Primarias vicarias

Ignacio Camacho-ABC

  • El elefante sanchista es demasiado grande para ocultarlo: tras Espadas asoman la trompa y las orejas del aparato

Una prueba palmaria del desprestigio de Pedro Sánchez es que su candidato en las primarias de Andalucía, Juan Espadas, trata por todos los medios de no parecerlo. Espadas es de por sí un buen candidato a cualquier cosa: un político de perfil institucionalista, templado, capaz de alcanzar acuerdos en Sevilla con Podemos, con el PP y con Ciudadanos gracias a un temperamento discreto, respetuoso y pragmático. Su principal virtud consiste en que no causa rechazo. Por eso resulta algo patético el intento de escapar de la sombra del Gobierno, tan inútil como el esfuerzo de un niño que trata de mantener su travesura en secreto. Todo el mundo sabe, en el PSOE y fuera, que Espadas es el ariete -bien

escogido- con que el presidente quiere quitarse de encima de una vez y para siempre a Susana Díaz, y el disimulo de una evidencia tan paladina sólo certifica que el sanchismo es consciente de su imagen negativa. Pero el elefante oficialista es demasiado grande para ocultarlo; la trompa y las orejas del aparato, con el gabinete de Redondo al mando, asoman por detrás del tinglado de una campaña de fingido aire espontáneo.

En principio, Espadas es el favorito, aunque en su equipo cunde el temor ante los indicios de que su ventaja se ha reducido. Díaz, pese a las patentes dificultades que su propia biografía ofrece a la voluntad de presentarse como una ‘outsider’, ha utilizado la misma estrategia con que Sánchez la derrotó en las primarias nacionales. Ha gastado neumáticos, gasolina y zapatos para visitar pueblos con siete u ocho militantes, gente de la que hasta ahora no se había preocupado nadie. Y para esquivar su peligrosa aureola de perdedora, de coleccionista de derrotas, enarbola la bandera populista de una candidatura andaluza con iniciativa autónoma frente a la injerencia de Ferraz y Moncloa. A su profundo conocimiento de los entresijos del partido ha unido una combinación de discurso combativo y sorprendentes camisetas con lemas de buen rollito. Sabedora de que los rivales le acusan de ser la preferida de la derecha se ha centrado en la crítica, a menudo hiperbólica, a Juanma Moreno y se ha cuidado de la tentación de atacar al Gobierno. No le hace falta porque su viejo antagonismo con el presidente es de general conocimiento. El error que esperaban sus rivales es que lavara en público los trapos sucios, por ejemplo pronunciándose en contra de los indultos. No les ha dado ese gusto, que en una elección entre socialistas habría evaporado cualquier posibilidad de triunfo.

Aun así lo tiene crudo porque su verdadero adversario se juega mucho en el pulso. Después del batacazo de Madrid, Sánchez no puede permitirse el repudio de los suyos. Pero es él quien ha querido forzar a Susana a un plebiscito vicario. Y una neutralidad tan impostada como todo lo demás no va a evitar que su liderazgo salga cuestionado de un eventual fracaso.