Antonio Rivera-El Correo
Es máxima ignaciana la de que en tiempos de turbación no convienen los cambios; así la proclamó Arzalluz en la asamblea de Zestoa de 1987, cuando se rompió su partido. Los tiempos que corren son antesala de profundas novedades, pero el país elige continuidad. Se le pregunta por la respuesta a la pandemia y dice que todo ha salido a pedir de boca. A partir de ahí, todo va fetén. La situación favorece electoralmente a los ejecutivos regionales y solo el nacional purga sus errores de gestión. Otro misterio de la política patria.
Las encuestas llevan a Urkullu a previsiones similares a los resultados de Ibarretxe cuando, coaligado con EA, resistía los embates de la oposición no nacionalista (cerca del 40 por ciento de los votos). Son diez puntos menos que Feijóo en Galicia, pero, de no cumplirse todas las expectativas de los ganadores, tendría más posibilidades de perder el gobierno el gallego que el vasco, aunque aquel acaricie la mayoría absoluta y este no.
¿Y eso? Por lo mismo que el PNV, en los inicios de los ochenta, con similar porcentaje de votos, se hizo con todas las instituciones vascas: porque el sueño actual de Podemos -sumar con Bildu y con los socialistas- nunca fue posible. Entonces, con HB sin ir al Parlamento, este se gobernaba con 32 escaños. Cuarenta años después, la unión de las izquierdas gallegas es más factible que la de las vascas. Los socialistas prefieren seguir tocando poder de la mano del PNV y este está cómodo así hasta que resuelva otra vez echarse al monte soberanista. Le conviene también a Pedro Sánchez, al precio de convertir al PSE en una sucursal de Ferraz, cada vez con menos política autónoma. Bildu está ganando tiempo porque no tiene proyecto para hacer realidad lo que dice su eslogan («preparados para actuar») y porque su baile de la yenka en materia de memoria y víctimas le sigue convirtiendo en incómodo compañero de viaje. Y Podemos, finalmente, propone un gobierno a tres… siendo el previsible tercero en discordia: la peor posición para hacerse creíble.
Así las cosas, la política vasca está bloqueada por imposibilidad alternativa. El PNV seguirá jugando en una ventajosa relación dentro-fuera, donde se muestra vistoso y de utilidad, evitando la disputa interna, que se agota en el equilibrio de contrarios que le ha permitido mandar tanto sumando tan poco. Precisamente, lo que menos conviene al país cuando de tomar iniciativas de profundo calado se trata. No será lo que merecemos, pero sí lo que estadísticamente elegimos.