Miquel Escudero-El Correo
La política española está hecha unos zorros porque, tanto en la dialéctica como en los pactos, se ha roto toda coherencia y vergüenza. Un proceso de erosión ha abierto, poco a poco, el camino al consentimiento de lo necio e injusto. El bipartidismo ha degenerado en ‘bibloquismo’, el cual es indeseable (porque acentúa la hostilidad, la discordia y la cerrilidad) y es radicalmente falso (porque integra exclusivamente intereses y ningún otro proyecto); constituye, por tanto, una bomba de relojería.
El juez Juan Alberto Belloch, quien fue ministro socialista y alcalde de Zaragoza, habla en sus memorias -publicadas antes de las elecciones- de la «bochornosa ausencia de sentido de Estado» que nos asola; y reivindica no situar la disciplina de partido por encima de los valores y principios que cada individuo tenga. Hay un problema de decencia: que nuestro afecto por la verdad, la libertad, la igualdad y la justicia estén por debajo de la adhesión a nuestros amos, a la tribu que nos acoge y que nos distancia de ‘los otros’.
En cualquier caso, se precisa levantar el ánimo y no rendirse. En tiempos de zozobra no debemos dejarnos arrinconar en un laberinto de contrariedades. Pero hoy, quien rechaza los planes -contradictorios y cambiantes- del Gobierno de ‘progreso’ (hacia la arbitrariedad) es denigrado de inmediato por sus cajas de resonancia. El ‘Martín Fierro’ afirmaba «que son campanas de palo las razones de los pobres», porque nadie las atiende o porque se deforman.
En Cataluña no hay ilusión por la amnistía a los delincuentes del ‘procés’, predomina la indiferencia y la resignación. Los separatistas simplemente están excitados.