Carta abierta al embajador británico en Madrid sobre Ignacio Echeverría

EL CONFIDENCIAL 13/06/17
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS

· Nos ha ofrecido su Gobierno —salvo error u omisión en nuestros medios de comunicación— un recital de insensibilidad, previamente agravado por un tratamiento inhumano a su familia y amigos

Ayer lunes se celebró el funeral por Ignacio Echeverría. Su familia lo quiso íntimo, aunque no dejaron de asistir a título privado algunas personalidades públicas. Puede que me confunda —y si es así, le pido disculpas—, pero no consta su presencia en la ceremonia como representante de S.M la Reina Isabel y del Gobierno británico. Tampoco consta —y puede que esté confundido y le reitero por ello las disculpas— que estuviese usted presente el sábado pasado en Torrejón de Ardoz para recibir los restos mortales de Ignacio Echeverría. Fue un momento emotivo durante el cual el presidente del Gobierno hizo entrega a sus padres de la Gran Cruz de la Orden del Mérito Civil.

No tenemos noticias de que el avión de las Fuerzas Áreas españolas que repatrió el cadáver de Ignacio Echeverría fuese despedido en Londres por alguna autoridad del Gobierno británico ni que, a la vez, le distinguiera a título póstumo por su extraordinario comportamiento. Tampoco de que algún representante público acudiera al funeral que en la capital del Reino Unido organizó la colonia española. En definitiva, señor embajador, nos ha ofrecido su Gobierno —salvo error u omisión en nuestros medios de comunicación— un recital de insensibilidad, previamente agravado por un tratamiento inhumano a su familia y amigos.

En un país civilizado, no se demora la identificación de un fallecido en atentado terrorista cuatro días, ni una semana la autopsia y su repatriación

Nuestro ministro del Interior, Juan Ignacio Zoido, va a presentar en la Unión Europea que ustedes quieren abandonar —vamos a ver si logran aclararse de cómo lo harán— una carta de derechos de las víctimas del terrorismo para que no se repita el tratamiento inhumano que ustedes —su Gobierno y la policía— dispensaron a la familia de Ignacio Echeverría. En un país civilizado, no se demora la identificación de un fallecido en atentado terrorista cuatro días, ni dos más en permitir el velatorio de sus familiares al cadáver, ni una semana la autopsia y su repatriación.

Parece que el Gobierno de la no excesivamente empática señora May ha aplicado el ‘keep calm and carry on’ (mantén la calma y sigue adelante) que en 1939 se popularizó para que sus compatriotas perseverasen en la imperturbabilidad ante los avatares de la II Guerra Mundial. Ocurre, señor embajador, que no es el caso, que no estamos en esa tesitura y que un ciudadano español que se comporta con el heroico civismo de Ignacio Echeverría —caso inédito mientras se produjo el ataque terrorista en el London Bridge y en Borourgh Market el pasado 3 de junio— reclama por parte de su Gobierno y de su sistema policial y judicial una consideración que no ha encontrado.

Tampoco, a decir verdad, ha destacado usted por sustituir en su misión diplomática en Madrid las carencias emocionales de su Gobierno. La opinión pública solo le conocerá por omisión, pero no por su acción. En fin, que aunque ya sabemos cómo es su idiosincrasia, no por ello deja de resultar irritante y egoísta. En España abundan los anglófilos. Y en otros países, como en Francia. Francés era Paul Maurois, que nos advirtió de que los ingleses sienten por las demás naciones —y se supone que por sus naturales— “una inmensa indiferencia”. En esta ocasión lo han demostrado a ciencia y a conciencia. El emocional ha sido siempre un problema para ustedes. No saben mostrar sentimientos, quizá debido a una cultura pública que pesa como una losa sobre los británicos que se desinhiben cuando —vea lo que sucedió en Mallorca este fin de semana— se acercan a las costas mediterráneas españolas.

Juan Pablo Fusi, uno de nuestros mejores historiadores, formado en Oxford y gran conocedor de su país, escribió en el diario ‘El País’ en octubre de 1988 un artículo antológico que se titulaba secamente ‘Inglaterra’. Con la reproducción de su primer párrafo, señor embajador, cierro esta carta abierta que he escrito con más tristeza que irritación por mi dilatada admiración por el Reino Unido, que todos observamos ahora falto de brújula y desorientado allí donde era más fuerte: en la política.

Echeverría ha logrado en su casa lo que le regateó el Gobierno de un país en el que dejó su vida en un acto de ese civismo del que tanto alardea UK

Relató el catedrático donostiarra que “el pueblo inglés, escribió Ortega, ‘es, en efecto, el hecho más extraño que hay en el planeta’. En parte, sigue siéndolo. Ello quiere decir que sigue provocándonos la misma y contradictoria reacción emocional que le producía a Ortega: irritación y admiración a un tiempo. Porque es claro, que, a menudo, Inglaterra nos irrita y que, a veces, se nos hace insoportable. Se les antoja así, antes que a nadie, a los mismos ingleses, o, al menos, a los más exigentes. En su autobiografía, John Stuart Mill escribió que la sociedad inglesa carecía de sentimientos elevados y que el hábito —en parte subsistente— de no hablar ni a sí mismos sobre cosas de verdadero interés había embotado los sentimientos de los ingleses y los había reducido a una existencia negativa —tal vez expresión de ese puritanismo triste— que, para muchos, caracteriza todavía hoy a ese país. D. H. Lawrence no podía soportar lo que él llamó “la tragedia de la fealdad” de la Inglaterra contemporánea: la destrucción de los sentimientos de comunidad (…) Y David Hockney, el pintor, veía en Inglaterra una sociedad anquilosada, resistente a todo cambio, carente de atractivo intelectual y emocional (…)”.

Como Juan Pablo Fusi lo ha dicho todo, nada más que añadir, embajador. Vaya por Ignacio Echeverría, que ha obtenido en su casa y en su patria lo que le regateó el Gobierno de un país en el que dejó su vida en un acto de ese civismo del que tanto el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte alardean históricamente.

PD. Ayer, a las 17:30, la embajada británica (917 146 300) estaba cerrada y, por lo tanto, sin posibilidad de contrastar las asistencias o inasistencias del señor embajador a los actos a que se refiere este ‘post’.