Tres discapacitados en el Gobierno
Alguna mente preclara dio en pensar que el artículo 49 de la Constitución estaba mal y había que cambiarlo. ¿Y qué es lo que estaba mal, si puede saberse? El texto señalado dice: “Los poderes públicos realizarán una política de previsión, tratamiento, rehabilitación e integración de los disminuidos físicos, sensoriales y psíquicos, etc.” Pues lo que está mal, fundamentalmente, es el término ‘disminuidos’ y de ahí que nos propongan una reforma constitucional para sustituirlo por otro más correcto, políticamente hablando, que es ‘discapacitados’.
Arcadi Espada calificaba justamente de “ridículos” a los inventores y consideraba sinónimas las dos palabras. Uno no cierta a ver la diferencia sustancial entre uno y otro término, porque lo relevante en ambos es el prefijo ‘dis’, que es lo que viene a establecer una pérdida con respecto a la capacidad o la integridad de lo que se tuvo ex ante. Se me ocurre poner un ejemplo en la tropa que secunda a Pedro Sánchez en el Gobierno de la Nación. ¿Sería pertinente llamarles ‘disminuidos’ o ‘discapacitados’? Piensen en Irene Montero, en Ione Belarra, en María Jesús Montero, recién ascendida para ocupar el hueco vicepresidencial de Nadia Calviño, en Pilar Alegría, Yolanda Díaz, Sira Rego, Oscar Puente, Isabel Rodríguez, Mónica García y los dos últimos responsables de Cultura: Miquel Iceta y Ernest Urtasun. Ninguno de los citados puede ser tachado de disminuido o discapacitado. Todos ellos ya venían así de casa.
Cabría establecer tres excepciones. El ministro ‘Tres en Uno’, Félix Bolaños, el Poncio de Interior, Fernando Grande (por parte de padre) y Marlasca (por parte de madre), y Margarita (está linda la mar). Los tres eran gente con estudios y con una cierta vida intelectual antes de sentirse arrebatados por Sánchez. Quién los ha visto y quién los ve. Ellos son los ministros a los que cabría tildar de discapacitados. O de disminuidos, que yo ya no sé.
Sin embargo, creo que sería pertinente aplicar a todos los miembros de la familia socialista cualquiera de los dos prefijos, disminuidos o discapacitados, siempre que vayan acompañados del calificativo ‘morales’. Yo conocí a socialistas decentes, pero estoy hablando del pasado. Hoy los socialistas con raigambre moral han sido víctimas de ETA o han abandonado la cuadrilla.
Recuerdo una aportación de Zapatero en su esplendor presidencial, visitando un centro de discapacitados en el que dijo que “no se puede decir discapacitados porque el lenguaje discrimina a las personas”. Ya se había adelantado al momento presente. El lenguaje políticamente correcto tiene la misión de enmascarar y velar conceptos hasta que el término nuevo revela su significado. A los que ahora van a llamar sus señorías ‘discapacitados intelectuales’ se les empezó llamando ‘tontos’. «Mi señorito Vicente, es tontito, el pobre», decía Ángel Álvarez a su amigo Pepe Isbert en «El cochecito», gran película de Marco Ferreri.
Después pasaron a ser ‘mongólicos’, ‘retrasados mentales’, ‘subnormales’, ‘discapacitados intelectuales’ y ‘afectados por el síndrome de Down’. Lo último ha sido ‘personas con trisomía 21’ y será motivo de una futura reforma constitucional del artículo 49. Cuánto imbécil, madre mía.