Camino de la Moncloa

FUNDACIÓN PARA LA LIBERTAD 03/02/15 – EDUARDO ‘TEO’ URIARTE

Eduardo Uriarte Romero
Eduardo Uriarte Romero

· Como acto inaugural de Podemos en su estrategia para alcanzar  el gobierno, la marcha sobre Madrid posee coincidencias evidentes con actos de naturaleza semejantes que destrozaron Europa. A sus promotores nos se les habrá escapado el riesgo de ser acusados de imitar a los camisas negras. Pero una formación nueva, encabezada por gente joven en claro enfrentamiento con la vieja generación, que con osadía por la toma del poder dirigen un movimiento revolucionario bajo una figura caudillista y un discurso exclusivamente emotivo, está determinada a seguir un protocolo previo, aunque históricamente no esté bien considerado. Si anda como un pato, vuela como un pato y nada como un pato acabará en una gran marcha como hito fundacional del movimiento.

Quizás hayamos asumido de forma ligera que la historia sólo puede repetirse como farsa. O quizás no hayamos caído en que  acabase en muchas ocasiones como farsa porque la ciudadanía supiera (cosa que no es nuestro caso, pues como dijera Unamuno, los españoles tenemos menos memoria que las gallinas) lo que le venía encima y lo redujera a un sainete. La crisis económica nos está ofreciendo líderes, comportamientos políticos, movimientos de masas, discursos y adhesiones emotivas, que creíamos enterrados después de las trágicas experiencias de los radicalismos, de derechas o izquierdas, que finalizaron, tras la nuestra, en la Segunda Guerra Mundial. No estamos a salvo de que la historia no se pueda repetir como tragedia, la mayoría de las ocasiones, contradiciendo la frase de Marx en “El 18 Brumario…”, así ha sido.

Posiblemente, también, la facilidad con la que amplios sectores de la sociedad española se han dejado seducir por este nuevo populismo estribe en que gran parte de sus postulados rupturistas estaban siendo alentados por un partido que había formado parte del sistema como era el PSOE. Con la irrupción de Rodríguez Zapatero determinados elementos fundamentales para la convivencia política y perduración del sistema se pusieron en entredicho. De hecho su apoyo al Nuevo Estatuto de Cataluña, incluido algunos esbozos de acuerdo en la negociación con ETA, supusieron el intento de una mutación constitucional fuera del cauce previsto por las leyes, e incluso el marco ideológico que sustentaba el acuerdo político fundamental de la Transición fue gravemente torpedeado con la ley de la memoria histórica. Del abandono por dicho partido del marco político ofrecen buena prueba las serias reticencias que se encontraron en su seno durante la abdicación y sucesión del monarca. Podemos, pues, encontró un campo abonado en la deslegitimación del “Régimen del 78” cuando empezó a surgir en el campus universitario de la Complutense. Los sistemas se rompen desde dentro.

Le resultaba obligado a la jerarquía de Podemos un acto de esta naturaleza, la marcha sobre Madrid, donde reforzar con sus bases “el vínculo débil y volátil en extremo, basado en la sintonía emocional y carente de contenidos teóricos políticos definidos” (Manuel Cruz, “El Desencanto que Viene”, El País, 28,1, 2015). Máxime cuando en su reciente congreso junto al abandono de un discurso ideologizado y programático optó por la exaltación del caudillismo como elemento de principal referencia. Si andas como un pato, vuelas como un pato, y nadas como un pato…, erigirás un caudillo.

Se me podría refutar la insidiosa sugerencia que estoy ofreciendo argumentando que Podemos es de izquierdas y no de derechas (aunque ellos hayan sido los primeros en rechazar esa denominación), siéndoles evidente ese origen y su absoluto enfrentamiento con la derecha (pero más quizás con la socialdemocracia). Sin embargo, tendrán que reconocerme que en los fascismo se recogieron muchas formulaciones organizativas, tácticas, e incluso políticas sociales, procedentes de la izquierda, y que en nuestro definitivo movimiento liberador promovido por la buena gente frente a la perversa casta, existen influencias bolivarianas, de dudosa raigambre socialista y de hondo atavismo nacionalista, que pudieran invertir las influencias que en los inicios del pasado siglo se dieron. En estas épocas de crisis lo papeles se intercambian. Por otro lado, tendremos que aceptar los que somos de izquierdas que algún tipo de razón tiene que existir para que Tsrispas pacte con la derecha nacionalista griega. Quizás el encuentro se produzca en el descubrimiento, tras discursos emotivos, de elementos atávicos que conducen a la izquierda desnortada al nacionalismo. Peligrosa mezcla.

Es más, no resulta coherente con la tradición de la izquierda que un colectivo que procede de su lado más ortodoxo rompa con la necesidad de la ideología, de la teoría de la que tanta gala ha hecho, y haya osado arriar su bandera de “programa, programa, programa”, anegando con llamadas a la emoción y a la moral el racionalismo del que se enorgullecía en el pasado. El caudillismo, por demás, era inevitable tras las deserciones ideológicas y el discurso sentimental dominante por el que ha optado. Para acabar finalmente asegurando que no son ni de izquierdas ni derechas, exactamente igual que dijeron los fundadores de Falange.

