Catalanes de (im)pura cepa

EL CONFIDENCIAL 18/10/14
MANUEL CRUZ

Existe un independentismo no nacionalista, es una de las afirmaciones que más se vienen repitiendo en Cataluña desde que Carod Rovira refundó ERC. Por extensión, se continúa afirmando, el procés catalá tampoco tiene que ver con adscripciones identitarias de ningún tipo. Muchos soberanistas actuales, de los que hasta hace bien poco ocultaban un apellido poco catalán (aunque también había variantes suaves de la ocultación consistentes en cambiar su grafía, catalanizándola, sin olvidar a los que se limitaban a escribir tan solo la inicial) o no mencionaban nunca el hecho de que su lengua materna fuera el castellano, ahora incluso hacen ostentación de ello. «¡Pero si mi padre es de Murcia!», «Yo con mi mujer hablo en castellano», «Soy un charnego de pura cepa» han pasado a ser, en sus labios, la prueba concluyente del carácter no identitario de la dinámica social que el soberanismo ha puesto en marcha.

Quede claro, por si mi redacción pudiera generar alguna duda al respecto, que celebro esta particular salida del armario por parte de quienes hasta hace como aquel que dice cuatro días ejercían de guardianes de las esencias nacionales. Pero no termino de ver claro que, efectivamente, hoy en Cataluña los sectores hegemónicos políticamente hayan renunciado al empleo de los recursos emotivos y sentimentales asociados desde siempre al discurso nacionalista.

Por lo pronto, hay que constatar que muchos de los independentistas sobrevenidos, han asumido el nuevo credo sin por ello renunciar en lo sustancial (ya hemos visto en qué dimensiones accidentales llevan a cabo concesiones) a sus antiguos planteamientos nacionalistas, fuertemente identitarios. Bastaría con acudir a las hemerotecas y repasar las declaraciones que todavía a primeros de julio del presente año hacía Jordi Pujol acerca de la base identitaria de la nación catalana.

· No termino de ver claro que, efectivamente, hoy en Cataluña los sectores hegemónicos políticamente hayan renunciado al empleo de los recursos emotivos y sentimentales asociados desde siempre al discurso nacionalista

Es posible que no esté acertando con el ejemplo, que alguno considerará un tanto impertinente, pero ya se sabe que los ejemplos son como los principios de Groucho Marx: si no les gustan unos, siempre hay otros de los que poder echar mano. Probablemente -no me cuesta imaginármelo- muchos independentistas actuales replicarían que el ex-presidente pertenece a otra época política y que, por tanto, no representa la especificidad del procés actual (de hecho, no falta quien le está endosando sus irregularidades contables al sistema autonómico mismo, e incluso a la Transición -un puro enjuague de la casta, como es notorio-).

¿Quién entonces podría considerarse representativo del mismo? Dudo que haya alguien que cumpla mejor dicha misión que Carme Forcadell, presidenta de la ANC. Pues bien, les remito a Vds. a la entrevista que le hizo Ariadna Oltra en el programa «.CAT», de TV3 (y que se encuentra disponible en la página web de la televisión pública catalana), programa en el que tuve la oportunidad de participar. Tras las casi preceptivas declaraciones de no identitarismo, cuando la entrevistadora le pidió que le resumiera los motivos sustanciales del agravio catalán, las razones mayores que justificaban la deriva independentista, resultó que eran los ataques por parte de España a la lengua, la cultura y la identidad (menyspreada y menystinguda, como también gusta de repetir Artur Mas, otro ilustre converso al independentismo) del pueblo catalán.

La lista de ejemplos podría ampliarse sin ninguna dificultad, pero no les voy a aburrir mucho con ellos. Solo añadiré uno: Javier Marías se preguntaba en El País recientemente por la razón por la que en este momento, con los niveles de autogobierno que tiene Cataluña, la situación incomparable de su lengua y su cultura respecto al pasado, su sistema de financiación que, por más que mejorable (no lo dudo), muchos independentistas lo consideraban magnífico en el pasado reciente (concretamente cuando formaban parte del gobierno autonómico que lo gestionó), etc., se había desencadenado la dinámica rupturista en la que ahora estamos inmersos. La respuesta que obtuvo por parte de un acreditado analista político catalán fue para mí estupefaciente: falta de empatía.

· Javier Marías se preguntaba en ‘El País’ por la razón por la que con los niveles de autogobierno que tiene Cataluña se había desencadenado la dinámica rupturista en la que ahora estamos inmersos. La respuesta: falta de empatía

Parece lógico, pues, que algunos andemos algo desconcertados al respecto de la presencia o no de elementos identitarios en el debate político actual. En todo caso, puestos a fijar mi posición al respecto, diré que entiendo que es poco menos que inevitable que tales elementos tengan presencia en el mencionado debate. La cuestión no es que existan o no (que no hay modo de evitar que existan, y tampoco sería deseable que así fuera) sino qué hacemos con ellos, qué tratamiento e importancia les concedemos. Habida cuenta, sobre todo, de que en sociedades complejas como las nuestras la uniformidad que algunos en el fondo de su corazoncito desearían poder instituir constituye un objetivo prácticamente inalcanzable.

Pero es que, además de esta complejidad digamos que sincrónica, no podemos olvidar el carácter diacrónico -procesual, en lo histórico y en lo biográfico- de las identidades. La gran María Mercè Marçal, en su célebre poema «Divisa» (incluido en su primer libro de poemas, Cau de llunes , 1976), escribió unos conocidos versos que, con el tiempo, acabaron transformándose en bandera del movimiento feminista de izquierdas y que no creo que precisen de traducción:

A l’atzar agraeixo tres dons: haver nascut dona, de classe baixa i nació oprimida.

Pensemos en las muchas mujeres que en su momento se reconocieron en estos versos. Si, andando el tiempo, ser mujer no significara la misma condición subalterna de antaño, si, merced al ascensor social (y al propio esfuerzo), muchas de ellas hubieran tenido la oportunidad de mejorar su posición social y si, por último, su comunidad de origen se hubiera liberado de la opresión que la atenazaba en otros tiempos y hubiera alcanzado, libertad mediante, importantes cotas de autogobierno ¿seguiría valiendo aquella definición? Solo para describir los orígenes, solo como huellas de memoria, pero no como una descripción de su identidad presente.

Si coincidimos en postular tanto el carácter complejo como el procesual de las identidades, probablemente el único rasgo que podamos acordar para definirlas sea entonces el de caleidoscópicas. Así entendidas, las identidades no deberían ser de temer. ¿Cómo unas realidades definidas de tal forma podrían ser consideradas como normativas? Sin duda no lo son, pero los poderes se empeñan, una y otra vez, en que tengan efectos normativos (como ocurre en el eslógan del tricentenario de 1714 «la historia ens convoca«). Pero en el fondo, al hacerlo, las violentan y deforman y, en la misma medida, violentan y retuercen los sentimientos de los individuos, esos sentimientos que, de puertas afuera, declaran respetar y exaltar tanto.