Juan Carlos Viloria-El Correo

En democracia todo el mundo tiene derecho a indignarse o encolerizarse

El movimiento de las cacerolas, cuya extensión, origen y musculatura están aún por precisar, indica el estado de malestar en una parte de la sociedad. No parece realista especular con que su objetivo sea derribar al Gobierno. Más bien parece que esas concentraciones son la secuela de la angustia, el temor o la indignación de un segmento social muy crítico con la política gubernamental. Pero como es imposible recoger la leche derramada al menos parecen decididos a presionar para que Sánchez corrija el tiro. Digamos que son movilizaciones a título preventivo. Para frenar la tentación de Sánchez e Iglesias de lanzarse a una deriva fiscal expropiatoria y a una política de fuerte control social bajo el manto del «interés general». Patriotismo fiscal lo ha bautizado ya el vicepresidente en un eufemismo que pone los pelos de punta. Si ganan en el Consejo los ministros con aspiraciones igualitarias y antiélites, el panorama después de la batalla puede ser un desastre para la iniciativa privada, el ahorro y el patrimonio. Y las reglas del libre mercado crujirán en sus cimientos. Se podría diagnosticar este descenso a la calle con cacerolas y banderas españolas como la derecha indignada. O, simplemente, gente indignada. En democracia todo el mundo tiene derecho a indignarse, irritarse o encolerizarse.

Pero se equivoca el vigilante de guardia de Podemos cuando caricaturiza la protesta intentando excluir a sus integrantes de los derechos fundamentales por el delito de ser ricos, ‘cayetanos’, jugadores de golf y/o hemofílicos. Porque ese estrépito de la calle indica que ahí no está la oligarquía, sino las clases medias empobrecidas o al borde del precipicio económico y fiscal. El recuerdo del tajazo fiscal que les sacudió Montoro con la crisis de 2008 ha servido ahora de medicina preventiva. Lo acaba de reconocer el gobernador del Banco de España. Con el ‘impuesto a los ricos’ no da ni para pipas. El embeleco de que paguen los ricos y otros guiñoles a los que es muy aficionado el jefe de Podemos no responde al principio de realidad. El gobernador del Banco de España lo ha dicho con crudeza. Ni la tasa Google, ni los fondos europeos son suficientes para financiar la que se nos viene encima.

Así que ya ha citado la madre del cordero: IRPF, IVA, Impuesto de Sociedades. Y eso no lo pagan los ricos, lo pagan los asalariados, autónomos, profesionales. La gente. De momento salen a la calle apenas unos miles. Pero cuando a las urgencias económicas se sumen los del lazo amarillo y pensionistas, sanitarios… empiecen a decir ‘qué hay de lo mío’, se puede montar una tenaza que ahogue al Gobierno. Hay que esperar que esto no se convierta en un movimiento estilo chalecos amarillos’ que han hecho de la algarada su principal seña de identidad.