Editorial ABC, 11/11/12
El nacionalismo tiene que dejar de ser el patrón de respuesta de los partidos no nacionalistas, para convertirse en el interlocutor de una confrontación democrática, pero contundente, sobre la vigencia de la Constitución en Cataluña.
EN Cataluña no se repite con CiU el escenario del voto útil al PNV, tan evidente en los últimos comicios vascos. Realmente, los convergentes ya no representan una alternativa moderada al radicalismo de partidos como ERC, sino una versión igualmente extremista en los medios y en los resultados, aunque introduzcan matices en las formas. Frente a la resignación que dejaba habitualmente en casa a decenas de miles de electores, ahora sí pueden cambiar las cosas en Cataluña, y por eso es necesaria la movilización del electorado no nacionalista. Puede que la mayoría de CiU, por sí misma o sumada a los escaños de otros grupos nacionalistas, sea inevitable, pero en estas elecciones importa también, y mucho, llevar al Parlamento la pluralidad de la sociedad catalana, que será la primera víctima del desvarío secesionista liderado por Artur Mas.
Los socialistas han comenzado su campaña electoral con la bandera federalista y del «derecho a decidir», utilizada como una cortina de humo para tapar grietas internas, decir poco, no comprometerse y, sobre todo, evitar que los asocien al PP en la oposición a CiU. Solo esta obsesión contra el PP explica el absurdo ataque que el líder de los socialistas catalanes, Pere Navarro, ha dirigido contra Rajoy, calificándolo como «fábrica de independentistas» y exigiéndole que pida perdón a los catalanes por oponerse al Estatuto de Cataluña. Basta ver la mayoría soberanista en la Cámara vasca y la que se formará en la catalana para demostrar a Navarro cuál ha sido el resultado de la política territorial del PSOE, olvidando que fue Artur Mas, y no José Montilla, con quien pactó Zapatero el Estatuto inconstitucional de 2006; y que su partido metió a los separatistas de Esquerra Republicana en el Gobierno de la Generalitat en 2003, tres años antes de que se aprobara el Estatuto. Estos discursos timoratos, escapistas y sin personalidad son los que están hundiendo a los socialistas en las comunidades históricas.
El PP y Ciutadans representan el voto netamente constitucionalista, decantado en los populares por un discurso más político y de fondo que el del partido liderado por Albert Rivera, fiado más a una campaña iconoclasta y muy llamativa. Los populares se enfrentan al reto de representar en Cataluña la opción política mayoritaria en España, con la lección aprendida de las veces en que ha fallado la apuesta de presentarse como una alternativa moderada a CiU. El nacionalismo tiene que dejar de ser el patrón de respuesta de los partidos no nacionalistas, para convertirse abiertamente en el interlocutor de una confrontación democrática, pero contundente, sobre el asunto clave de estas elecciones, que es la vigencia de la Constitución en Cataluña.
Editorial ABC, 11/11/12