Juan Carlos Girauta-ABC

  • Cuán peligroso era detenerse a hablar con lobos

Érase una vez un votante catalán, el más sufrido que se hubiera visto. En tiempos, su abuela le había comprado una caperucita roja, y aunque más tarde le encargó otra naranja, muy preferible por diversos motivos éticos y estéticos, todos seguían refiriéndose a él como Caperucito Rojo.

Un día fue a llevar a su abuela una torta y un tarrito de mantequilla. Pasó por un bosque, donde el lobo tuvo muchas ganas de comérselo. Pero no se atrevió porque unos leñadores, que habían abandonado temporalmente su actividad para proteger a los votantes catalanes de los lobos, andaban por ahí cerca. El lobo le preguntó adónde iba y el pobre votante, que todavía no había aprendido cuán peligroso era detenerse a hablar con lobos, le dijo:

-Voy a ver a mi abuela, y le llevo una torta y un tarrito de mantequilla.

-Yo también quiero ir a verla! Iré por este camino, y tú por aquel. ¡A ver quién llega primero!

El lobo salió corriendo a escape por el camino más corto, mientras Caperucito se entretenía con los labriegos en estúpidos debates salidos de programas de telebasura, o con la incesante propaganda que los poderosos del pueblo financiaban con el dinero de los impuestos. Caperucito, ya se habrá comprendido, era un ingenuo de tomo y lomo.

Resumiendo, el lobo llegó a la casa de la abuela, la allanó según su costumbre, devoró a la anciana y, a pesar del desagrado que le producía, se puso su camisón naranja y su gorro de dormir naranja. Luego encendió la lámpara de la mesilla, de pantalla naranja. Cuando llegó Caperucito, se escondió bajo la manta naranja, reprimiendo las reacciones alérgicas que dicho color le provocaba. Tratando de disimular su voz ronca, gritó: «¡Deja la torta y el tarrito de mantequilla sobre la mesa y ven a acostarte conmigo!». Así lo hizo el cándido Caperucito.

-Abuela, ¿qué son esos papeles que tienes agarrados? ¡Indultos para la manada de lobos! ¡Qué corazón tan grande tienes!

-Es para convivir mejor.

-Pero abuelita, ¿seguro que conviviremos mejor con la manada suelta, ahora que sabemos de lo que son capaces?

-Sí, Caperucito, porque todos somos responsables.

-¿Nosotros y los lobos? ¿Y también los corderos?

-Todos, sin excepción.

-Yo no lo entiendo, abuelita, pero suerte que estás tú. ¡Qué intelecto tan grande tienes!

-Es para organizar mejor la plurinacionalidad en un país diverso.

-Bueno, lo que tú digas, abuelita. Pero… ¡Qué cara tan rara tienes! Me recuerdas al ministro de Sanidad.

-Es para cuidarte mejor. Esta es la cara de preocupación contenida que se nos pone a las personas serias, tranquilas, fiables y que gestionan bien sus asuntos.

-Ja, ja, ja… No lo dirás por el ministro ese, abuelita. ¡Qué sentido del humor tan grande tienes!

El lobo quiso esbozar una sonrisa, pero su cara no estaba hecha para sonreír. Y con aquel aire suyo de suficiencia que los incautos tomaban por eficacia, respondió:

-Es para que me votes mejor. Y se lo comió.