Cristian Campos-El Español
Un debate con temas pactados, con turnos estrictos de palabra, en el que no es posible interrumpirse y en el que las expresiones más repetidas son «estoy de acuerdo, compañero» y «por supuesto que sí, compañera» es café sólo para los muy cafeteros y un antídoto contra la lujuria del que asoma al debate esperando asombro y conmoción.
Pero hasta en el más mortecino de los debates electorales con espadas de goma es posible encontrar algún detalle hemoglobínico.
Susana Díaz, de la que se suele decir en Andalucía que es más lista que los ratones coloraos, abrió el debate de las primarias del PSOE a portagayola y delimitando eso que los profesores de Ciencia Política de la Complutense llaman el marco.
Y el marco dibujado por la secretaria general del PSOE de Andalucía, como exige la mercadotecnia política contemporánea, es muy sencillo. O el PSOE de Andalucía se dirige desde Andalucía (votándola a ella) o se dirige desde Madrid (votando a Juan Espadas).
Dicho de otra manera. Quien vota a Susana Díaz, vota a Susana Díaz. Quien vota a Juan Espadas, vota a Pedro Sánchez. Lo cual es parcialmente cierto porque, como sabe hasta el último de los 44.000 militantes del PSOE andaluz, Espadas es el candidato de Ferraz. Es decir, de Moncloa. Es decir, de Pedro Sánchez.
El alcalde de Sevilla también se trajo un marco al debate para responder a ese nacionalismo socialandalucista del que hizo gala Díaz. Es el marco que dice que la expresidenta de la Junta es «la candidata de la derecha». Lo cual también es parcialmente cierto por dos razones distintas.
La primera, porque el PP ve en Susana Díaz una candidata más desgastada y menos ilusionante entre los andaluces que Juan Espadas. Algo de lo que puede dar fe un hecho nada banal: es más fácil, mucho más fácil en realidad, encontrar mensajes de hastio contra Susana Díaz en las redes sociales que contra Juan Espadas.
La segunda, porque una victoria de Susana Díaz en Andalucía minaría la autoridad de Pedro Sánchez en el partido, abriría la puerta a una mayor contestación interna y podría convertirse en un factor de desgaste interno de consecuencias inesperadas para él.
Espadas, menos presidenciable que Susana Díaz, pero con el factor a su favor de la simpatía que suelen provocar los aspirantes al título, tenía un segundo as en la manga. El de atribuir a la secretaria general la responsabilidad por el millón de votos perdidos por el PSOE de Andalucía desde 2015.
Una circunstancia, en cualquier caso, más relacionada con la aparición de Podemos y de Ciudadanos en el escenario político andaluz (y el cansancio generado tras tres décadas de régimen del PSOE) que con Susana Díaz en un sentido estricto.
Pero eso son los marcos: simplificaciones confortables cuyo objetivo es obligar al rival a jugar en campo contrario desde el primer minuto del debate. Si alguien lo consiguió ayer, un servidor no fue capaz de verlo en un debate que a ratos parecía uno de esos vídeos ASMR en los que una tipa acaricia el micrófono con un pincel.
Aburrimiento aparte, no habría resultado tan difícil para los candidatos entenderse desde un primer momento. En especial, porque las diferencias entre Susana Díaz y Juan Espadas no son ideológicas, sino estrictamente orgánicas.
Caso aparte es el tercer candidato en liza, Luis Ángel Hierro, profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla, al que entre vaticinio y vaticinio del fin del liberalismo se le intuyen unas costuras más doctrinarias y ortodoxas. Más socialistas, al fin y al cabo. Es muy probable, en fin, que Hierro sea, en un sentido estricto, el único socialdemócrata verdadero de la terna.
«El peor gobierno en el peor momento» dijo Susana Díaz en referencia al Ejecutivo de Juanma Moreno, copiando uno de los eslóganes favoritos de la derecha española de los últimos tres años.
No es el único reclamo electoral que ha copiado Díaz, que hasta ha acabado esgrimiendo esa libertad cuyo copyright, como todo español sabe, le pertenece por derecho propio a Isabel Díaz Ayuso. A Espadas sólo le faltó llamarla «loca» para cerrar el círculo.
En un análisis a vuelo de pájaro, y con más matices de los que caben en una columna apresurada, Susana Díaz hizo oposición al Gobierno andaluz del PP, Juan Espadas se la hizo a Susana Díaz, y Luis Ángel Hierro se la hizo a Juan Espadas. De ahí, quizá, que muchos vean en Hierro al caballo de Troya con el que Susana Díaz pretende restarle los votos suficientes a Espadas como para salir elegida este domingo.
No parece Hierro hombre de burdos apaños. Pero vayan ustedes a saber (en Andalucía se cuentan maquiavelismos bastante más maquiavélicos de Susana Díaz).
Dicen los que están al cabo de los humores internos del PSOE andaluz que la victoria podría estar más cerca de Espadas que de Díaz. Pero los nervios en Moncloa son evidentes (lo de las camisetas ha sido recibido como un truco de mercadotecnia política casi ganador, lo cual no dice nada bueno del PSOE en general y de los militantes socialistas andaluces en particular) y si algo hizo bien Díaz ayer es huir de esos victimismos que Espadas esperaba como agua de mayo. Nada le habría sentado mejor a su candidatura que un ataque de Díaz a su partido.
El PSOE andaluz anda buscando un programa para los próximos dos años y este sería desde luego más fácil de pergeñar con el PP en el Gobierno que con un Pedro Sánchez al que resulta difícil absolver de cualquier responsabilidad en los males que tanto Díaz como Espadas atribuyeron a Moreno Bonilla: el paro juvenil, el vaciado de la Andalucía interior, la carencia de un sector industrial de peso y los caballos de batallas habituales del propio socialismo. Es decir, la sanidad, la educación y el feminismo.
La más jacobina de los barones socialistas defiende la autonomía del PSOE andaluz respecto a Madrid. El candidato del aparato defiende el municipalismo. Y Luis Ángel Hierro defiende el verdadero socialismo y acusa a los otros dos candidatos de ser «de centro».
Cartas sobre la mesa: esto va de Susana Díaz contra Pedro Sánchez, por candidato interpuesto. No hay más.