HERMANN TERTSCH-ABC

Participan en el linchamiento a los jueces para que no los llamen fachas

NO sé si cuando lean estas líneas habrá dimitido ya el ministro de Justicia, Rafael Catalá. Si no lo ha hecho, se le estará haciendo tarde. Con una sola frase –«Todos saben que este juez tiene algún problema singular»–, el ministro ha puesto de acuerdo en que tiene que irse con su música a otra parte a las siete asociaciones de jueces y a todos los españoles que aún tienen un mínimo de respeto por las formas. Si se permite que siga en su cargo un ministro que envía al loquero a un juez porque no le gusta su sentencia, no solo demostramos hábitos propios del régimen de Mobutu. Es que estamos engrasando vagones para que futuros ministros, con más rancia ideología, nos manden a trabajar a las canteras a todos los que les disgustemos como el juez Ricardo Rodríguez disgusta a Catalá. Por eso se tiene que ir Catalá. Como se tenía que haber ido ya Cristóbal Montoro por sus afirmaciones falsarias que también dañan a los jueces, pero ante todo a España. Y por tantas omisiones en la lucha contra los auténticos enemigos del Estado, tratados con una deferencia que nunca hay para los millones de contribuyentes honrados.

Aunque para ser coherentes habría que pedir que fuera Mariano Rajoy quien encabezara el mutis general de este gabinete, después del espectáculo dado con estos Presupuestos, uno de los peores insultos a la inteligencia de los españoles en muchos años. Después de jurar y perjurar que España se tambalearía y correría grave peligro si se vinculaban las pensiones al IPC, bastó que fuera condición de los cinco votos que pueden prolongarle la vida política y la legislatura para mantener lo contrario. No le importó la cruda evidencia del engaño. Al decir que era imposible o al sostener que es perfectamente asumible. Por no hablar de las concesiones políticas con un previsible fin de la aplicación del artículo 155 en Cataluña cuando más falta hace ante la provocación permanente de la rebelión separatista y golpista. O de la desgarradora certeza, cimentada por el PNV y su entorno, de que el presidente ha asumido compromisos que llevarán a medio plazo a los presos terroristas a pasearse por el País Vasco sin cumplir las penas por sus crímenes. Todo este paquete intolerable es el precio a pagar por acabar una legislatura en total parálisis y sin otra prioridad que la de agotarse. A ello se encamina. Porque Ciudadanos tampoco es más que un soldado de conveniencia y Albert Rivera cree necesitar aún tiempo para consolidar el partido que recicle los escombros del Partido Popular. Tiene suerte Rajoy de que aún coinciden sus intereses con Rivera. No está claro que coincidan con los de España.

En realidad, el problema de Catalá y el de todos los que han salido irresponsablemente a participar en el linchamiento de los jueces está en esa obsesión por querer estar entre los «buenos» de la maniquea historia «progresista». Mendigar simpatías donde no las van a tener nunca. Ya le pasó a Cristina Cifuentes. Olvidar las leyes y las formas como hace la izquierda para parecer izquierda. Como siempre, el miedo a que los llamen fachas. En el fondo el caso solo importa porque es ideal para la agitación. Como a la izquierda y las organizaciones militantes que jamás mueven un dedo en favor de mujeres asesinadas o violadas cuyo perfil no interesa. Si no se lo creen, busquen los actos de condena, indignación, conmoción pública e ira popular por la terrible violación múltiple a la que sometieron diez argelinos durante 24 horas a una niña de 14 años en Alicante. Ha sido el 22 de marzo. Busquen.