Cataluña sin retorno

KEPA AULESTIA, EL CORREO 14/09/13

Kepa Aulestia
Kepa Aulestia

· Muchísimos catalanes de la «mayoría silenciosa» se han hecho ya a la idea de deslizarse hacia la independencia.

Algo habrá que hacer. Es el lugar común en el que nos refugiamos cuando no tenemos ni idea de cómo afrontar un problema. En realidad queremos decir que algo tendrán que hacer otros. Es lo que ocurre con la eclosión soberanista en Cataluña. La actitud unánime que ha suscitado el éxito de la cadena humana de la Diada. Unos porque preferimos que aquello no nos perturbe demasiado. Otros porque, afectados directamente o protagonistas de la emoción, transfieren a los demás la responsabilidad de conducir el conflicto hacia alguna salida.

Artur Mas trató de proyectar la Diada vía satélite a ver si así Rajoy siente la necesidad de moverse. El Gobierno central se acuerda de los catalanes que no salieron a darse la mano en la carretera, en una invitación a que sean ellos quienes corrijan la escora independentista. ERC da un ultimátum al Ejecutivo de CiU para que fije fecha y pregunta para la consulta. Hasta el PSC se anima a reclamar «un nuevo estatus» para Cataluña mediante «una negociación leal», requiriendo al PSOE que se abra más a las demandas en curso. Pero nadie se arriesga ofreciendo una solución; mitad porque quedaría invalidada nada más hacerse pública, mitad porque sería demasiado compromiso. De ahí que la consulta aparente ser la única salida.

Todo indica que ya es tarde para apelar a la Constitución y al Estatuto como marcos dentro de los cuales se dirima la cuestión. A no ser que se opte por habilitar sus respectivas cláusulas de reforma para dar paso poco menos a que un nuevo período constituyente en lo que a la organización del Estado se refiere. Claro que las cosas han llegado tan lejos que la marea soberanista dejó atrás ya hace un año el remedo federalista del PSOE. Estaríamos hablando más bien de algo semejante a lo que el lehendakari Ibarretxe sugirió en su día con la fórmula portorriqueña del «estado libre asociado».

Cabría el atajo de que el resto de España –no solo la política, también la social– se aviniera de inmediato a conceder a Cataluña un ‘pacto fiscal’ semejante al Concierto vasco o al Convenio navarro. Aunque esta última posibilidad desbarataría las costuras de la financiación autonómica, y obligaría a retocarlo todo, incluso nuestros privilegios forales. Además llegaría también tarde. En Cataluña se ha asentado la idea de para qué un punto de encuentro sobre los flujos fiscales con el resto de España cuando hace ya un año dio inicio una alegre marcha hacia el estado propio dentro de la UE.

Hay una Cataluña abiertamente española, que es la que políticamente se resiste a los acontecimientos. Pero una buena parte de los catalanes que no se manifestaron en la Diada porque no son partidarios del desenganche independentista se han visto defraudados y a la postre desamparados por la actitud de las instituciones centrales del Estado. Se disgustaron cuando el Tribunal Constitucional modificó el Estatut de 2006 previamente refrendado, se mostraron impacientes ante la posibilidad de que la Diada de hace un año pudiera encauzarse si el Gobierno central reaccionaba de algún modo, y hoy se dejan llevar por la corriente dominante entre la comprensión, la crítica y la impotencia, porque su postura ya no tiene sitio en la política real.

Es muchísima la gente de la «mayoría silenciosa» que se ha hecho a la idea de vivir en una Cataluña que se desliza inexorablemente hacia la independencia. La polarización ha vaciado el centro, y hoy ni siquiera sirve advertir que se está produciendo un doble falseamiento de la realidad. De la realidad actual y de la que nos dibujan como futuro. «Esto no va contra nadie» fue posiblemente la frase más repetida por quienes explicaban a los medios su participación en la cadena humana. Se referían claro está al resto de España. Pero es indudable que la dinámica de las dos ‘diadas’, la de 2012 y la del pasado miércoles, ha dado la espalda a la pluralidad –prácticamente enmudecida– para dibujar de un solo color el futuro de Cataluña. La gran ventaja con la que cuenta toda espiral independentista es que va dejando al borde de la carretera a las opciones más reticentes. Sencillamente porque el horizonte final solo puede ser gobernado por el soberanismo. Nadie abandonará Cataluña por ello, y quienes encabezan la marcha lo saben.

La consulta es la puerta de salida que el soberanismo ha ideado para dejar atrás la España constitucional. El derecho a decidir es un subterfugio cuando las opciones se reducen a una sola. ¿Quiere usted seguir como hasta ahora, dependiendo de Madrid, o prefiere que mejoremos por nuestra cuenta? No hay término medio, sea cual sea la fórmula final de la papeleta. La negativa del Gobierno central a transferir a la Generalitat la potestad de convocar un referéndum en los términos que ella decida llevó a Mas a anunciar la pasada semana que tal supuesto le obligaría a posponer la consulta para convertir las autonómicas de 2016 en plebiscito. A no ser que arrastrado por la marea, y por la capacidad «organizativa y logística» de la cadena humana del miércoles –en palabras del ministro Margallo– el Gobierno de la Generalitat se avenga a convocar una consulta ‘a pelo’ en 2014.

Incluso podría coincidir con la próxima Diada. Sería una tercera movilización independentista que, inevitablemente, tendría que desembocar en los mencionados comicios autonómicos de 2016. Comicios tras los que ERC sustituiría a CiU al frente de la Generalitat. De ese modo el soberanismo evitaría responder a la pregunta clave: ¿qué porcentaje de participación debe darse y qué porcentaje de votos ‘sí’ para legitimar una declaración de independencia? Cada día que pasa menos gente se plantea esto en una Cataluña en la que el personal tiende sobre todo a abstenerse.

KEPA AULESTIA, EL CORREO 14/09/13