- Pequeño repaso a la interminable colección de episodios grotescos protagonizados por el prófugo de Waterloo
Carles Puigdemont dijo anteayer, al salir de prisión, que «España nunca pierde la ocasión para hacer el ridículo». Una frase redonda pensada para abrir las portadas de toda la constelación de medios del independentismo a sueldo de la Generalitat.
Normalmente defiendo que no hay que hacer demasiado caso a este señor pero en esta ocasión y dada la materia de su argumento, creo que hay que escucharle con mucha atención ya que en eso de «hacer el ridículo» Don Carles es una figura de nivel olímpico, un profesional a la altura de consumados especialistas como ‘El Coyote’, ya saben, el personaje de dibujos animados que fracasaba cada vez que trataba de atrapar al astuto ‘Correcaminos’ o el gato ‘Silvestre’, incansable perseguidor del canario ‘Piolín’. De hecho, no tengo noticia de ningún político que haya hecho tantas veces el ridículo en los últimos años como el ínclito expresident.
La colección de pifias y torpezas
¿Hacemos un pequeño repaso por la sucesión de ridículos que han sazonado la carrera política y personal de Puigdemont? Pónganse el cinturón de seguridad que empezamos:
El primer ridículo del por entonces desconocido alcalde de Girona Carles Puigdemont fue la adquisición en el año 2014 de una colección de arte para su ciudad. Una colección por la que a pesar de ser considerada como «menor» por la crítica y pese a las servidumbres que acarreaba para el municipio, fue adquirida por la exorbitante cifra de 3.9 millones de euros. Una colección que hoy, siete años después, sigue escondida bajo siete llaves y aún no ha podido ser disfrutada por la ciudadanía de cuyos impuestos salió el dinero de la faraónica compra.
En eso de «hacer el ridículo» Don Carles es una figura de nivel olímpico, un profesional a la altura de consumados especialistas como ‘El Coyote’
Pocos años más tarde el ya president de la Generalitat Don Carles fue el autor de la declaración de independencia más breve de la historia, un ridículo cósmico de 8 segundos retransmitido en riguroso directo para todo el planeta que consiguió, eso sí, que su ‘republiqueta’ de la señorita Pepis apareciese en el libro Guinness de los récords, justo entre el dónut glaseado más grande del mundo y el jalapeño más picante de la historia. Un verdadero hito.
La fuga en el maletero
En tercer lugar debemos recordar el ridículo planetario al que sometió a su figura y a la de sus hiperventilados seguidores al huir de la justicia embutido cual butifarrón de Vic en el maletero de un coche. Una huida solo al alcance de muy pocas figuras mundiales en el arte de hacer el ridículo, personajes como ‘Pierre Nodoyuna’, ya saben, el torpísimo malvado de ‘Los Autos Locos’ que junto a su perro ‘Patán’ trataba siempre de amañar la carrera con escaso éxito.
Tampoco puntúa mal en la escala Richter del ridículo haber constituido en su palacete de Waterloo una corte en el exilio en la que ejerció (y ejerce) como una caprichosa zarina adolescente que a pesar de no tener ni estado ni súbditos, dichas minucias no le han impedido redactar comunicados, leyes, decretos hasta condenas de muerte política a quienes dentro del independentismo no seguían sus cambiantes humores y sus atolondradas consignas.
El reconocimiento mundial
¿Y qué decir de lo ridículo de sus declaraciones en las que afirmaba que su brevísima república iba a ser inmediatamente reconocida por EEUU, la Unión Europea y todas las potencias mundiales aledañas cuando la realidad fue que ni siquiera la reconoció el mayor inspirador y patrocinador de la misma, el acrisolado demócrata Vladimir Putin?
Lo que nos lleva al ridículo final, que no es otro que confiar la viabilidad de su deseada independencia en el apoyo y la ayuda de un régimen autoritario como es el ruso, un país a miles de kilómetros de la playa de la Barceloneta para el que Cataluña y Puigdemont no son más que instrumentos para su política de hostigamiento a la Unión Europea y EEUU. Un ridículo que ha llevado a que incluso Oriol Junqueras se haya visto obligado a desautorizarle.