ARCADI ESPADA, EL MUNDO – 17/01/15
· Querido J: Ahora imagínate, mi añorado amigo, que un líder musulmán hubiera declarado, después de Charlie Hebdo: «Si alguien dice una mala palabra sobre mi madre, puede esperar un puñetazo. Uno no puede provocar, no se puede insultar la fe de los demás, uno no puede burlarse de la fe.» Pero el que lo declaró fue el Papa Francisco.
Ahora observa el motivo por el que el cómico Dieudonné M’bala fue detenido el otro día en París y va a ser juzgado por un presunto delito de apología del terrorismo. Dijo Dieudonné: «Yo soy Charlie Coulibaly.» Una frase que parodia, obviamente, el «Yo soy Charlie Hebdo», pero que resulta de interpretación oscura. Amédy Coulibaly se llamaba el terrorista que mató a una policía municipal, irrumpió en un supermercado judío y asesinó a cuatro de sus rehenes antes de que la policía francesa lo liquidara. Es probable que Dieudonné lo considere tan víctima como las demás y de ahí su sincrético Charlie Coulibaly. Él sabrá.
Ahora bien. Si Dieudonné (que aunque lo parezca en estas tesituras no es nombre artístico, a diferencia del de Francisco) hubiese dicho, encogiéndose de hombros y a propósito de la matanza de Charlie Hebdo: «Si alguien dice una mala palabra sobre mi madre puede esperar un puñetazo», su justificación del terrorismo habría sido mucho menos alegórica. Y las probabilidades de una condena mucho mayores, razonablemente, que la que arriesga esa repugnante equidistancia entre Coulibaly y sus víctimas.
Pero que yo sepa, nadie se ha planteado llevar al Papa Francisco ante los tribunales. Llevar a un Papa ante los tribunales es difícil: tal vez sea el jefe de Estado más inmune. El último que lo intentó con un Papa (Benedicto) fue el añorado Hitchens a propósito de los curas pederastas. Aunque, francamente, creo que su base acusatoria era mucho más endeble. Nadie se ha planteado llevar al Papa ante el mismo tribunal francés que va a juzgar a Dieudonné, desde luego; pero es que ni siquiera van a llevarlo ante el tribunal de la opinión pública. La reacción de la opinión ante las afirmaciones más escandalosamente inmorales que un Papa moderno haya pronunciado ha sido tenue. El hecho es duro de asumir en España, que es el país que más sabe de terrorismo y de sus inmoralidades. Estoy ahora pensando que si ningún Papa dijo, sobre el cadáver de José Luis López de Lacalle o sobre la caja de puros que iba a explotarle en las manos a Carlos Herrera, «Te lo buscaste» es porque sus críticas y burlas se refirieron siempre a la Mater Vasca y no a la Mater Maria, y no por el hecho esencial de que a ninguna «mala palabra» debe corresponderle una bala. Y espero que nadie objete aquí diferencias de grado entre la Mater Vasca y la Mater María. Siguiendo al Papa, cada uno tiene su madre y su puñetazo.
Entre los silencios más dolorosos ante el tout comprendre, tout confondre, tout pardonner papal está el de los católicos. ¿No se han cansado muchos de ellos de reprocharle a los musulmanes su inhibición ante el crimen? ¿Y qué han hecho ellos ante la desmoralizante comprensión papal de la violencia? Habrá acaso que traerles la reacción del arzobispo de Canterbury, el jefe de la iglesia anglicana, para no ponerles el ejemplo de ningún ateo disolvente?: «Este es un acto de la más extraordinaria brutalidad y barbarie. Esta violencia es demoníaca en su agresión a los inocentes, y cobarde en su negación del derecho humano básico a la libertad de expresión. El pueblo de Francia, un país en el que he vivido, que conozco y que amo, se sobrepondrá valientemente al desafío de este vil ataque y seguirá demostrando la fortaleza y la confianza que surgen de su extraordinaria historia. Nuestras oraciones y pensamientos están especialmente con aquellos que han sido asesinados y heridos y sus familias. Rezo también por aquellos que participan en la persecución de los terroristas.»
El anglicano y, justo es reconocerlo, también algunos jesuitas: la revista Études, que ha publicado viejas caricaturas anticatólicas de Charlie Hebdo en solidaridad con las víctimas, y otros grupos, en Francia y en Perú, que se han hecho también, digna y noblemente, lo mismo. Entre las reacciones críticas cabe destacar asimismo el sutil ejemplo español del escritor Juan Manuel de Prada que a su oblicuo modo de chanza, ¡ay, tan mal entendido siempre!, ha escrito que «el laicismo [hebdomadaire] es una expresión demente de la razón que pretende confinar la fe en lo subjetivo, convirtiendo el ámbito público en un zoco donde la fe puede ser ultrajada y escarnecida hasta el paroxismo, como expresión de la sacrosanta libertad de expresión.» Pero han sido reacciones minoritarias en un paisaje moral dominado por una inhibición que se ha visto facilitada, además, por las características especiales de este Papa. La derecha porque dios le libre y la izquierda por poverella han blindado a Francisco de un modo inédito en la reciente historia de la Iglesia.
Verás, querido amigo, que el episodio no solo revela la peculiar noción que el Papa Francisco tiene sobre la legítima defensa y sobre la relación entre las palabras y los puños. En realidad lo más abyecto es el oportunismo. El aprovechamiento de la matanza de París para lanzar una gélida y dogmática advertencia a los burlones. Hay algo mucho peor que comprender a los asesinos y es comprender, absolutamente y en toda su extensión, a sus víctimas.
ARCADI ESPADA, EL MUNDO – 17/01/15