JORDI CANAL, EL MUNDO 11/12/13
· El autor sostiene que se están dinamitando «concienzudamente» los puentes entre España y Cataluña.
· Subraya que el simposio ‘España contra Cataluña’ pretende reescribir la Historia para rearmar al nacionalismo.
Difícil resulta no ser pesimista ante la situación planteada por el nacionalismo soberanista e independentista al enfrentar a Cataluña contra España. Cada semana se suman nuevos desafíos y despropósitos. El conflicto, a más largo o más corto plazo, se presenta como definitivamente inevitable, atizado, por un lado, por los resultados del pacto de CiU con ERC, y, de otro, por la presión de algunas asociaciones ciudadanas, como Ómnium Cultural o ANC. Sin olvidar, está claro, el inmovilismo del Gobierno de Mariano Rajoy. Aunque en el último trimestre se hayan producido desistimientos y matizaciones en el campo del «derecho a decidir», las amenazas permanecen intactas; la independencia de Cataluña como proyecto se ha debilitado algo, pero sus efectos siguen socavando la convivencia.
Cuatro razones me llevan a calificar el choque como ineludible. Primeramente, el proceso no tiene vuelta atrás. No se puede retornar a unas relaciones Cataluña-España basadas en los términos que rigieron desde la Transición. Quizás no sabemos lo que el futuro nos depara, pero, en cualquier caso, no será ya como el pasado. El cúmulo de expe- riencias, acusaciones, reproches e insultos de la última década difícilmente pueden caer en el olvido y van a condicionar por mucho tiempo las relaciones entre ambas entidades. Los puentes no se han roto, como pregona Jordi Pujol, sino que están siendo concienzudamente dinamitados. Debemos dejar de cen- trarnos únicamente en las trifulcas presentes para empezar a imaginar los futuros posibles. Resulta imprescindible pensar el paisaje tras la derrota, puesto que, sea el que sea el resultado del proceso, constituye ya un fracaso colectivo, tanto de la cordura como de la libertad.
Se están recogiendo en Cataluña, en segundo lugar, los frutos del trabajo que los nacionalistas han llevado a cabo en las últimas tres décadas. Como sostuve en otro artículo (Prejuicios nacionalistas en Cataluña, EL MUNDO, 14-V-2013), la suma del clientelismo, los discursos machacones de políticos y opinantes afines, la televisión, prensa, radio y asociaciones fuertemente subvencionadas, así como la normalización lingüística, ha dado lugar a una renacionalización de la sociedad catalana de gran calado. En tercer lugar, las falsas ilusiones y expectativas creadas por los profetas y adalides de la vía independentista derivarán, necesariamente, si el órdago acaba deshinchándose, en frustraciones de resultados impredecibles, y los trapos sucios que los políticos catalanes están escondiendo detrás –corrupción, incapacidad de gestión, parálisis, falta de ideas– emergerán con más fuerza y claridad.
Finalmente, en esta relación de motivos que convierten, a mi entender, en inevitable el conflicto abierto, encontramos la preocupante fabricación de enemigos desde Cataluña, tanto a nivel interno como externo. Carmen Chacón habló hace unos meses de la voluntad de algunos de dividir la sociedad catalana. El ex presidente del Gobierno de España, José María Aznar, aludió acertadamente al peligro de ruptura de Cataluña como sociedad, como cultura y como tradición. La denuncia de ellos frente a nosotros empezó hace tiempo en el terreno de la política de partidos, con la demonización del PP y de Ciutadans.
