Eduardo Uriarte-Editores

En tiempo de crisis además de los profetas suelen aparecer los caudillos. Ante la actual ruina de España no es de extrañar que alguno se presente como profeta y caudillo a la vez. De hecho, el caudillismo requiere adhesiones de tipo religioso, pero en el caso más llamativo conocido, el de Iglesias, su naturaleza fraudulenta le ha erosionado sus pies de barro. Ya es pasado.

Sin embargo, en la pendiente trágica en que la sociedad se ve sumida no parece tener fin la irracionalidad. Sigue el populismo maleando las conciencias, y tras el de izquierdas, sostenido hoy por Sánchez, en continuo reto con la realidad solventado con mentiras, ahora toca el de derechas. El agujero económico no ha hecho más que apuntar y la enfermedad hasta la esperada vacuna no va a tener fin, agosto con sus desplazamientos va ser toda una prueba de fuego, y se anuncia con visos de necesidad y oportunidad la moción de censura por parte de Vox. Pero el Gobierno aguantará, en gran medida por tener enfrente a un PP desnortado y todavía en crisis tras la aparatosa caída de Rajoy. Aguanta hasta que las mentiras de los «hunos» sean aplastadas por las de signo contrario de los otros, más seductoras en este momento.

Un caudillo como Sánchez, que lo que aprendió de su antecesor Franco es a aguantar en el poder como sea, ensalzado ante las masas por un aparato de propaganda nunca visto desde la muerte de dictador, tiene visos de superar sus graves fracasos y eternizarse en Moncloa como el otro lo hiciera en el Pardo. Al Congreso le faltó gritar en su entrada triunfal ¡Sánchez!, ¡Sánchez!, ¡Sánchez! como en aquellos años del NODO.

Pero lo que le permite al nuevo caudillo perdurar hacia el futuro no es su habilidad ni fortaleza, nunca hubo Gobierno más débil, sino la incapacidad de un PP de desenmascarar al falaz presidente. Mediante una política contradictoria, inconstante, y también falaz (donde de todas todas va a perder), pensada para un minititular o una frasecita en  Twitter, sin mella en el adversario, el PP se convierte, más que Vox, en una garantía para Sánchez. Sus pellizcos de monja al Gobierno le han convertido, en estos tiempos de profunda zozobra, en un partido inútil, lugar del que huye C’s tras el fracaso provocado por la enajenación de Rivera. El PP tiene que aparecer como un partido útil y para ello tiene que ofrecer sinceros acuerdos a Sánchez, demostrando que quiere soluciones y no sólo derrocar al caudillo. El PP tendría que erigirse en el partido de la concertación ante la crisis, dejarle a Vox jugar a otros caudillismo populistas, y convencerse que la única manera de volver a fortalecer la derecha es enfrentándose a los retos de la política nacional y no a Vox ni a C’s.

La moción de censura que Vox presenta a Sánchez se la tiene de sobra merecida. Es el presidente del peor Gobierno de la democracia. Actuó tarde e improvisadamente ante la crisis, miente sobre los datos de las víctimas, lo que no es más que la cúspide de otras muchas mentiras, como la levedad de la enfermedad -un catarrillo-, la inutilidad de las mascarillas, el equipo técnico de asesores, etc. Poco escrupuloso con la legalidad, adoptando un estado de alarma que era de excepción y prorrogándolo por seis veces, insensible a restricciones de derechos fundamentales por parte de comunidades autónomas (poco escrupulosas ante la conculcación de derechos fundamentales), y deja sin vigilancia a inmigrantes ilegales con coronavirus que evidentemente se escapan, diciendo que se apañen las comunidades. El País que peor ha gestionado la pandemia, con el mayor número de parados tras su primera ola, con la mayor caída en su economía, bien merece una moción de censura en su máximo responsable.

Pero este país es muy especial. Aquí el presidente lo es gracias a los que quieren destrozar el Estado, el caos está en su origen, en lo que vota la gente, absolutamente ajena a la tremenda reacción política que estamos padeciendo en nombre del progreso.

En su continua campaña de imagen al caudillo no se le ocurre mejor instrumento que convocar las Cortes de Logroño. Los presidentes que están por la independencia marcan distancia ante este engendro de la plurinacionalidad, aunque la ministra portavoz, cual en un parvulario, diga que es obligatorio. Es más fácil echarle ahí del trono a Sánchez, como a Luis XVI en los Estado Generales de Versalles, que mediante una moción de censura en un anquilosado Congreso que sólo sirve de correa de Transmisión al Gobierno y a sus socios levantiscos. Pero, de momento, en la Conferencia de Presidentes de Autonomías rige más el espíritu regalista del Viejo Régimen, el qué hay de lo mío, que el de un marco político moderno.

De ahí que, finalmente, haya acudido Urkullu debido a que los nacionalismos periféricos, hijos bastardos del carlismo y del integrismo neocatólico, prefieren este lugar preliberal que un senado de naturaleza federal, donde a la postre lo que se demuestra es la arbitrariedad, la diferencia, el privilegio de los vascos, y que a los socialistas les da igual, pues ni son liberales ni republicanos, ante todo anarquistas con obsesivo gusto por el poder. Como en la Cortes medievales lo que ha quedado claro es que la partitocracia, este nuevo feudalismo, favorece la desigualdad y el autoritarismo del nuevo caudillaje. Y manifiesto que el que reparte es Sánchez.

Desde la guerra civil España no ha estado en tan profunda quiebra. Es el país de la UE que más gravemente va a padecer la crisis. El sistema político en crisis con la monarquía en entredicho, los procesos secesionistas en auge, ninguneo por los países vecinos. Países europeos, Marruecos y Argelia, presionado a España en una situación que recuerda las que ejercieron a la sucesión de Franco. Una clase política sectaria e inconsciente del sufrimiento social, un sindicalismo de clase domesticado por el actual Gobierno, la oposición conservadora incapaz de crear expectativas y alternativa, y una sociedad absolutamente maleable por las campañas de propaganda desde el poder. Evidente panorama para caudillajes si el principal partido de la oposición no está capacitado en provocar una gobernabilidad de concertación que facilite sacarnos de la sima.