El Correo- TONIA ETXARRI

Cuanto antes se reconozca que Cataluña va a peor, antes se encontrará la salida del laberinto

No ha habido veraneo político. Nuestros representantes han tenido que sortear las llegadas de inmigrantes tratados de forma desigual y la exhumación de Franco abordada con una urgencia inusitada al cabo de 43 años. Una polémica que ha llegado a provocar la publicación de noticias falsas como la presunta alineación de intelectuales de izquierdas y derechas, progresistas y conservadores, con fundaciones franquistas. En Euskadi, la recolocación de los nacionalistas con el debate sobre el nuevo Estatuto (Urkullu, un paso adelante hacia el consenso; el PNV, dos pasos atrás). Y Cataluña. Siempre Cataluña. Y es entonces cuando aparecen los ‘brindis al sol’. Las llamadas a la concordia suenan bien. Pero si el destinatario de esos emplazamientos es el president Quim Torra, el gesto se queda expuesto en el escaparate y solo generará frustración.

Cataluña está cada día un poco peor. Lo admiten los escasos nacionalistas moderados que quedan. Y cuanto antes se reconozca, antes se avanzará en un diagnóstico certero. Los episodios de enfrentamientos en la calle se han agravado desde que los ciudadanos, hartos de tanta simbología separatista ocupando el espacio público, decidieran quitar los lazos amarillos que se volvieron sogas.

La convivencia va degenerando. ¿Cómo han podido llegar a las manos?, se preguntan quienes buscan instalarse en una errónea equidistancia entre el Gobierno catalán y el Estado. Cuando el punto de inflexión de este despropósito se sitúa en el momento en que los cargos públicos catalanes optaron por incumplir la legalidad y dar un golpe a la Constitución. Ahí está la disyuntiva. Entre quienes vulneraron las normas y quienes respetan el marco democrático. El mismo presidente de la Generalitat se presenta como un activista más. Es cercano a los llamados CDR ( Comités para la Defensa de la República), a los que anima a la agitación en cuanto se le presenta una oportunidad. En sus manos está el gobierno de una comunidad enfrentada que ha cerrado el Parlamento a cal y canto hasta octubre para impedir que los diputados de la oposición hagan uso de sus derechos. Los secesionistas no tienen interés en lograr la distensión. Al contrario. Ignasi Guardans, que se conoce a sus clásicos por haber militado en la antigua Convergència i Unió durante muchos años, señala a los responsables de tanto desvarío: «Los que han empezado todo este proceso».

Un ‘procés’ que recobrará fuerza de agitación y propaganda rupturista las próximas semanas. La Generalitat necesita avivar el fuego con mayor intensidad que la de la megafonía del Ayuntamiento de Vic en donde cada tarde una voz –que recuerda la de un muecín llamando a la oración o la de un líder totalitario a la usanza norcoreana– alecciona a los viandantes para que no bajen la guardia.

Los gobernantes catalanes se reúnen en comisiones bilaterales con el Gobierno central. Cierto. Pero Torra, delegado de Puigdemont, quiere rebelión en las calles. Por eso llama a desobedecer la sentencia del Tribunal Supremo sobre los acusados del ‘procés’ cuando se produzca. Como si quisiera reproducir los episodios ya vividos el año pasado. Mañana martes está previsto que el mandatario nacionalista catalán lance un ultimátum al Ejecutivo de Pedro Sánchez. O referéndum o referéndum. Son lentejas. Por esa situación ya pasó Mariano Rajoy con Puigdemont. El presidente del Gobierno del PP contestó a la Generalitat lo mismo que ahora su sucesor. Que todo diálogo es posible dentro del marco constitucional. Y como un referéndum para trocear España no está contemplado en la Carta Magna, el pulso acabó con la intervención de la autonomía, veinticinco procesados y siete fugados de la Justicia.

El nuevo presidente se presenta como más condescendiente que su antecesor. Pero tiene sus mismos límites: la legalidad constitucional. ¿Los mismos problemas en Cataluña con distintos gobernantes? Mientras Pedro Sánchez confía en que Quim Torra no pase de las palabras a los hechos, ERC sigue dando muestras de mayor pragmatismo que los seguidores de Puigdemont. Pero su apuesta, a pesar de que el lehendakari Urkullu está intentando recuperar su papel de mediador, no ha superado el fracaso. El presidente del Gobierno amaga con volver aplicar el 155 si los independentistas siguen apostando por la ruptura unilateral pero los necesita para seguir en La Moncloa. Todo un dilema. Solo tiene 84 escaños en el Congreso. Ésa es su desventaja.