Santiago González, EL MUNDO 31/12/12
Después de leer el mensaje de Artur Mas, cada discurso del Rey en Nochebuena me parecerá escrito por Spinoza y cada canutazo de Cospedal un texto de María Zambrano. No es improbable que el mensaje se lo haya escrito él, personalmente en persona. Podría habérselo pedido a Rubert de Ventós, que ya se proclamaba independentista mientras era senador del PSC, todo hombre de pensamiento esconde un Chesterton en su gusto por la paradoja. Lean ésta: «Amo a España, por eso quiero separarme».
Uno esperaba algo más vistoso, un discurso vibrante, una arenga, ‘ara es l’hora, catalans’, algo que excitara los sentidos y dejara en barbecho la cabeza, pero no ha habido suerte. El discurso de Mas son 800 palabras, cinco minutos de cháchara que encadenaban todos los tópicos imaginables, máximas que parecían sacadas del Calendario Zaragozano: cuando se acaba un año, las personas acostumbramos a hacer buenos propósitos, pues «los mismos buenos propósitos que nos hacemos las personas valen también para los países; en nuestro caso, para nuestro país, Cataluña». Quien lucha, puede ganar o perder. «Pero quien no lucha ya ha perdido». «No hay proyecto nacional sin proyecto social, ni proyecto social sin proyecto nacional». «Que la dureza de los tiempos actuales no dañe ni entierre nuestra esperanza». La esperanza, esa cosa con plumas. Emily Dickinson leída por Woody Allen. Y todo en este plan.
Pero, vamos a ver, ¿qué tiene este lenguaje que ver con la decisión, sí o sí, de partir peras con España? Hombre, no es que a uno le haya parecido fascinante la revelación de su número dos, el hombre fuerte de Mas en el Govern: «La sentencia de muerte, Madrid ya hace tiempo que nos la ha dictado». Lo de Homs parece un síntoma claro de paranoia, pero expresa una percepción de la realidad que no admite otro tratamiento que la ruptura.
El discurso del president es un autorretrato, el que define a su persona, a un hombre que fue a un notario para que diera fe de sus intenciones de pacto, del candidato que fue a Moscú a darse un baño de relaciones internacionales y no ser recibido por ninguna autoridad de cierta altura, al mismo que pidió una mayoría excepcional para la independencia y perdió la quinta parte de los escaños que tenía, y que ahora recuerda ese lance como una prueba de que Cataluña es un país comprometido e ilusionado con el futuro, como lo demuestra el hecho de que el 25-N tuvieron la participación más alta desde 1980. Habría que matizar: en 1980 hubo 8,22 puntos menos de participación. O sea, que fue la más alta, sin referencias temporales. Pero con tanto compromiso, su partido, CiU, obtuvo los peores resultados, éstos sí, (30,68%) desde 1980 (27,68%). Fue el mismo que prometió a sus conciudadanos que la UE admitiría a Cataluña como Estado y fue desmentido por el presidente de la Comisión, Durão Barroso y por el anterior, Romano Prodi; por dos vicepresidentes y por todos los observadores que se han expresado al respecto fuera del nacionalismo catalán.
Este tipo se verá a sí mismo como Braveheart, pero ha hecho el discurso de Navidad de Calimero.
Santiago González, EL MUNDO 31/12/12