JON JUARISTI, ABC 12/01/14
· O cuando la crítica de la universidad pública se convierte en pretexto para un ajuste de cuentas.
Clara Eugenia Núñez, profesora de Historia Económica de la UNED y antigua directora general de Universidades e Investigación del Gobierno de Madrid, acaba de publicar Universidad y Ciencia en España. Claves de un fracaso y vías de solución (Gádir), un vehemente alegato por la reforma de la universidad pública. No voy a discutir sus argumentos, sino a desmontar una de las muchas anécdotas con que los ilustra. A desmontarla, porque es rigurosamente falsa y toca al honor de un amigo que estimo y al mío propio.
Afirma la profesora Núñez que, siendo ella directora general, en 2004, la presidenta del Gobierno madrileño, Esperanza Aguirre, instó al entonces rector de la Universidad de Alcalá de Henares, Virgilio Zapatero, a procurarme una cátedra de Filología Española en dicha Universidad. Siempre según la versión de la profesora Núñez, el rector habría eludido el compromiso, escudándose en que sólo al Departamento de Filología correspondía decidir acerca de la necesidad de una nueva cátedra. Afirma la profesora Núñez que tuvo que presionar entonces a Virgilio Zapatero recordándole que él mismo había accedido a su cátedra de Alcalá gracias a una arbitrariedad semejante.
No es ningún secreto que las relaciones entre la directora general Clara Eugenia Núñez y los rectores de las universidades públicas madrileñas terminaron siendo pésimas. La anécdota en cuestión es un infundio vengativo y sólo busca difamar a Virgilio Zapatero. Para empezar, yo no necesitaba ninguna cátedra. Era catedrático de la Universidad del País Vasco desde bastantes años atrás. La ruptura de la tregua de ETA en 1999 hizo imposible mi permanencia en dicha universidad, de la que fui el primer profesor al que se puso protección policial ya en 1997 (y no porque yo lo pidiera). Tres universidades públicas madrileñas manifestaron entonces su interés en que me incorporase a sus respectivos claustros, años antes de que Esperanza Aguirre llegara a la Presidencia de la Comunidad Autónoma de Madrid. A comienzos de 2003, el rector de Alcalá me propuso unirme al de su universidad. Se trataba de una propuesta muy legítima. Las universidades están en su derecho de intentar hacerse con docentes e investigadores de alta calidad, y la mía, modestamente, la tenía más que probada.
Pero el ingreso de un profesor en una universidad distinta de la suya no se produce de forma automática. Debe presentarse a un concurso de acceso, que se anuncia en el BOE y al que pueden presentarse cuantos candidatos a la plaza lo deseen. Yo opté a una cátedra de la Universidad de Alcalá de Henares que no tenía otro perfil que su propia denominación, Literatura Española. Y la gané ante un tribunal cuyos miembros llevaban menos años que yo en el cuerpo de catedráticos de universidad, sin que ello implique demérito alguno en su caso. A lo largo de mi vida he concurrido a bastantes oposiciones, y las he ganado todas. No he necesitado la ayuda de nadie para ello, ni de presidentas ni de directoras generales.
Y conste que habría preferido jubilarme en la Universidad del País Vasco, que contribuí a fundar y a la que profesaré siempre gratitud y cariño. El destino ha querido otra cosa, y le agradezco que me haya deparado una cátedra de Literatura en la de Alcalá de Henares, a la sombra de Cervantes. En ese destino influyó sin duda la benevolencia hacia mi persona de Virgilio Zapatero y de mis actuales compañeros de departamento, a ninguno de los cuales conocía antes de cambiar Bilbao por Madrid, pero, sobre todo, el hábito de arreglar mis asuntos sin mendigar favores. Ni siquiera pedí suceder a Clara Eugenia Núñez en una Dirección General de la que tampoco guardo un grato recuerdo.
JON JUARISTI, ABC 12/01/14