólogos del fracasado intento de secesión.

Trapero era la unidad de medida del ‘procés’ porque reunía en su persona todos los atributos que querían los ideólogos del intento de secesión

Ya relaté el pasado jueves en este blog cómo Trapero era un benemérito miembro de los ambientes más puramente independentistas. Su confraternización festiva en Cadaqués, en agosto de 2016, con Puigdemont en la casa veraniega de Pilar Rahola, le confería al que entonces era comisario jefe de los Mossos un marchamo de autenticidad secesionista que parecía inmarcesible. Tras aquellas imágenes y después de su comportamiento durante los graves incidentes de septiembre y octubre de 2017 y su procesamiento en la Audiencia Nacional por un presunto delito de rebelión, acabamos de descubrir a otro exmayor de los Mossos d´Escuadra.

El ‘nuevo’ Trapero, según su declaración testifical ante la Sala Segunda del Supremo, y por tanto hecha bajo promesa de decir verdad, estaba en realidad tan adherido a la Constitución española, a las leyes vigentes y a las órdenes de los jueces, que hasta preparó un plan para detener a Puigdemont y a todo su Gobierno el 27 de octubre de 2017, lo que no hizo por omisión de una orden judicial para ejecutar el plan que tenía preparado desde 48 horas antes de la declaración unilateral de independencia.

Tan pasmados con la declaración de Trapero deben estar los constitucionalistas como los separatistas, aunque por razones completamente opuestas. Y perplejos Diego Pérez de los Cobos, José Antonio Nieto, Enric Millo, y los responsables de la Guardia Civil y de la Policía Nacional en Cataluña, que trataron de impedir el referéndum ilegal, y que no recibieron del entonces mayor de los Mossos la colaboración que debió producirse de haber sido Trapero coherente con sus advertencias a Puigdemont y con la irresponsabilidad, por él apreciada, de su consejero, Joaquim Forn.

Cuando hoy, el presidente vicario de la Generalitat recorra el trayecto que va de Atocha a Cibeles para reclamar la autodeterminación y protestar contra el juicio en el Supremo, debería ser consciente de que el derrumbe de Trapero en el imaginario independentista resulta un epítome perfecto de la falsedad del proceso soberanista, de la frivolidad de sus ejecutantes y de la cobardía de sus más directos responsables. O en otras palabras: de la necesidad de acabar ya con esa realidad mágica e irredenta de la republica catalana. Torra —en su carácter vicario— no representa ninguna legitimidad. Muy por el contrario, es el activista insomne al que los muchos Traperos del ‘procés’ están dejando en ridículo. Se impone, visto lo visto, reiterar la frase bilingüe del «irresistible» exmayor de los Mossos: «Pues molt bé, pues adiós». Una frase que si apuntaló la terquedad «procesista», debiera servir para dejar de persistir en el error.