Santiago González-El Mundo
LA vicepresidenta Calvo es mujer que se expresa en tuits, unidad infinitesimal del pensamiento que prodiga en toda entrevista, declaración o canutazo y cuyo requisito mínimo es ser capaz de sustentar un titular. El periodismo de hoy está a su altura y se expresa en titulares. Hay en ella una cierta cualidad de aquel personaje caótico que encarnaba Katharine Hepburn en ‘La fiera de mi niña’, tal como explicaba su abogado: «nunca entenderemos nada mientras ella se empeñe en explicarlo todo».
Sucedió que el mindundi que funge (gracias, Juan Luis) de presidente del Gobierno, es un especialista en ahorcarse con sus propias palabras. De ahí que se le afeara el nombramiento de un ministro de Agricultura imputado. Se esperaba su desimputación y no habría debido ser problema para un dirigente normal, pero Pedro no lo es. Con lo del Falcon ha vuelto a pasar: el lío entre lo público y lo privado. Lo malo no es el hecho en sí, sino que después lo razone Calvo, claro: «Tuvo una agenda institucional todo el día y por la noche se acercó a un evento cultural. Es decir, tuvo agenda de cultura por la noche». «Como si se hubiese sentado en un teatro», añadió, y en esto hay que destacar su coherencia. En los tiempos en que fue ministra de Cultura y telefoneaba por las mañanas a «alcaldes en bragas» (en bragas, ella, no los alcaldes) declaró con mucha prosapia que «un concierto de rock en español en el extranjero hace más por el castellano que el Instituto Cervantes». Sobre todo, ahora que han puesto de director al marido de Almudena para impulsar las «lenguas y culturas que se integran en la nación española». Pero Calvo mintió, claro. El concierto no estaba en la agenda del ‘presi’.
Aceptemos que Pedro tenía una actividad cultural nocturna, no una agenda. Dostoievski y el par de botas, que decía Finkielkraut. Para actividad nocturna, la de los compañeros que se fundieron 15.000 euros públicos en el puticlub Don Angelo con una tarjeta de la Junta. Seguramente, lo tenían en la agenda. Puede que cultural no fuese, pero quizá sí de convivencia y de solidaridad con aquellas pobres migrantes. Y si el dinero no era de nadie, ¿qué de malo había en ello?