Juan Carlos Girauta-ABC
- Se trata de tener a los de dentro narcotizados y al resto de España convencido de que tiene una deuda infinita
Estamos a un lanzamiento de moneda de perder la democracia, el venturoso ‘sistema del 78’ que, denostado por los más dispares, ha permitido cuarenta y tres años de libertad y prosperidad. No hay periodo comparable en nuestra historia… a esos dos efectos, los únicos que en realidad importan. A un lanzamiento de moneda estamos. Si sale cara, el Supremo anulará los indultos con los que el Gobierno piensa atraerse a esos golpistas recalcitrantes que, por si su estropicio fuera poca ofensa, se permiten perdonarnos la vida desde la trena.
A cambio de medidas de gracia que son pura arbitrariedad e irracionabilidad (para el propio Supremo y para cualquiera capaz de entender la lógica jurídica), el Gobierno espera comprar tiempo. Tiempo
dudoso, peligroso, indeseable. Tiempo en forma de siniestra ‘estabilidad’ que no hay modo de ver a qué sirve como no sea al propósito de encastillarse en el poder a cualquier precio. Tiempo que el sanchismo precisa para que le corresponda a él administrar esos fondos europeos con los que prevé ensanchar y reforzar su ya nutrida red clientelar. Cuando es la obscena red de favores del poder el lastre principal que nos impide correr por las pistas de la libre competencia y de la calidad democrática.
El gran empresariado catalán, muy sensible a cualesquiera señales que procedan del poder político y comporten efectivo, se ha puesto en posición de firmes antes que nadie. Acaricia la expectativa de matar dos pájaros de un tiro: primero, pasta fresca; segundo, fin de las penas para los golpistas que con esmero alimentaron. Y vuelta a la timba, a seguir campando por sus respetos en el patio privado que se conoce como Cataluña, entorno protegido, territorio de privilegio y excepción democrática que encontró con Pujol su combustible, su Macguffin y su soma de mundo feliz en el descontento crónico y en los cuentos chinos. Se trata de tener a los de dentro narcotizados y al resto de España convencido de que tiene una deuda infinita.
Cuando se lance la moneda de los indultos -groseramente inconstitucionales al no tratarse como indultos particulares- contendremos la respiración. Girará en el aire mientras el Supremo delibera sobre el recurso, y pronto llegará la hora de la verdad, que puede ser terriblemente amarga si sale cruz, esto es, amén. Vendría la amargura de ver liquidado el Estado democrático de derecho. Porque la independencia del poder judicial sería un lema vacío, la división de poderes papel mojado, la arbitrariedad la norma, el presidente del Gobierno un déspota, el delito un mérito político, las leyes reglas de juego que no se aplican a todos, la ciudadanía un estatus variable según comunidades, la lealtad institucional un recuerdo, una broma, y, por todo ello, la legitimidad del sistema un significante sin significado. Siempre nos quedaría la desobediencia civil, la única aceptable por pacífica y por responsable.