IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Relevo en la Zarzuela. Etapa nueva, misión idéntica: mantener la Corona como referencia ante una crisis del sistema

EL hombre de confianza de un rey constitucional tiene que ser una mezcla de letrado, político, funcionario y diplomático. Jaime Alfonsín ha sido o aprendido a ser todo eso, y bastante más, a lo largo de las tres décadas que Felipe VI lo ha tenido a su lado. Su instinto, su oficio y su tacto han resultado claves en el pequeño pero delicadísimo engranaje monárquico, y sobre todo en el muy difícil tránsito por los complejos avatares institucionales de los últimos diez años. Además de pilotar la etapa de consolidación de la figura del Príncipe de Asturias, incluida una boda que rompía hábitos consolidados, le tocó lidiar con el proceso de abdicación y sucesión de Don Juan Carlos, reformar y actualizar la estructura de la Casa, diseñar diez rondas de consultas de investidura en un pavoroso paisaje de crispación y ejecutar el polémico extrañamiento del Rey padre en Emiratos, episodio este último que le causó conflictos de lealtad bastante amargos. Alcanzada la edad de jubilación y resuelta con gran éxito la ‘operación Leonor‘, esencial para el futuro dinástico, pidió el mismo un relevo bien merecido para que otra persona tome los mandos de una nueva fase del reinado. Si el vértigo de las circunstancias le ha producido canas tempranas al jefe del Estado, los tiempos que vienen necesitan en palacio un pretoriano inmune al desgaste y el cansancio.

Existe en la Zarzuela perfecta conciencia de que no va a transcurrir un día sin problemas. La sociedad vive una polarización política, social e ideológica manifiesta. El énfasis de los recientes discursos reales en la recuperación de la concordia es una prueba diáfana de su pérdida, pero la capacidad de intervención de la Corona es muy estrecha. El Gobierno depende –por voluntad propia– de unos partidos de declarada vocación rupturista y antisistema. El presidente mantiene las formas aunque achica los espacios de la monarquía y le recorta la agenda. El progresivo desanclaje del régimen constitucional resulta patente entre las generaciones más modernas, para las que la democracia ya no es una aspiración sino una inercia. La estrategia de confrontación civil del sanchismo ha convertido el consenso en una entelequia. Y en pocos meses, Don Felipe tendrá que firmar una amnistía jurídica y éticamente intragable que desautoriza su firmeza ante la crisis de independencia, un trámite obligado que genera incomprensión o rechazo en amplios sectores de la derecha. Ante ese panorama escarpado, el Rey tiene clara la receta: ejemplaridad, temple, neutralidad y transparencia. La elección del sucesor de Alfonsín, curtido en la acción exterior y en el pasilleo de Bruselas, sugiere la intención de incrementar la proyección europea como contrapeso de la inestabilidad interna. Pero la misión esencial es idéntica: mantener la institución como faro de referencia para una nación que atraviesa aguas revueltas.