- Es lo que tiene por delante hoy Cataluña. Si seguir en un Procès enloquecido, que trae división y declive, o se ponen las pautas para sumar en el único marco posible que es el de la Constitución
Esta semana se han cumplido cinco años de la asonada golpista en Cataluña del 1 de octubre de 2017. Desde entonces, la sensación es la de que esa región camina de crisis en crisis, incapaz de encontrar un asidero sólido y de futuro. Recordemos que después del fugitivo Carles Puigdemont, se hizo cargo de la Generalitat Quim Torra, de quien apenas nadie es capaz de guardar memoria.
Posteriormente, tras las elecciones de primeros del año pasado 2021, ERC se hizo con la mayoría independentista, superando a Junts x Cat, de tal manera que Pere Aragonès pasó a presidir un gobierno de coalición entre ambas fuerzas independentistas. Así, de crisis en crisis, hasta hoy en que es imposible saber qué futuro se abre ante ese gobierno. Aragonès viene de cesar al vicepresidente Jordi Puigneró, abriendo un compás de espera en Junts x Cat que a su vez ha concertado para hoy y mañana una consulta a sus militantes para decidir si continúa o no en el gobierno. Como si la estrategia política de ese partido postconvergente pudiera ser determinada en las urnas. Si con motivo de cada crisis la decisión del partido es convocar consultas internas para votar, es posible que los militantes de Junts se vean en la obligación de votar día y noche y a diario, pues tal parece que puede ser la densidad de la crisis en el gobierno catalán.
Imposible saber cuál será el próximo devenir gubernamental en Cataluña, si Junts seguirá en el gobierno o no, qué iniciativas puede adoptar Aragonès. Lo seguro es que este año y medio de gobierno de coalición deja muchísimo que desear. Un presidente empeñado en reclamar un referéndum de autodeterminación y la amnistía, sabedor que ambas dos son rigurosamente imposibles.
Lo seguro es que, pase lo que pase, estamos asistiendo a aquello que nunca debiera suceder. Si la obligación principal de un dirigente político es ofrecer certidumbre a la ciudadanía, nos encontramos con un panorama –y hace ya años de eso– en que los dirigentes políticos en Cataluña ofrecen todo tipo de incertidumbre. Asistimos a un proceso en que lo que se debate es la hegemonía dentro del nacionalismo, si corresponde a ERC o a Junts x Cat. Podemos echar la vista atrás al inicio del Procès en 2012, seguido de los referéndums ilegales de 2014 y 2017 y de todo lo que vino después hasta hoy. No es solo asistir a un sabotaje de elementales derechos cívicos, como lo es estudiar en español, empeñado como está el gobierno de Cataluña en prohibir tal manifestación de un derecho elemental para cualquier ciudadano.
¿Cómo es posible que la caída de competitividad de Cataluña entre regiones europeas pasara del puesto 103 en 2010 al 161 en 2019, en tanto Madrid se hallaba en ese último año en la posición 98?
Lo que tenemos ante nuestros ojos es un declive acelerado de la economía catalana. ¿Cuántas miles de empresas abandonaron Cataluña a partir del 1 de octubre de 2017 sin que se prevea regreso alguno de las mismas? ¿Cuánto se hundieron las inversiones extranjeras? ¿Cuánto se degradaron los ratings de la deuda pública y privada catalana? ¿Cuánto cayó la competitividad de Cataluña? ¿Cómo se acumuló una brecha permanente de PIB entre Madrid y Cataluña en beneficio de la primera? ¿Cómo es posible que la caída de competitividad de Cataluña entre regiones europeas pasara del puesto 103 en 2010 al puesto 161 en 2019, en tanto Madrid se hallaba en ese último año en la posición 98? ¿Cómo es posible también que tantas señales procedentes de Barcelona nos hablen del declive de esa ciudad? De la pérdida inquietante en materia de seguridad ciudadana, de la pérdida en algo tan elemental como la limpieza de sus calles y plazas, y de lo más grave: la pérdida de población.
Podemos acumular cuantos indicadores deseemos, contemplar las oportunidades perdidas en los últimos tiempos –no menor resulta la renuncia a la ampliación del aeropuerto del Prat con una inversión programada, de 1.800 millones de euros; o la renuncia a implantar en Barcelona una sucursal del Museo del Hermitage–. Todo lo que encontraremos será una clase política nacionalista que lejos de ofrecer certidumbres a sus conciudadanos van agravando el foso del declive de Cataluña. Una decadencia a ojos vista, que se va agrandando en las estadísticas que se realizan año por año.
Se puede pasar del Espanya ens roba al más acertado del Procès ens roba. Porque ese será el balance de estos cinco, diez años. Una patente desfiguración a cargo de unas élites políticas imposibles e irresponsables donde las haya, e incapaces de encauzar la situación de Cataluña ni de revertir los daños que han causado durante años. De cómo optaron por emprender el peor de los caminos posibles.
El último de la fila ha resultado ser el histórico Partido Quebequés, de carácter soberanista, que ha pasado de 10 escaños en 2018 a únicamente 3 escaños
La casualidad ha querido que esta misma semana se hayan celebrado elecciones en la provincia de Quebec en Canadá –más de millón y medio de kilómetros cuadrados, cerca de ocho millones de habitantes–. Más allá de recordar que en los 70, en los 80, en los 90 del siglo pasado, Montreal cedió su plaza como gran ciudad de Canadá a favor de Toronto precisamente como consecuencia del ímpetu nacionalista quebequés que llevó a la fuga de empresas y ciudadanos desde Montreal a Toronto, es significativo el resultado de estas elecciones en Quebec, que confirman y agravan los resultados de las anteriores elecciones en 2018 para elegir el parlamento de la provincia con 125 escaños. Como en 2018, ha vuelto a ganar la Coalición Futuro de Quebec, de carácter regionalista y conservador, incrementando su representación de 74 a 88 escaños, una holgadísima mayoría absoluta. Seguida a gran distancia del Partido Liberal, de carácter federalista canadiense. El último de la fila ha resultado ser el histórico Partido Quebequés, de carácter soberanista, que ha pasado de 10 escaños en 2018 a únicamente 3 escaños.
Ese Partido Quebequés, líder indiscutible en la provincia en los años 70, 80 y 90 del siglo pasado, donde llegó a promover dos referéndums de independencia, ambos perdidos, en 1980 y 1995. Es curioso, ese resultado electoral de las elecciones legislativas en Quebec ha pasado absolutamente desapercibido, como si no hubiera existido. Y es la pregunta a hacer a los líderes independentistas catalanes: cuando el tiempo pasa, cuando las ensoñaciones nacionalistas –y vaya si ocurrieron por décadas en Quebec– terminan en agotamiento, cómo se recupera el tiempo malgastado y perdido, cómo se recupera el declive, la división y la confrontación entre los ciudadanos.
Eso es lo que tiene por delante hoy Cataluña. Si seguir en un Procès enloquecido, que trae división, declive y empobrecimiento, o se ponen las pautas para sumar en el único marco posible que no es otro que el marco de nuestra Constitución, casa común de todos los españoles. A la luz de la experiencia, es previsible que estemos aún lejos de iniciar el giro. Que no será fácil, por más que ya sea sabido por todos que ese giro hacia la buena dirección es absolutamente imprescindible si no queremos que Cataluña se quede definitivamente atrás.