Cambios de fondo

EL MUNDO 28/03/14
SANTIAGO GONZÁLEZ

El ministro del Interior admitió ayer que «parece que sí hubo fallos de coordinación» en el dispositivo del 22-M, al término de las llamadas Marchas de la Dignidad. Basta con reparar en los números del partido para darle la razón al ministro: 1.700 agentes antidisturbios; 101 heridos, de los cuales 67 eran policías; 29 detenidos, 28 de los cuales fueron puestos en libertad al día siguiente. El único que ingresó en prisión se reivindicaba: «Fuimos capaces de rodear a un policía y yo le tiré una piedra en la cabeza cuando estaba en el suelo. Mañana lo veréis en las noticias, quedó inconsciente, se lo tuvieron que llevar arrastrao».

Tiene razón el ministro. Lo único que sobra es la alerta de que «no se quite el foco de donde se debe poner». En casos como éste, están los violentos y están los torpes cuyos fallos permiten que los primeros campen a sus anchas. Pero cuando Ana Botella y Cristina Cifuentes se enzarzan y la delegada del Gobierno reprocha a la alcaldesa y a la Comunidad que «eso ya lo propuse yo sin que nadie me escuchara», parece que sí, que hay fallos graves de coordinación.

El secretario general de CCOO también considera que debe ponerse el foco donde se debe, que es en el éxito de la manifestación y no en «la violencia y los incidentes» que se produjeron al final.
Toxo ya militaba en el PCE el 24 de enero de 1977, cuando la ultraderecha asesinó a tres abogados, un administrativo y un estudiante en el despacho de abogados laboralistas que CCOO tenía en el número 55 de la calle Atocha. Seguía militando en el PCE 48 horas más tarde, cuando el entierro de las víctimas congregó en Madrid la primera manifestación multitudinaria de la izquierda tras la muerte de Franco: más de 100.000 personas sin un solo incidente. El servicio de orden del Partido Comunista se encargó de ello y se ganó aquella tarde la legalización.

Por qué la izquierda ha renunciado al orden es un misterio. Quizá quepa explicarlo por la paciencia con la que vieron aumentar el número de parados en tres millones sin abrir la boca para otra cosa que no fuera para agradecer las subvenciones. La presión de la olla exprés, pero ésa es otra historia.

A uno no le gusta que zurren a los guardias. No es el orden natural de las cosas y lleva la desconfianza al corazón de los administrados, amén de romper la definición de Weber, según la cual el Estado reivindica para sí con éxito el monopolio jurídico de la violencia. ¿Cómo van a defender nuestras libertades si ni siquiera pueden defender su integridad?
Manolito Goreiro, el amigo de Mafalda, preguntaba a Felipe: «¿Es cierto que los maestros pegan a los chicos?» «No, eso era antes. Hoy las cosas han cambiado mucho». «¿Ahora son los chicos los que pegan a los maestros?» pregunta ilusionado. «No, hombre, tampoco», responde Felipe; a lo que replica Manolito: «Aquí los cambios nunca son de fondo».

En España sí. Ahora son los manifestantes los que pegan a los guardias, justo al revés de lo que pasa en Cuba y Venezuela, como sabrá (o no) el cómico Toledo.