Julio Llamazares-El País

Para entrar en España sin ser detectado, Puigdemont podría ponerse una careta de sí mismo

Cuesta entender por qué el carnaval se celebra con tanto entusiasmo en un mundo en el que las convenciones sociales nos obligan a ir con disfraz todo el tiempo. Debería ser al revés: que en carnaval nos quitáramos las caretas y nos mostrásemos tal como somos.

En países como España aún cuesta más entender esa paradoja, puesto que es carnaval todo el año. Da igual que sea en Andalucía, país de las chirigotas, que en Cataluña, tenida por una tierra más seria, los personajes y las escenas carnavalescos se suceden día tras día acostumbrándonos a vivir en un carnaval continuo. El relato lo tienen ustedes fresco: presidentes que huyen al extranjero después de declarar la independencia unilateral de su autonomía, según ellos con toda solemnidad y según sus consejeros y partidarios encarcelados en broma, exalcaldes en prisión a los que les dejan en libertad por padecer una enfermedad terminal que se dedican a bailar sevillanas por las noches, comparsas de empresarios y políticos corruptos que actúan en los juzgados como si éstos fueran sambódromos, cortejos fúnebres de banqueros que entierran miles de millones como el que entierra una pobre sardina, chirigoteros de todo tipo y condición que pueblan cada día los medios de comunicación demostrando que Valle Inclán no ha muerto… El carnaval español es tan fecundo e imaginativo que cada año se supera a sí mismo, lo que dice mucho de nuestro ingenio.

Habría, pues, que revisar el calendario festivo y dedicar los días del carnaval a lo contrario de lo que ahora se hace, esto es, a actuar como personas normales. Que es más difícil de lo que parece. Porque ponga usted a Rajoy a hablar con sentido común, ése al que tanto se refiere quizá porque es su quimera, o a Puigdemont a actuar como lo que es: un periodista de Girona al que el destino lo colocó donde nunca soñó con poder estar, y verá cómo los dos se convierten en seres insustanciales y hasta anodinos. E igual nos pasaría a todos los españoles, del Rey abajo: que, puestos ante el espejo sin disfraz, nos transformaríamos en lo que verdaderamente somos: personas que pasamos por el mundo haciendo lo que podemos pese a lo que aparentemos en sociedad.

Por último, le voy a dar una idea al expresident catalán huido en Bruselas para entrar en España sin ser detectado; una idea que confirma todo lo dicho anteriormente, aunque por razonamiento adverso: que entre con una careta de Puigdemont, de ésas que este carnaval se verán a cientos por Cataluña y por toda España ¿Cómo va a pensar la policía que alguien se va a disfrazar de sí mismo?