Iñaki Ezkerra-El Correo

Llama la atención su invariable y hermética expresión autocomplaciente

Cualquiera que hubiera ocupado el puesto de responsabilidad que ha ocupado y sigue ocupando Fernando Simón durante la crisis sanitaria que aún nos asola habría mostrado en algún momento consternación ante el sobrecogedor número de contagios, hospitalizaciones, muertes, dramas familiares… No hablo de rendirse en público al llanto ni de lucir ojeras. Hablo sólo de mostrar una expresión grave, acorde con los difíciles momentos y las dolorosas experiencias a las que se ha enfrentado la población española. Hablo de un mínimo signo de emoción y conmoción, de empatía con los más castigados; de pesar por cada error cometido, por cada medida no tomada a tiempo o mal tomada y tardíamente rectificada. Hablo de un elemental acuse de recibo del espanto; de un mínimo gesto de humildad, de conciencia de que se podían haber hecho mejor las cosas.

Cualquiera habría dado esas señales básicas de humanidad en el lugar de Fernando Simón. Pero no Fernando Simón. Al margen de sus bandazos, contradicciones y equivocaciones flagrantes, lo que llama de él la atención, lo que inspira una mezcla de perplejidad y desosiego es su invariable y hermética expresión de autocomplacencia; su mirada entre vacía y risueña; su levedad, su oquedad, su ‘marcianidad’, digamos; esa sonrisita solipsista y feliz a la cual se añaden sus bromas, sus colorines playeros, su mascarilla estampada de dibujos de tiburoncitos en el homenaje a las víctimas… Cualquiera diría, sí, por los signos que emite este extraño ser y que no pueden pasar desapercibidos, que todo el dolor generado por esta catástrofe nacional que no es ajena a su gestión y de la que no hemos salido, le resbala. Como le resbala que no vengan turistas a nuestro país.

Quizá es que no le sabemos comprender y que esa cara y esa actitud suyas y esas declaraciones significan otra cosa. Quizá a Fernando Simón lo sepan descodificar Ana Mato, que fue quien le puso en ese puesto, y Pedro Sánchez, que lo ha mantenido. Quizá hay un código oculto y poco edificante que explique cómo alguien que reúne tal cúmulo de cualidades calamitosas pudo ganarse el favor de partidos tan antagónicos, conciliar tantas simpatías, alcanzar tan fatal consenso. Fernando Simón es el gran comodín de la baraja política, el ‘joker’ del tapete sanchista como antes lo fue del marianista. Es la sonrisa del ‘joker’ en la oscura timba de la pandemia. Es la expresión más lograda de la desigualdad y la descompensación que hay hoy en España entre unos a los que les ha tocado el dolor, la ruina, la tragedia, el paro, y otros a los que les ha tocado el enchufe, la impunidad, la ataraxia moral, el surf, el aplauso amañado, el puesto seguro hagan lo que hagan.