Si se quiere hacer pervivir a un colectivo terrorista, negóciese con él. Si además, en la misma negociación o en paralelo se tratan cuestiones políticas -que normalmente son las básicas-, la que va salir mal parada es la democracia. Quedará teñida por el pasado de terror y la presencia social de quienes lo ejercieron. Lo más parecido a la Paz de Azkoitia.
El día 25, hoy, aniversario del Estatuto de Autonomía del País Vasco y, a su vez, con toda la intención en la coincidencia, del Abrazo de Vergara, el que pusiera fin a la Primera Guerra Carlista, se va a proceder a la celebración en la Cámara europea del debate de una moción socialista sobre el denominado proceso de paz. Onomásticas para la convivencia apartadas de nuestro calendario por el día en el que ETA ha internacionalizado el conflicto vasco, vieja meta aspirada por el nacionalismo y muy especialmente por ETA.
Todo político que accede al ejercicio del poder tiende a dejar su propia huella en él, lo que en la mayoría de las ocasiones resulta meritorio. Pero tales políticos debieran tener presente experiencias anteriores para guiar con prudencia los hitos que creen les van a disponer un lugar de honor en la historia, quizás porque la acción política a lo largo de la humanidad -las revoluciones son sólo las grandes anécdotas- se haya hecho más con prudencia que con excesivas pretensiones. No estaría de más recordar la frustrada experiencia anterior que buscó, también, no sabemos con qué deseadas ventajas finales para el convento nacionalista, la ansiada pacificación en el País Vasco. Es decir, dicho en romance paladino lo de la pacificación: que ETA dejara de matar, no tanto que desapareciese.
En los inicios del Pacto de Estella, la anterior experiencia para la pacificación, que diera paso a la tregua de ETA -término que por gastado esta vez no se ha usado, sustituido por “alto el fuego permanente”- con mucha más ingenuidad y, por tanto, con mucha mayor ilusión y esperanza que ahora, bastantes creímos que el PNV estaba procediendo a allanar una pista de aterrizaje para que ETA pudiera abandonar el terrorismo. Poco podíamos imaginar que lo que estaba ocurriendo en realidad es que la pista, efectivamente construida, sirviera, por el contrario, para que el PNV levantara el vuelo, rompiera todos los pactos previos, incluido el Estatuto de Autonomía, marco de convivencia donde los hubiera, y sus relaciones anteriores con los partidos políticos democráticos, muy especialmente con el PSE. Es decir, aquel encuentro con ETA sirvió para el inicio de un proceso rupturista que pasando por el Plan Ibarretxe todavía no ha acabado a la búsqueda de otra plasmación similar como la que va anunciando Imaz.
Debiera aplicarse el cuento tanto el Gobierno y su partido, así como todas las personas que expectantes, seducidas por el señuelo de la paz, podemos confundir deseos con resultados, y sacar la conclusión que salvo en una ocasión, donde era evidente el abandono asumido de las armas, creo que incluso la derrota, el caso de ETApm, las relaciones negociadoras con ETA han provocado virajes traumáticos, no en ella, sino en sus interlocutores. Porque en la búsqueda de esa ansiada paz, ¡qué diantre!, por qué no se aprovecha para sustituir, o al menos reformular, determinados pactos previos que hoy nos encorsetan debido a lo que se puede considerar excesivas concesiones a la derecha y miramientos con ella allá por la Transición. De paso, conseguimos que ETA deje las armas. Pero dejemos de ser aviesos, supongamos que no, que sólo se desea la pacificación, entonces debemos mirarlo de otra manera.
La mejor forma de garantizar la supervivencia de ETA, incluso su prestigio e influencia social, es que el Estado de derecho negocie con ella. Y es así, porque, aunque se consiga apartar la violencia y el terrorismo, se la legitima para estar presente en el futuro, aunque fuese incluso cambiando de nombre, que no lo hará, condicionando su presencia y su pasado el devenir político de esa sociedad. Fueron los abrazos lo que hicieron sobrevivir al carlismo durante más de un siglo a pesar de que en todas su experiencias bélicas saliese derrotado (salvo parcialmente en el treinta y seis que curiosamente le enterró para el futuro, y eso que los carlistas de finales del XIX, en palabras de Unamuno, eran unos caballeros, al contrario que los bizkaitarras).
Pero volvamos al nudo lógico: si se quiere hacer pervivir a un colectivo terrorista (otros casos de colectivos también) negóciese con él. Y, si además, en la misma negociación o en paralelo se tratan cuestiones políticas, que normalmente son las básicas y fundamentales, la que va salir mal parada va ser la democracia. Desde ese momento quedará teñida por el pasado de terror y la presencia social de los que lo ejercieron. Lo más parecido a la Paz de Azkoitia.
Eduardo Uriarte, BASTAYA.ORG, 25/10/2006