Caín

Juan Carlos Girauta-ABC

  • «No era, claro, puro cabreo. Lo de Casado fue una decisión estratégica. Quien le orientara hacia ella le ha empujado al suicidio político, aunque, mientras duren las alabanzas en todos los medios, no lo percibirá. Tratar de aplastar con artillería ideológica ajena a la única persona que algún día puede hacerte presidente no parece muy inteligente»

¿De verdad el vencedor de la moción de censura ha sido Pablo Casado? Quiero decir más allá de los papeles, de la burbuja político-mediática. ¿Quemar los puentes con los votantes de Vox lo consolida como alternativa real, viable, a Sánchez? ¿Poner un cordón sanitario a varios millones de españoles cuyo voto mantiene en el poder a Ayuso y a Almeida, a Moreno Bonilla y a López Miras es una buena idea?

Solo se puede responder afirmativamente a esas preguntas desde la convicción de que Vox es una incomodidad pasajera. Que sus votos son prestados, que se irán (que se están yendo ya) al PP una vez Casado ha aclarado que se trata de un partido despreciable -«el de la España grande y libre», o sea franquista- y que su presidente es más despreciable aún, pues «pisotea la sangre de las víctimas del terrorismo».

No es la convicción de quien firma, qué le vamos a hacer. Lejos de ser un fenómeno pasajero, Vox se acaba de consolidar, gracias a Casado, como la opción de la España humillada y ofendida, la escarnecida por cómo es o por lo que se supone que quiere hacer (olvidando lo que efectivamente hace, que es dejar gobernar al PP y Ciudadanos). Una España que generalmente llega caricaturizada pese a ser la tercera opción política nacional. Gente que no se calla ante el articuladísimo (y vacuo) discurso de la izquierda que PP y Cs renunciaron a combatir. Es fácil burlarse de ellos; aún carecen de un discurso propio lo bastante poderoso y sutil. Pero ese discurso lo aprenderán, y en cuanto los diputados del PP hayan acabado de reírse tendrán que abandonar sus escaños en favor de los humillados.

Identificar con el franquismo a esos tres millones y medio de españoles (cuando a ti te han votado cinco) y situar al PP en un punto imposible que equidista de Vox y de Podemos es un gravísimo error que deja expedito para Abascal un terreno que la semana pasada era del PP. Casado pudo ponerse de perfil en la moción, pero optó por una agresión a dentelladas, que, para bien de madrileños, andaluces y murcianos, Abascal no repelió a modo.

No era, claro, puro cabreo. Lo de Casado fue una decisión estratégica. Quien le orientara hacia ella le ha empujado al suicidio político, aunque, mientras duren las alabanzas en todos los medios, no lo percibirá. Tratar de aplastar con artillería ideológica ajena a la única persona que algún día puede hacerte presidente no parece muy inteligente. Salvo que, efectivamente, lo aplastes. ¿Todavía cree alguien que ese es el caso? El presidente del PP decidió su futuro, pero también el de España. Y no pinta bien.

Aun errado, pudo haber sido frío. Pero prefirió mostrar un odio que no puede sentir, odio mientras clamaba contra el odio, un odio que le es ajeno y al que él se suma para ser uno más en el sistema, admitido, respetado, uno al que ya se le reconozca la futura presidencia. Y con ello la ha abortado. No debe ser fácil linchar a tu hermano de linchamiento, ponerse del lado de los que te estaban expulsando de lo aceptable hace media hora. Usar el espantajo fascista que agitan los socios de los fascistas de verdad. ¡Cómo gozaron los que tanto han usado a su partido, a su gente y él como payaso de las bofetadas! Casado salió corriendo del lugar de su lapidación para agarrar una piedra y arrojarla contra Abascal con más furia que nadie, siendo muy aplaudido.

Regresen a la realidad. Vox va a seguir existiendo y Abascal no es el muñeco del pimpampum que se han figurado. Tuvo la cintura suficiente para no seguir a Casado en el combate en el fango. Por el contrario, tranquilizó a millones de españoles prometiendo no jugar a la destrucción en las autonomías donde sostiene a los presidentes del PP. Y el día después del escogido por Casado para sacrificarlo cual chivo expiatorio y ganarse su integración en la tribu, comunicó que ahora deberá dirigirse a muchos más españoles, y que eso supondrá cambios programáticos y discursivos. Si afina sus argumentos sobre Europa, si se olvida de Soros y de las conspiraciones, si a partir de ahora prefiere el silencio a la improvisación, ¿quién acabará siendo «el auténtico líder de la derecha»? ¿Quiere Casado liderar lo que le avergüenza?

El PP se ha refundado, dicen. Pues ha conseguido lo contrario que Aznar cuando refundó AP: romper la derecha en dos bloques irreconciliables. Y así no se le ganan elecciones a la izquierda. Un precio demasiado caro para ser bendecido por los medios del Ibex. Tan caro que se ha quedado sin crédito después de presentar a Vox como un peligro equiparable, o peor, al del frente que nos gobierna contra la Constitución, contra la Monarquía, por la impunidad de los golpistas, por el blanqueamiento de la ETA y por el control del Poder Judicial. Pero fíjate: «Vox es parte del bloque de la ruptura» y «toda España ha visto que Abascal es el socio en la sombra de este gobierno».

El socio en la sombra del sanchismo fue el hombre que permitió su advenimiento pudiendo evitarlo: Mariano Rajoy. Más concretamente el bolso de SSS. Y son los del pacto por la democracia proetarra, no Vox, quienes están demoliendo la democracia española. Equiparar a Abascal con esa tropa es una injusticia clamorosa. La sensación empeora cuando pensamos en la alegría de Pablo Iglesias al darle a Casado la bienvenida al gran consenso de la putrefacción del Estado de Derecho, al entregarle su carné de demócrata y al compararlo con Cánovas. ¿Quién es Angiolillo?

Que se mire al espejo el señor Casado y se pregunte qué habría hecho su grupo si la lista de las víctimas mortales de ETA la hubiera leído Sánchez. Todos lo sabemos: se habrían puesto en pie. Y con eso está todo dicho.Juan Carlos Girauta