En Cataluña se están definiendo y señalando ya a los enemigos de mañana, de hoy y de ayer. No en otro sentido debe ser interpretada la propuesta emanada del propio Gobierno de la Generalitat de elaborar ficheros de amigos y enemigos de las políticas desarrolladas por esta institución. Tras las críticas recibidas, la lista de Homs descansa felizmente, por el momento, en un cajón. Mientras tanto, algunos presuntos intelectuales e inquisidores, bien conectados con el poder catalán, denuncian a los enemigos de la independencia y preparan futuras purgas. Véase, pongamos por caso, el libro titulado La trama contra Catalunya (2013), de Héctor López Bofill. En la obra, dedicada a Jaume Renyer –que no es otro que el personaje que acompañó a Carod-Rovira a Perpiñán a hablar con los de la banda ETA–, se pone nombre y apellidos a los «enemigos de la Cataluña libre», también designados como «agentes unionistas», «colaboradores con la metrópolis», «sicarios de España», «vigilantes del gueto» o «quintacolumnistas». Asegura el autor que la hostilidad de todos estos enemigos a «la libertad de Cataluña será castigada».
A los del presente y del futuro, los historiadores han añadido a todos los enemigos que Cataluña supuestamente ha tenido a lo largo de los tiempos. Buena muestra de ello es el simposio España contra Cataluña: una mirada histórica (1714-2014), que se celebra los días 12, 13 y 14 de este mes, financiado alegremente y con firme apoyo político de las instituciones catalanas. Las recientes declaraciones del inefable portavoz de la Generalitat, Francesc Homs, no dejan lugar a dudas. Según el planteamiento del encuentro, que abre el historiador nacionalcomunista Josep Fontana, la culpa de todo lo malo ocurrido en Cataluña en los últimos tres siglos es de España y de los españoles.
En el simposio susodicho se pretende analizar las consecuencias que ha tenido para Cataluña la acción política, «casi siempre de carácter represivo» –reza el programa del evento–, de España, y, asimismo, estudiar «las condiciones de opresión nacional que ha padecido el pueblo catalán a lo largo de estos siglos». Todo un programa de tergiversación histórica y de utilización partidista del pasado. De hecho, la condición ahistórica de la reunión pretendidamente seria empieza por el propio objeto de análisis, puesto que resulta una auténtica broma, que provoca sonrojo y perplejidad, poner a unos historiadores a analizar 2014, un tiempo que no ha llegado aún. No estamos ante un simposio histórico, sino de carácter político.
LOS HISTORIADOREScatalanes, desde principios de la década de 1990, han optado mayoritariamente por hacer patria y han dejado en un segundo término la producción de conocimientos y de fórmulas de comprensión no comprometidas con el nacionalismo del pasado. El estado decadente actual –con algunas meritorias excepciones– de la historiografía catalana, tan innovadora y atractiva hace unos lustros, es el resultado más claro de estos cambios. El hecho de que se haya aceptado participar acríticamente en los festejos de 2014, dirigidos, no por historiadores reputados, sino por una pareja de cómicos televisivos –Miquel Calçada, Mikimoto, y el «polaco» Toni Soler–, dice muy poco en favor de la profesión.
Con el simposio España contra Cataluña se está dando un paso más en la escritura y reescritura de la futura historia nacional de Cataluña. La actividad forma parte del rearme del nacionalismo catalán, que se prepara para la gran batalla de 2014. Desde ahora hasta septiembre del año próximo van a vivirse momentos clave para el desenlace del desafío independentista, que constituye, sin lugar a dudas, junto con una no ajena crisis económica, el principal problema planteado en España en los inicios del siglo XXI. El conflicto resulta inevitable, como he defendido al inicio de este artículo, puesto que, al fin y al cabo, éste es deseado. De ahí la desesperada necesidad de imaginar enemigos de toda laya. Sostenía Karl Kraus que «cuando el sol de la cultura está bajo en el horizonte, incluso los enanos proyectan grandes sombras». No cabe ninguna duda de que muchos políticos y responsables de la cultura en la Cataluña de hoy están proyectando, a pesar de una mediocridad lacerante, enormes y amenazadoras sombras.
Jordi Canal es historiador y profesor en la École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS) de París.
JORDI CANAL, EL MUNDO 11/12/13