El nombre de la cosa

Ignacio Camacho-ABC

  • La Nueva Normalidad es una carcasa nominal para mantener el estado de alarma «sine die» y luego ya iremos viendo

«Nomina nuda tenemus» (Umberto Eco, sicut Bernardo de Morliac)

Cuando este Gobierno se propone trazar -por decirlo de alguna manera- un plan, lo primero que hacen sus gurús es buscar un nombre. El arquetipo de la cosa, que decía Borges citando a Aristóteles. Un nombre que sugiera un marco cognitivo, para lo cual debe ser sonoro, grandilocuente, efectista, pomposo. Y, sobre todo, abstracto, ambiguo, que pueda caber en él cualquier cosa. Por ejemplo: Plan para la Transición hacia la Nueva Normalidad. ¿Quién se opondría a esos significantes? Transición, Normalidad y Nueva son palabras de mucho prestigio. Dan ganas de abrazarse a cualquier cosa que contenga esos conceptos tan esperanzadores, especialmente si llevas mes y medio de encierro distópico y te señalan una tierra prometida aunque no te digan qué

hay dentro. Transitemos todos juntos, y yo el primero, por la senda de la Nueva Normalidad, habría dicho el mismísimo Fernando Séptimo.

Sucede que una vez hallado felizmente el nombre, la carcasa semántica, ya no se necesita el plan propiamente dicho. Basta con rellenarlo de términos: marcadores, perímetros, duración máxima tentativa (sic), horizonte, estrategia. Eso que antiguamente se llamaba cantinfleo. Si tienes el rótulo y la carpeta, lo único que hace falta es un diccionario para ir acumulando expresiones abstrusas, inconcretas, evasivas, en un lenguaje lo bastante oscuro para que parezca serio. Nada de calendarios, proyectos, medidas u objetivos que impliquen alguna clase de compromiso. No hay que estropear con requerimientos prosaicos la tersura impecable y teórica del nominalismo.

Así las cosas, el Plan para La Transición Etcétera consiste, básicamente, en que ya iremos viendo. No preguntéis qué, cuándo, cómo ni dónde. El expresidente andaluz Griñán lo decía con una frase propia del maestro zen de «Kung-fu»: cuando lleguemos a ese río cruzaremos ese puente. ¿El trabajo? Cuando se pueda. ¿La hostelería? Depende. ¿El turismo? Según los marcadores ¿La movilidad? Asimétrica por territorios. ¿Qué territorios? No sabemos. Bueno, sí, de momento La Graciosa (737 habitantes) y Formentera (12.800). Ah, y el islote de Perejil, con permiso de Federico Trillo.

Resumen: hay nombre, pero no hay plan, salvo continuar gobernando por decreto. No puede haberlo porque no hay test, y sin test no hay mapa, y sin mapa no hay conocimiento del estado real y de la localización del contagio. Se empieza a soltar gente, por sectores o por provincias, a modo de tanteo, y a ver qué pasa. Un test a lo bruto, prueba y error, un método empírico, digamos. Pero si no hay precisión sólo puede haber aproximaciones susceptibles de errores (graves) de cálculo. Lo único seguro es que sigue el estado de alarma… si la oposición no decide, que quizá debería, lo contrario. De la otra normalidad, la política, la constitucional, la parlamentaria, nos podemos ir olvidando.