FERNANDO VALLESPÍN-EL PAÍS
- Castilla y León no verá lo ocurrido en Madrid. Y este es el verdadero problema del líder del PP. El espectro de Ayuso le seguirá atormentando
Todas las elecciones las carga el diablo, sobre todo cuando son anticipadas. Si encima se recubren de la incertidumbre que caracteriza a las de este domingo en Castilla y León, su magnitud satánica está asegurada. Pocas veces unas elecciones que en principio entraban en la rutina de la política normal pueden acabar teniendo un efecto tan telúrico. Lo que está sobre el tablero es el futuro inmediato de nuestra derecha. Ni más ni menos. Y esto anticipa una serie de corrimientos de tierras políticos imprevisibles.
Felipe González siempre ha dicho, con razón, que la política es pura gestión de expectativas. Las de Casado todos las conocemos. Tiró a Mañueco a la piscina de unos comicios anticipados tratando de proyectar la amplia victoria de Madrid a una comunidad supuestamente cautiva para rematar la faena después con las andaluzas y plantarse en las generales con corona de laureles. El objetivo no era solo sacar pecho frente al PSOE, en la estrategia entraba también la aminoración de la influencia de Vox. Dos por uno: vencer a los socialistas y dejar claro quién manda en la derecha. Mas imaginemos que no hubiera agua en la piscina a la que han arrojado a Mañueco y no se dieran ninguna de las dos condiciones. Me cuesta pensar que la derecha en su totalidad pierda las elecciones en una comunidad tan conservadora, pero tanto la fragmentación del voto por la aparición de las plataformas provinciales como una baja participación pueden hacerlo posible. Por no hablar, y este es un punto relevante, de la forma en la que acabe distribuyéndose aquel en el interior de la derecha. Castilla y León no verá lo ocurrido en Madrid. Y este es el verdadero problema de Casado. El espectro de Ayuso le seguirá atormentando.
Ayuso demostró que ambos objetivos eran posibles, vencer con claridad y frenar a Vox. O, lo que es lo mismo, que el liderazgo importa. No conseguirlo ahora dejará al pie de los caballos a un líder del PP sobre el que recaen la sospecha y las encendidas soflamas de un importante sector de sus presuntos apoyos mediáticos. Curiosamente son los mismos que lo arrastraron a la estrategia que resultó fallida, el competir con Vox por ver quién era más grosero, descalificador y de posiciones más extremas. Ignoraron, por tanto, la máxima que tanto gustaba de predicar Arriola, que el centroderecha solo puede ganar en España cuando consigue desmovilizar a la izquierda. O sea, cuando se inclina al centro, no cuando se sube al monte.
Casado se equivocó cuando pensó que la inercia de Madrid era extrapolable al resto de España. Aquellas elecciones en plena fatiga pandémica y con un liderazgo friki y respondón se ajustaron bien al momento y a las condiciones específicas de dicha Comunidad, pero no son trasladables sin más a todo el país. De darse una relativa debacle del PP, este partido puede cometer ahora el mismo error si piensa que recurriendo a Ayuso como líder nacional va a resolver el liderazgo que necesita ¿Pero hay algún otro en el banquillo? Y, casi peor, ¿puede moderarse un partido que va a necesitar a Vox para decidir casi cada acto político? Esperemos a ver qué pasa en la noche electoral, pero las perspectivas para la derecha no son buenas. Es lo que tiene alimentar un discurso reducido casi al antisanchismo y a la obsesión por sus competidores a la derecha en vez de articularse a partir de actitudes y convencimientos propios.