Cabezonadas

Ignacio Camacho-ABC

  • Yerra la ministra de Hacienda. La porfía de Iglesias no es una demostración de testarudez sino de fuerza

No es que sea cabezón, como le dijo ayer María Jesús Montero, es que se sabe fuerte porque tiene interlocución directa con el presidente. Y cuando encuentra trabas en los ministros «técnicos» los resuelve haciéndoles un puente. Sánchez le envía primero a su gente para forcejear y al final siempre cede. Iglesias gana todos los pulsos todas las veces; ha ido volcando la correlación de fuerzas desde una posición en apariencia más endeble y a base de crear conflictos ha logrado convertirse en el eje sobre el que gira toda la agenda del Gabinete. Desde el principio entendió que su supervivencia pasaba por hacerse influyente y que mientras le garantice a su socio la permanencia en el poder puede poner

a todo el Ejecutivo al servicio de sus propios intereses. Calvo, Calviño, Campo, Robles, Escrivá, la misma Montero, ofrecen una resistencia muy débil, una leve oposición que indefectiblemente se disuelve ante el dictátum último del jefe.

La paradoja consiste en que un partido que no deja de caer en los sondeos (el más reciente, de ayer mismo, le vaticina quince escaños menos) es el que está determinando la acción y la estrategia del Gobierno y al que Sánchez ha concedido el privilegio de gestionar la mayoría necesaria para aprobar los Presupuestos. Podemos impone al PSOE el acoso a la Corona, el secuestro de la Justicia, el blanqueo de Bildu, y le acabará también imponiendo la subida del salario mínimo, los indultos al independentismo o el sesgo de las leyes de género. Tiempo al tiempo. La vocación institucionalista de la socialdemocracia se ha disuelto; apenas subsiste en dos o tres barones territoriales y en los titulares de unos cuantos ministerios mientras crece la podemización del aparato de la Presidencia y del grupo pretoriano del Congreso. Y si ocasionalmente surge alguna vaga tentativa de recuperar la autonomía de criterio, el «cabezón» se planta en Moncloa, pide audiencia al líder y se lo lleva al huerto. No por pesado ni por terco sino porque tiene la llave del mandato entero y sabe cómo y cuándo usarla para ejecutar su proyecto.

Yerra la ministra de Hacienda. La porfía de Iglesias no obedece a un impulso de testarudez sino a una demostración de fuerza. Y por cierto, en el supuesto de que le importe, la va a perder ella, como sus colegas han perdido todas las anteriores disputas internas. Por falta de entereza frente a un rival que ha hecho del antagonismo y de la discordia un método de subsistencia y que concibe la política como una confrontación perpetua. Y sobre todo, por la incómoda evidencia de que el presidente acepta ese juego y se muestra complaciente con la deriva antisistema para mantener la cohesión del frente de izquierdas. De lo que estos ministros supuesta o comparativamente sensatos no se dan cuenta es de que el problema no está en la cabezonería de Iglesias sino en la existencia de un Gobierno con dos cabezas.