Catalanizar España

CARLOS HERRERA, ABC 20/09/13

· Lo propuesto por Aguirre no es una mala idea. Falta, solamente, que se la crean algunos catalanes.

Tiene su gracia lo que ha afirmado Esperanza Aguirre en Barcelona. Eso de que «hay que catalanizar España» es un cumplido educado y generoso que encierra una parte de sensatez y otra de trampa seductora. Aguirre nunca deja indiferente: es provocadora, valiente, arriesgada y, a veces, tomada por inconsciente. Entiendo lo que ha querido decir: Cataluña reúne virtudes incontestables, muchas de las cuales serían de aplicación rentable para muchas tierras de España. Pero, con el transcurso de los tiempos, también se ha constatado el defecto de alguno de sus amaneramientos. Catalanizar España es brindarles a los catalanes el favor de la laboriosidad, de un pragmatismo industrial indudable, el favor de un rendimiento rentable y feliz –ayudado por condiciones históricas favorables– que ha convertido su territorio en un Dorado fabril en el que los sueños de prosperidad se han hecho ciertos para varias generaciones de españoles trasterrados oleada a oleada. Se ha instalado en el imaginario colectivo la suerte de que en Cataluña toda iniciativa era contestada con un pequeño éxito social, y algo hubo de ello. Lo sé por experiencia familiar: cuando en la Andalucía de principios y mediados de siglo –y ello vale para otras muchas regiones– no existía futuro para sus lugareños, Cataluña significaba la oportunidad del filete, del puchero, del acomodo laborioso en el que hacerse un hueco en los salarios de cada mes. Llegabas y había sitio al fondo.

No importa que ello ocurriera por razones estratégicas de varios regímenes que favorecieron su desarrollo: Cataluña esperaba a quien quisiera llegar y acogía a quien quisiera arrimar el hombro. Es verdad que no había otra. Aun así hay que reconocer que una región intensamente personalizada entendió que su progreso dependía en buena medida de los que llegaran a hacerse cargo de las labores menos satisfactorias. No sin recelos, pero fue mayoritariamente así. Los que llegaron entendieron el territorio al que acudían y los que estaban hicieron sitio para aquellas «pieles quemadas» que acudían con el deseo de prosperar. Puede parecer un cuento de hadas en el que todos son buenos, pero no creo equivocarme si afirmo que se trató de una conjunción de intereses que, salvo excepciones extremistas, brindó beneficios colectivos a ambas partes.

¿Y eso cuándo se jodió?: cuando un importante grupo de políticos catalanes decidió jugar a la exclusión. Y educó para ello a un par de generaciones de exaltados que hoy abominan de todos aquellos que colaboraron en despegar Cataluña del suelo. El independentismo siempre fue una realidad en Cataluña. Exigua, pero real. Hoy, en cambio, parece omnipresente. Ello no quiere decir que sea mayoritaria, pero lo parece. El discurso de Aguirre, aunque de apariencia infantil, es correcto en su intención y en su formulación: puede servir de poco para una masa adoctrinada por el pensamiento único, pero es útil para la élite creativa de una Cataluña consciente de que las salidas al laberinto creado por diversos colectivos políticos y sociales es absolutamente infernal. No pretendo decir que los catalanes sean como niños, pero sí que son sensibles a determinados halagos, como todo bicho viviente. Que, curiosamente, el halago provenga de la máxima representante del liberalismo patrio, inequívocamente español, no deja de ser una paradoja simpática.

Algunos apuestan por un descenso del «souflé» –si es que se escribe así, que no lo sé, ya que pienso que nunca en mi casa hemos comido eso– a medida que las condiciones económicas vayan cambiando según la curva de ascenso que algunos aventuran para la economía española. Indudablemente, no va a ser tan sencillo; algo, no obstante puede aventurarse en ese sentido, y mucho tiene que ver con pasar la mano por el lomo con esa cierta habilidad que tienen políticos como Aguirre. Catalanizar España no es una mala idea. Falta, solamente, que se la crean algunos catalanes. Cosa no fácil, por cierto.

CARLOS HERRERA, ABC 20/09/13