Luis Ventoso-ABC

  • El PSOE lleva todo el siglo XXI desentendiéndose de la economía, y ahora…

La crisis de 2008 fue un rejón para Occidente, del que nunca se ha recuperado del todo mientras Asia despegaba. Aparentemente, las cifras de crecimiento acabaron retornando. Pero la fotografía del interior de los hogares cuenta otra historia. Por ejemplo, en España los sueldos cayeron un 1,9% entre 2008 y 2017, período en el que los precios subieron un 15%. Traducción: perdimos casi un 17% de poder adquisitivo. Nos volvimos más pobres.

En el siglo XX, existía en Estados Unidos una máxima infalible: «Lo que es bueno para General Motors es bueno para América». Si el PIB crecía, los salarios lo hacían a la par. Pero lo que es bueno para Alphabet, Apple, Facebook y Amazon ya no es bueno

para toda América. A pesar de que el paro estaba en mínimos históricos en Estados Unidos antes del Covid-19, lo cierto es que el ingreso medio de los estadounidenses seguía por debajo del que disfrutaban a comienzos del siglo XXI. Eran más pobres, como nosotros. Occidente superó el batacazo de 2008, una gran crisis de deuda, parcheando… ¡con más deuda! La efervescencia económica del arranque de siglo jamás retornó.

«Las cosas ya no son como solían ser», se lamentan las clases medias occidentales, abatidas ante la inédita y deprimente perspectiva de que sus hijos vivirán peor que ellos. Un malestar así siempre tiene traducción política. En el siglo XX, tras el crack del 29, fueron los radicalismos totalitarios, que provocaron la Segunda Guerra Mundial. En el siglo XXI, repitiendo la tragedia como farsa, hemos pasado a los actuales populismos. Son movimientos «antiestablisment», que cuestionan con dureza la democracia liberal, pero que no declaran un deseo de destruirla. Los populismos han traído las políticas de la emoción y la identidad. Ante el malestar por una economía que ya no funciona para todos y el desconcierto frente a la globalización, una de sus respuestas consiste en ofrecer una redención nacionalista mediante el repliegue en el terruño (Trump, Brexit, Cataluña, Escocia). La otra, la de la izquierda populista, pasa por cultivar a minorías que se sienten agraviadas. Los populismos de derecha e izquierda infravaloran la gestión. Arrumban la economía en un segundo plano. O la despachan con topicazos.

El PSOE fue pionero del populismo progresista. Empezó con Zapatero. De manera ilusa, el contador de nubes creía que la economía siempre iría bien. Así que olvidó los números y se dedicó a la ideología: ingeniería social y cancha para los nacionalismos disgregadores. Desde entonces, el PSOE ha sido un partido anumérico. Ahí está Sánchez: en el poder desde 2018 e incapaz de aprobar unos presupuestos. Sus prioridades eran Franco, la eutanasia, el feminismo, indultar de tapadillo a Junqueras y arreglar el cambio climático desde un país de 47 millones de habitantes en un mundo de 7.700 millones. En economía, solo un tic: más impuestos «a los poderosos». Ahora llega una recesión de caballo. La gestión económica vuelve a ser vital. Pero nos pilla con el PSOE, romo en la materia, empeorado por el populismo populachero y colectivista de Iglesias.