Habría que medir la dimensión de la profunda transformación de este colectivo de izquierdas, y para ello descubrimos que la sinceridad de Pablo Iglesias, en esta declaración ante Alberto Garzón, es imprescindible para ir entendiendo este movimiento: “La diferencia [de Podemos con IU] es que nosotros sabemos como ganar”. Los cuadros de IU estaban resignados a tener un papel secundario en la política pero “esto fue así hasta que se cruzaron en su camino con las experiencias latinoamericanas, sobre todo la de Ecuador y la de Bolivia” (Eugenio del Río, “¿Es Populista Podemos?”, Página Abierta 236, enero –febrero 2014). “El secreto de cómo ganar no es otro que el populismo entendido al modo de Laclau, y también de Correa y Evo Morales”. Podrá acudirse con todo sentido ante el fenómeno Podemos a la frase que le espetó San Ignacio a San Francisco Javier: “¿De qué te sirve ganar el mundo si al final pierdes tu alma?”. Es evidente que Podemos en su formulación actual ha sacrificado demasiado en sus ansías de poder.

En nuestra brega intelectual  con el nacionalismo asesino que nos amenazaba en el País Vasco cada día, la naturaleza “decisionista”, y consecuentemente totalitaria, de su estrategia se nos hizo evidente. El nacionalismo radical vasco, al contrario de Podemos, con tal de ganar adhesiones sazonaba su brutal planteamiento nacionalista con retales ideológicos procedentes de la izquierda, pero ofreciendo de una manera transparente que su objetivo mediante la acción era la destrucción del demos, la secesión, y un régimen previsto por él de naturaleza totalitaria. Así se descubrió en nuestros entornos que tras las continuadas campañas de atentados y otras movilizaciones de exaltación a su propio proyecto residía lo que un teórico alemán, Kart Schmitt, desesperado ante la parálisis política del parlamentarismo liberal, dio en llamar “decisionismo”, la acción sin trabas, y que para su pesar los nazis acabaron llevando adelante con todas sus consecuencias.

Así pues, la declaración de Podemos de renunciar a un programa que condicione su labor futura de gobierno se introduce en esa estrategia. “Cada vez que  haya que tomar  una decisión en Podemos –dice Pablo Iglesias- que sea compleja y difícil propondremos que vote la gente”. Esto supone la demagógica apelación al pueblo soberano para la manipulación de su voluntad por una élite sin contrapoder alguno enfrente. Lo expresa Javier Tajadura (“Peligro de Regresión Democrática”, El Correo, 31, 1, 2015): “Ahora bien, la experiencia –como se vio en su día en Alemania- demuestra que la supuesta sabiduría de las masas es un concepto muy discutible”. Y añade: “lo peligroso del decisionismo de Podemos es que con él se pretende neutralizar el valor del derecho como límite al poder. Lo que la gente decide no puede estar limitado por las normas jurídicas […] Y esto es lo que lleva a defender la destrucción del “Régimen del 78” y la apertura de un “proceso constituyente, en donde cumplir su sueño de poder: decidirlo absolutamente todo”. Por lo demás, ya conocemos aquí lo manipulable que es un pueblo, durante cuarenta años,  por un caudillo. Lo que le lleva a Antonio Elorza (“Marcha sobre Madrid”, El País, 31,1, 2015) a esta consideración rotunda: “Podemos viene a llenar un vacío, pero palabras, modos y ocultaciones revelan ansia de poder personal y rezuma autoritarismo”.

Hay que apreciar que esa conversión del discurso clásico de la izquierda en otro de naturaleza populista, en el que cualquier aspecto problemático con la adhesión buscada se relega a después de la toma del poder, y donde la emoción y la moral se convierte en el contenido del discurso, acaba construyendo una afección popular de naturaleza religiosa. De ahí que Kepa Aulestia vea en Podemos la existencia de un fenómeno, además de un partido. Fenómeno de inquebrantable adhesión de las bases hacia la jerarquía, afincadas en la esperanza de lo nuevo y en la fe en el líder, pues las primeras críticas realizadas en su contra por comportamientos presuntamente corruptos han rebotado en su caparazón eclesiástico. Podemos ha conseguido arrastrar su entorno de adhesión a la enajenación más  alienante, lo que rechazaría la posibilidad de que su vinculación interna sea débil y volátil una vez reforzada su cohesión emocional. Por el contrario, puede superar el apasionamiento político para acercarse, como otros movimientos en esta vieja nación católica de pasos de semana santa y apariciones marianas, al fanatismo. Podemos está aquí para quedarse, respondiendo en gran medida a los anhelos de la mayoría de una izquierda con anterioridad manipulada por otra demagogia y populismo menos coherentes y aún menos responsables que se llegaron a hacer desde el poder. Porque no era en esto donde quería acabar, pero para ello alguien tendría que haberle recordado a Zapatero lo que solía repetir el ministro Corcuera: “los experimentos con gaseosa”.

Y no me parece nada mejor para finalizar que asumir la preocupación que presenta Aulestia en su conclusión: “¿Sería muy prejuicioso suponer que Podemos persigue la instauración de un nuevo régimen cuya autenticidad estaría a salvo mientras sea Podemos quien lo gobierne? Hay algo peor que el bipartidismo. Es la ideación de un sistema de partido único. Lo que sabemos hasta ahora es que Podemos se siente único”. (“Un Chavismo Edulcorado”, El Correo 31, 1, 2015).