EL PAÍS 26/12/12
Joan Tapia
Decía el pasado lunes 17 -en Cataluña han pasado bastantes cosas desde entonces- que el pacto Mas-Junqueras no había cuajado (el viernes 14) porque CiU no podía aceptar poner fecha a la consulta como exigía ERC. Poner fecha era abrir la puerta a una consulta ilegal, lo que enervaría a una parte sustancial de la sociedad civil catalana y a muchos electores moderados de CiU que todavía no desertaron (90.000 votos menos pese a un aumento de la participación del 10%) el pasado 25-N. Artur Mas no podía coquetear con el síndrome Companys porque sería estigmatizado.
No ha sido así. Tozudo en la huida hacia delante, Mas ha aceptado que el referendo se haga en 2014 (salvo que Oriol Junqueras autorice el retraso) y, a cambio, ERC admite que se haga “en el marco legal adecuado”. Este lunes, en su toma de posesión, Mas aclaró que si Madrid impide la consulta habrá colisión (esa debe ser su idea de “marco legal adecuado”). Vamos pues a un escenario muy incierto, al aumento de la tensión con Madrid y a una inestabilidad acusada en el nuevo tripartito catalán (UDC-CDC-ERC) por cuya duración nadie apuesta un duro.
Pero tampoco conviene exagerar. Cuando CiU se quedó sin mayoría absoluta (y sin poder formar gobierno con el PPC en el otoño de 2003), CiU (Duran incluido) ya fue a la subasta de halagos a ERC para impedir el primer tripartito de Maragall, que en aquel momento (tras 23 años de pujolismo) era casi higiénico por aquello de que democracia es alternancia. Y tampoco es razonable decir que los nuevos impuestos ahogarán la economía. Porque la mayoría de los tributos “citados” no se podrán aplicar y tienen poca enjundia -excepto el de sucesiones, que se suprimió por tozudez de Mas- y porque el programa del moderado Monti (el candidato del conservadurismo sensato italiano) aboga por subir la presión fiscal.
Lo peor no es la coalición con ERC, sino que CDC haya asumido el programa republicano. Y lo más grave es que la sociedad civil catalana no se haya dado cuenta de la deriva rupturista de Artur Mas y haya avalado, al menos parcialmente, su apuesta por el independentismo. Ahora todos miran a Durán. ¿Es el problema o la solución?Hay que romper los tabús. En contra de lo que dicen los sindicatos (y gran parte de la izquierda), la obligada reducción del déficit -salvo que Cándido Méndez presida la Comisión de Bruselas- fuerza a recortar beneficios del Estado del bienestar y a liberalizar el mercado de trabajo. Y, en contra de lo que proclama la derecha inculta, o fundamentalista, la lucha contra el déficit conduce a elevar -con inteligencia- algunos impuestos. Hasta el PP de Rajoy y Montoro -que está en una derecha bastante tópica- lo ha sufrido en sus propias carnes porque, tras tanta demagogia contra la moderada subida del IVA de Elena Salgado, ha tenido que subirlo en julio (con brutalidad) después de haber elevado ya el “confiscatorio” IRPF (el pasado enero).
Pero volvamos a Cataluña. No es justo condenar por principio el pacto CiU-ERC porque la aritmética parlamentaria es lo que es. Lo realmente preocupante, y mucho, es que CDC asumió -ya bastante antes de las elecciones- la ideología de ERC (Cataluña dentro de España está condenada al fracaso por el expolio fiscal). Abjuró, con la bendición de Pujol, del pragmatismo pujolista que hizo de CDC un eficiente partido catalanista atrapa-todo. Y, ahora, da a una ERC, de mayor intensidad independentista que la de 2003, el poder de veto sobre la acción de gobierno sin que los republicanos se mojen con su presencia en el Ejecutivo.
En 2003, el esquema alocado de una parte de ERC era que en la Generalitat había un president digno pero “viejo” (Pasqual Maragall) apoyado por un partido en declive (el PSC) y un primer consejero (Carod-Rovira) que, sustentado en una fuerza ascendente (ERC), encarnaba el futuro. Ahora, el escenario que se imaginan es que en la Generalitat hay un presidente nacionalista “tocado” (Artur Mas), pero que el auténtico director de orquesta es Oriol Junqueras, libre de sus movimientos porque no ha sucumbido a la tentación del cargo. Su ego queda colmado con unas incitantes “comisiones de seguimiento”. Carod era un progresista algo iluso: su viaje a Perpignan para convencer a ETA de dejar las armas lo demuestra, mientras que Junqueras es un nacionalista radical, sin complejos y sin más adjetivos.
El futuro se adivina, pues, endiablado porque a un programa de colisión (urgente) con España para celebrar una consulta que alumbre la independencia de Cataluña, se une una crisis fiscal de todo el sur de Europa y la peor crisis económica desde 1929 con un incremento del paro espeluznante.
Pero la clase política catalana mira a otro lado. Unos (CiU y ERC) pintan la independencia como el paraíso terrenal. Otros (PPC) son tributarios de un partido que recurrió el Estatut (y alentó una campaña contra Cataluña), lo que les impide morder en la centralidad catalana. Unos terceros (PSC) porque su propuesta de reforma “agravada” de la Constitución tiene sólo el apoyo matizado de Rubalcaba, pero en España manda un PP con mayoría absoluta. Y otros cuartos (ICV y Ciudadanos) porque pese a denuncias certeras encarnan, principalmente, un voto de protesta. Y aún quedan unos quintos (las CUP), que apuestan porque el diluvio universal ahogue el capitalismo.
Sin embargo, lo más grave es que gran parte de la sociedad civil catalana -los conservadores sensatos que sueñan con un Monti catalán e incluso español- no se haya dado cuenta hasta ahora de la deriva de Artur Mas, que ha podido lanzarse a la apuesta rupturista porque las patronales, la prensa conservadora e, incluso, muchos profesionales de derechas lo jaleaban por su discurso business friendly. Anteponían la supresión del impuesto de sucesiones (que el conseller de Economía del tripartito Antoni Castells ya había reducido) a la estabilidad del marco institucional. Olvidaban que sin confianza en un marco estable -y, por tanto, muy ajustable pero sólo con algodones- la economía naufraga. Y ahora ponen cara de susto y lloran por las esquinas.
Algunos incluso critican a Duran Lleida, al que acusan por haber tolerado el pacto con ERC, y dicen sentirse engañados. Aunque hay otros -quizás los más viajados- que creen que la democracia cristiana y Duran Lleida están lejos de ser el problema y pueden ser la solución.