EDITORIAL-Vozpópuli

Ni en la amnistía, ni en las esperanzas de reconciliación. El resultado de las elecciones catalanas, objetivamente muy negativo para los intereses de los independentistas, se fundamenta en el hartazgo de una sociedad que hoy tiene la sensación de haber sido víctima de un descomunal engaño. Una década perdida que ha situado a Cataluña en un lugar secundario, cuando a finales del siglo XX era la vanguardia del país. Arrostrando, además, como perverso efecto colateral, una brutal degradación de la convivencia.

Mientras huían las empresas, se deterioraban la sanidad y la educación, aumentaba la inseguridad y los jóvenes veían cómo crecían exponencialmente sus problemas, el secesionismo dedicaba sus mejores esfuerzos y buena parte de los recursos públicos a una antidemocrática quimera llamada procés. En el éxito de Salvador Illa han intervenido múltiples factores, también una ley de amnistía inconstitucional y producto de un chantaje infame asumido por el presidente del Gobierno (que sobre todo ha propiciado un cierto trasvase de voto de ERC al PSC). Pero haría mal el, por otra parte, incontestable ganador de estos comicios si no ponderara correctamente cuál ha sido el peso de los méritos propios en relación al demérito de los demás.

Lo que el independentismo ha cosechado este domingo, con un 43% de los apoyos en un nuevo contexto de alta desconexión social, es un fracaso de amplitud suficiente como para dar por liquidado el procés

En el trecho que va de 2017, año clave del golpe secesionista, a la cita de ayer, Junts, Esquerra Republicana y la CUP han perdido más de 800.000 votos. Y si en 2021 el independentismo presentó como un éxito casi definitivo el haber superado por poco el 50% del voto emitido (un porcentaje que la alta abstención dejaba en poco más de una cuarta parte del censo), lo que ha cosechado este domingo, con un 43% de los apoyos en un nuevo contexto de alta desconexión social (42,05% de abstención), es un fracaso de amplitud suficiente como para dar por liquidado el procés.

Esa es la parte buena de la jornada del domingo. Esa y el robustecimiento del constitucionalismo, en especial el que representa el PP, partido que es el que más crece en votos y que recupera en Cataluña parte de un protagonismo que cada vez se antoja más valioso en clave nacional. La parte mala es que todo lo anterior no servirá de nada si, como muchos se temen, Pedro Sánchez, en lugar de aprovechar el debilitamiento del soberanismo catalán para reconstruir consensos nacionales, hace un uso partidario del resultado del domingo. Nada nuevo por otra parte, tratándose de los socialistas catalanes, quienes desde Pasqual Maragall se han ido aproximando cada vez más al nacionalismo, ejerciendo a menudo como su salvavidas, y dejando atrás al partido socialdemócrata que algún día llegaron a ser.

A la vista del historial de mentiras de Sánchez, sería algo más que una infantil ingenuidad descartar que el líder socialista, tras las europeas, busque amarrar la legislatura mediante un pacto con Puigdemont

En estas semanas que restan hasta las elecciones europeas, el líder socialista va a rentabilizar al máximo el éxito de Illa. Sabe que es el 9 de junio cuando se juega de verdad la legislatura. Y solo después de esa fecha conoceremos sus verdaderas intenciones. A la vista de su largo historial de incumplimientos y abiertas mentiras, sería algo más que una infantil ingenuidad descartar que Sánchez busque amarrar la legislatura mediante un pacto con Puigdemont. Máxime si tenemos en cuenta que la negociación con el fugado sigue en marcha en Suiza. La otra opción, improbable pero no imposible, es un acuerdo con la Esquerra de Oriol Junqueras, quien para no provocar una crisis interna aún mayor en su partido, exigiría a cambio de su apoyo un cupo a la vasca y una consulta de autodeterminación.

Todo es posible tratándose de Sánchez. De momento, lo que necesita es recuperar aliento de cara a las europeas y reequilibrar las que hoy son unas expectativas electorales al Parlamento de Estrasburgo muy negativas. Y ahí es donde entra en juego el resultado en Cataluña. Salvador Illa ha ganado las elecciones. Pero ha hecho algo más: ofrecer a Sánchez la posibilidad de plantear las europeas como una segunda vuelta en clave nacional, suministrando al secretario general del PSOE el oxígeno que necesitaba para, tras el ridículo internacional de su carta a la ciudadanía, diseñar su resurgimiento. Nos esperan tres semanas de intensa propaganda.

El PSC, desde Maragall en adelante, no ha dejado de rescatar al nacionalismo hasta el punto de que, en la práctica, es un partido nacionalista más. No cabe olvidar tampoco el hecho de que Sánchez tiene contraída una hipoteca con Puigdemont, cuyos términos desconocemos al estar todavía en marcha la negociación en Suiza a la que este mismo lunes se ha remitido en varias ocasiones el propio líder de Junts.  Un eventual pacto con una ERC en abierta crisis -hoy ha anunciado Aragonès su retirada de la política- conllevaría un cupo a la catalana y la convocatoria de una consulta de autodeterminación.