Casandra o el liberalismo

ABC 23/11/15
PEDRO SCHWARTZ GIRÓN, PRESIDENTE DE LA MONT PELERIN SOCIETY

· «No creo que España sufra, tras las próximas elecciones, un vuelco político contrario a las exigencias del buen sentido. En el campo de las ideas la situación es más inquietante. Aunque huérfanas de ideología coherente, las izquierdas, radicales o templadas, no cesan en sus descalificaciones»

LA opinión pública se revuelve de nuevo contra el libre mercado, pero ese cambio de actitud no ha tenido aún mucho efecto en la política práctica. Si nos centramos en Europa, los votantes no se han entregado al populismo. Cuando lo han hecho, como en Grecia, pronto se han arrepentido. No creo que España sufra, tras las próximas elecciones, un vuelco político contrario a las exigencias del buen sentido.

En el campo de las ideas la situación es más inquietante. Aunque huérfanas de ideología coherente, las izquierdas, radicales o templadas, no cesan en sus descalificaciones. Hasta la cátedra de San Pedro denuncia graves defectos en el sistema de libre mercado. No puede negarse que la crisis financiera de 2007 ha causado vacilación y aun repliegue en las filas de los defensores de la filosofía individualista. Los liberales clásicos sabemos que la libertad económica trae consigo la prosperidad, sobre todo para los más pobres; que la libre competencia en el comercio, en la política, la educación, las ideas, las artes, favorece el desarrollo de la persona, el vuelo del espíritu y la autonomía de la sociedad civil. En suma, el capitalismo es el principal sostén y aliado de la democracia liberal. Pero no basta con reiterar lo sabido. Hay que plantar batalla en los puntos concretos en los que sufrimos el asalto de los colectivistas.

Comienzo por el dinero y las finanzas. La opinión común es que la catástrofe de 2007 se debió a una excesiva desregulación financiera. Greenspan, uno de los grandes culpables de la catástrofe, ha llegado a decir que se había «equivocado al suponer que las empresas financieras podían regularse a sí mismas». Quienes mantenemos nuestra confianza en el libre mercado vemos las cosas de otra manera. Tardaremos en saber a ciencia cierta cuáles fueron las causas de esa Gran Recesión: aún se discute sobre el porqué de la Gran Depresión de los años treinta. En mi opinión, la crisis de 2007 se debió principalmente a la soberbia de los banqueros centrales. Creen poder evitar los vaivenes del ciclo jugando con los tipos de interés e incluso rebajándolos a cero para fomentar el empleo. Olvidan que así la moneda se devalúa sin cesar. En el siglo XIX, unas monedas sólidas, ligadas al oro, permitieron mantener el valor del dinero, contribuyendo así a un siglo de crecimiento inédito en la historia. Aunque algún país pequeño lo hace, quizá resulte imposible en las rígidas sociedades de hoy ligar las monedas a un patrón exterior que las libere de interferencia política. Entonces habrá que proponer la libre competencia entre monedas, nacionales y privadas, sin ninguna restricción de los movimientos de capitales.

El cambio climático (antes recalentamiento global) se presenta como el más grande fallo del mercado de la historia de la humanidad. Si están subiendo las temperaturas medias del globo, no sabemos a ciencia cierta si ello se debe sobre todo a la acción humana. Tampoco sabemos si se trata de un fenómeno catastrófico sin retorno. Lo que sí sabemos es que las predicciones de los agoreros se hacen sobre la base de modelos no experimentales, que olvidan la capacidad humana de adaptarse a nuevas condiciones. Recuerdo que en 1968 Paul Ehrlich profetizó la devastación mundial que produciría «la bomba demográfica». Ese clima de maltusianismo llevó a la política de un hijo por pareja en China y a las esterilizaciones forzosas de Indira Gandhi en India. Ahora, a medida que se prolonga la vida, los humanos estamos reduciendo espontáneamente el crecimiento de la población. Sería de agradecer algún átomo de duda por parte de los intervencionistas a ultranza.

Europa imita con entusiasmo las seculares leyes antitrust de EE.UU. Los monopolios que hacen verdadero daño son los que nacen de la regulación pública. Bruselas nada dice sobre el monopolio de los ferrocarriles y la electricidad en Francia. Tarde está abriendo el Gobierno español el monopolio público del AVE, que aún recibe la subvención de un favorable alquiler de las vías y la catenaria. En cambio, faltando protección política, no hay monopolio que cien años dure: el poder de mercado de IBM sucumbió ante Windows, no ante los reguladores. La desregulación del mercado aéreo iniciada por el presidente Carter ha puesto los viajes al alcance de los bolsillos más modestos. ¿Por qué no liberar el gas y la electricidad como se ha hecho con las telecomunicaciones?

El mantra del día es que los ricos son cada vez más ricos, y los pobres, más pobres. Piketty dixit. La verdad es que muchas personas aún mueren de hambre, pero ninguna, que yo sepa, de desigualdad, como no sea la desigualdad ante la ley. El secretario general Ban Ki-Moon acaba de reconocer en España que el número de pobres en el mundo está cayendo mucho más aprisa de lo que preveían las «Metas del Milenio»: unos ochocientos millones menos desde 1970. Lo que no ha dicho es que ello se debe sobre todo a la globalización. El progreso de tantos millones de pobres significa que la desigualdad se ha reducido drásticamente. ¡Qué manía con el 1 por ciento! No es cierto que las grandes fortunas de la lista de «Forbes» se mantengan a través de las generaciones. Las acumulan los grandes empresarios y las dilapidan los hijos y los nietos. ¿Dónde están los Rockefeller? Han tenido que marcharse del Rockefeller Center porque no podían pagar el alquiler. Bill Gates y Warren Buffet son riquísimos. Veremos qué hacen sus descendientes.

Para compensar a los que no tienen medios para financiar sus pensiones, su salud o la educación de sus hijos hemos creado a lo largo del siglo XX el Estado del bienestar. Nada es gratuito. Tenemos que financiarlo con impuestos sobre el trabajo –y con deuda–. La deuda pública oficial de los Estados, con todo y haber alcanzado sumas equivalentes al producto anual de sus economías, es una fracción de la deuda latente por obligaciones futuras no capitalizadas en materia de pensiones y salud (y no digamos educación). Las llama el Dr. Gokhale, del Instituto Cato, el iceberg de la democracia: en el caso de la UE, esas promesas no contabilizadas actuarialmente están dando lugar, a partir de 2010, a un déficit estructural recurrente y creciente de un 13,5% del gasto público (o un 7,8% del PIB). Cuando los liberales vaticinamos que esto, en un futuro no muy lejano, forzará una dura consolidación fiscal o llevará a una inflación desatada que puede destruir la democracia, corremos la misma suerte que Casandra, a quien el dios Apolo condenó a decir siempre la verdad y a que nadie la creyera.